Vida Sana
Celebraremos una fiesta familiar, aquella en la que todo el mundo viene "por tierra o por agua" (o a través de horas de atasco en el tráfico) para compartir el Día de Acción de Gracias.
Si tu casa es el destino anual o simplemente te tocó este año, ¡felicitaciones, tienes el dudoso placer de cocinar la comida festiva! Hasta los cocineros confiados se estremecen ante la idea del tradicional Día de Acción de Gracias, porque ¿cuándo fue la última vez que asaste un pavo, serviste salsa de arándanos, pusiste malvaviscos sobre las batatas o sacaste el relleno de un pastel de una calabaza? Es más, ¿cuántos de los comensales tienen antojo de pavo? No es de extrañar que el mayor elogio que se puede esperar sea: "Vaya, tía Blanca, este pavo no está tan seco como el de la tía Doris".
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Con la esperanza de prevenir tu inminente locura, y de provocar una ronda de cumplidos más intensa y auténtica, ofrezco dos soluciones sólidas para esta fiesta que evoca amor (y terror):
Primera solución
Olvídate del ave. En cambio, sirve los platos que te guste cocinar y que te enorgullece servir, así como los que tu familia aprecia. Hace años que no sirvo pavo. Mis costillas glaseadas al café es el plato principal de nuestra mesa y mi familia está tan encantada de devorar su carne favorita que tengo que hacer doble porción.
Para que puedas contestarle a cualquiera que te acuse de blasfemia cultural, está documentado que en el primer Día de Acción de Gracias en Plymouth, los peregrinos comieron pato, faisán y ganso, que eran mucho más abundantes que el pavo. También disfrutaron venado, camarones, mejillones, pescado, frijoles, calabaza, maíz y berros. No comieron papas de ningún tipo, ni tampoco pastel. Los antiguos egipcios comían malvaviscos; los peregrinos no.
Por lo tanto, se te permite hacer pata de cordero o salmón asado, o si te conocen por tu lasaña o un exquisito pastel de coco, hornéalos temprano porque se pueden congelar, y descongélalos el día antes.
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