Vida Sana
| La pandemia ha afectado a todo el mundo, pero yo he visto directamente lo difícil que es para las personas que viven en centros de enfermería especializada. Trabajo en un centro de atención sin fines de lucro en Modesto, California, y mi madre, que tiene 87 años, vive en una comunidad para personas mayores en Sacramento, a 75 millas de aquí. Por supuesto, ella y sus vecinos son fuertes. Muchos vivieron la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que les da apoyo emocional es la familia, y ese contacto se ha cortado. La gente se pregunta si es así como terminará la vida, sin familia cerca. Hay una profunda sensación de tristeza, miedo y pérdida.
Trabajé durante años en asistencia humanitaria por todo el mundo. A finales del año pasado volví a Estados Unidos para estar cerca de mi madre. En su comunidad están tomando muchas precauciones, así que no he podido visitarla. No quiero sonar como si me quejara, muchas familias están pasando por esto. Pero es irónico. Me mudé del otro lado del mundo para poder pasar los fines de semana con mi madre y la COVID-19 lo cambió todo.
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Por eso decidí con tanta determinación ayudar a otras familias a conectarse. Es probable que nuestros residentes tengan que estar aislados durante algún tiempo; ni siquiera pueden compartir actividades entre ellos o dejar el edificio para salir a caminar. Necesitaban una forma de ver a sus seres queridos.
Así que apelamos a la comunidad local y pedimos donaciones de tabletas nuevas o usadas. Recibimos bastantes. Ahora las enfermeras pueden ayudar a los residentes a ver a sus familias a través de videollamadas, y la familia de los pacientes de los centros para enfermos terminales puede estar con ellos, aunque sea virtualmente, en sus últimas horas. Este tipo de donación es muy útil para muchas organizaciones sin fines de lucro como la nuestra.
Todos están muy agradecidos. La hija de una de las residentes llamó el otro día para agradecernos. “Necesitamos ver a mamá”, dijo. “Esto es lo mejor que podrían haber hecho”.
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