Vida Sana
Kimberly Smith: Era un día como cualquier otro. Acababa de hacer mis entregas en un complejo de apartamentos en Colorado Springs y me dirigía a mi camión cuando me di cuenta de que había olvidado escanear un paquete. Así que regresé.
La oficina de gerencia estaba vacía. Me pareció extraño, y finalmente apareció una de las personas encargadas, empapada. Podía notar por la mirada en su rostro que algo malo había sucedido. Me preguntó: “¿Smitty, sabes hacer RCP (resucitación cardiopulmonar)?” y dije que sí. Corrí hacia el área de la piscina, donde vi a una joven acostada boca abajo en el patio, con personas paradas alrededor de ella. Su piel estaba pálida, amarilla, un poco violácea. Un niño —después descubrí que era su hermano— estaba arrodillado cerca de su cabeza.
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Casi entré en pánico, pero entonces me dije: “¡solo hazlo, Smitty!”. Ignoré todo lo demás. Aprendí a hacer RCP durante mis seis años en el ejército y había visto a otras personas hacerlo varias veces. Sabía que tenía las destrezas para salvar a esta joven, que solo era una adolescente.
Le agarré el brazo, la puse de costado y le saqué la mayor cantidad de agua de los pulmones como pude. Solo podía verle el blanco de los ojos, y la sentía congelada. Luego, la puse boca abajo, con los brazos a los lados, y le incliné la cabeza hacia atrás, asegurando que su vía respiratoria estuviera despejada.
Puse las manos en su esternón y le hice cuatro o cinco compresiones torácicas, con cuidado, pero con firmeza, y empecé a aumentar la velocidad. Cada vez un poco más rápido. Quince repeticiones. Detente. Espera cinco o seis segundos. Detente. Continué, con más rapidez cada ronda. Lloré durante todo el proceso. Mantuve la cabeza abajo para que nadie pudiera verme, y le susurré en voz baja: “no puedes morir hoy”. Finalmente, después de la tercera repetición de compresiones, comenzó a toser, botar agua y respirar. Y yo pensé: está viva.
Cuando comenzó a recobrar el conocimiento, podía escuchar las sirenas a la distancia. Me fui tan pronto llegaron los paramédicos. Me invadió la emoción, estaba conmovido... aturdido. Me recordó algo que me había sucedido cuando yo era solo un adolescente, durante mis primeras semanas de entrenamiento básico. A un señor mayor, un oficial, le dio insolación en una marcha, y me ordenaron a ayudar a mantenerlo en una camioneta de plataforma mientras lo llevábamos al dispensario médico para recibir tratamiento. Pero el oficial entró en estado de choque en el camino y murió en mis brazos. No pude ayudarlo. Esa fue la primera vez que vi a alguien morir, y no fue la última. Estaba tan aliviado de que la joven de la piscina sobreviviera.
Dos semanas después, ella y yo nos reunimos. Le di un ramo de flores y le dije que me alegraba de que estuviera bien. No todos los días le salvas la vida a alguien. Pero es un hermoso día cuando sucede.
— Según relatado a Jennifer E. Mabry