Vida Sana
Es una fresca tarde de martes en San Francisco y en la parte norte de la ciudad, Linda Ronstadt espera en el salón de la modesta casa que comparte con su hija: un piano a un lado, estantes cargados de libros y recuerdos. Es un espacio luminoso; es evidente que la cantante prefiere los colores suaves y el tipo de plácida energía que alimenta la creatividad.
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Ronstadt (en inglés) se relaja, descalza, en un sillón reclinable cuando empezamos. Su manera de hablar y sus movimientos muestran sutiles signos de la enfermedad degenerativa que la obligó a retirarse de los escenarios en el 2009. Pero la energía que la impulsó a la cima de la escena musical dominada por los hombres en la década de los 60 todavía está presente, y pronto Ronstadt, de 76 años, está hablando sin parar, riendo, analizando y recordando.
El motivo de nuestro encuentro es la publicación de su nuevo libro, Feels Like Home: A Song for the Sonoran Borderlands (en inglés). Escrito en colaboración con el periodista Lawrence Downes, el libro se centra en el panorama emocional y físico de la infancia de Ronstadt en el suroeste de Estados Unidos, así como en su herencia mexicana y en las conexiones entre ambos países.
"Hay una zona específica del desierto de Sonora donde crecí que tiene una valla fronteriza, pero en realidad no me fijé en la división", explica. "Cuando voy a México ahora, la energía sigue ahí, en pleno auge. En la pequeña ciudad donde nació mi abuelo, los habitantes montan a caballo porque es muy montañosa [...]. Es una comunidad muy interesante. Casi parece estar encantada".
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