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Cuando ser egoísta puede ser la opción correcta

Una ávida senderista descubre que ceder ante su pareja en beneficio de la unión no está dando resultado.


spinner image Una mujer escalando una colina sola
SÉBASTIEN THIBAULT

Hace 34 años, Paul se presentó a nuestra primera cita para hacer senderismo. Calzaba mocasines italianos y llevaba una Diet Coke en la mano.

Siete barrosas millas después, con los pies manchados de color bermellón y cubiertos de ampollas, mi agotado galán nativo de Long Island me envolvió en sus brazos y preguntó cuál era el próximo sendero. Paul no era ningún Jon Krakauer (y tampoco lo es ahora). Pero después de años en el mundo de las citas románticas, yo había encontrado finalmente a un neoyorquino inteligente y divertido que estaba dispuesto a explorar los bosques conmigo. Y con eso, nos lanzamos a la aventura.

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En los primeros meses que estuvimos juntos, compartí con él mis senderos favoritos en un radio de dos horas desde Greenwich Village. El día que cumplimos un año de novios, lo ayudé a comprar sus primeras botas e hicimos senderismo en las Montañas Blancas (en inglés) de Nuevo Hampshire. Dos años después, Paul me propuso matrimonio en los bosques de Connecticut.

Los problemas de salud interfieren con las aventuras

A lo largo de las décadas siguientes, nos mudamos a los suburbios y formamos un pequeño nido. No era la existencia agreste que yo había soñado. Pero construimos una vida compartida fantástica en el mundo civilizado, y Paul se internaba en la naturaleza conmigo —y luego, con nuestros dos hijos— siempre que nuestras obligaciones lo permitían. Allí creamos algunos de nuestros recuerdos más dulces, desde los acantilados del Big Sur en California hasta las montañas Adirondack que bordean Lake George, en Nueva York.

Por momentos, cuando ya habíamos pasado los 40, yo fantaseaba sobre cómo sería la vida una vez que nuestros hijos se hubieran ido. Cuando nuestras carreras se hubieran calmado. Tal vez Paul finalmente se decidiera del todo: se pondría en forma y compraría una mochila. Recorreríamos el sendero de los Apalaches por segmentos. Viajaríamos de refugio en refugio en las Montañas Blancas o en los Alpes.

Sin embargo, a medida que se acercaban esos años, nuestros cuerpos tenían sus propios planes. El mío se mantuvo bien. Pero viejas lesiones de fútbol atormentaban las rodillas de Paul. Su asma, que había sido leve, se volvió más limitante. Un trastorno convulsivo que había tenido de niño volvió a asomar la cabeza en la realidad de ambos, con oleadas de temor, drama y visitas al médico.

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Además, mi pasión por todo lo salvaje, sucio y difícil nunca se había convertido en su pasión, a pesar de con cuánta intensidad —y, tal vez, tontamente— había tratado yo de que la adoptara. Saludable o no, él trepaba las colinas gruñendo, principalmente para complacerme.

Así que abandoné las cosas difíciles. Encontramos otros tipos de aventuras. Un viaje en auto por la autopista 1 (en inglés) de San Francisco (en inglés) a Los Ángeles. Una semana de nieve en la ciudad de Quebec para Navidad. Tres semanas colmadas de música en Nashville (trabajando en forma remota desde un Airbnb). Hemos absorbido al máximo cada minuto y disfrutado de la compañía mutua, absolutamente conscientes de cuán afortunados somos.

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Y sin embargo... a veces las montañas me susurraban al oído, como amantes abandonados. Mi corazón todavía siente su llamado.

Tengo amigos —hombres y mujeres— que están en situaciones similares. Mientras que ellos se mantienen en buen estado físico, la situación de sus parejas es diferente. O mientras ellos desean intensamente nuevas aventuras, la persona que más aman podría ser más feliz oliendo las flores en casa.

A mí —y estoy segura de que a muchos otros que llevan muchos años de matrimonio— me parece que tenemos que elegir. O dejamos que nuestras pasiones y habilidades queden relegadas a un lado en nombre de nuestra relación madura, o perseguimos aquello que nos hace feliz y nos satisface, y dejamos a un lado a la persona que amamos.

Pero ¿qué tal si esa elección fuera falsa? ¿Qué tal si pudiéramos aprovechar al máximo nuestros días juntos e igualmente perseguir nuestros propios sueños antes de que sea demasiado tarde? En lo que a mi cuerpo respecta, no sé si el año que viene, o incluso la semana que viene, seré tan fuerte o capaz como hoy.

Y de ese modo fue que me encontré este año con una mochila repleta sobre la espalda y mi mejor amiga de la escuela secundaria a mi lado, en un sendero azotado por el viento en el corazón de la Patagonia.

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Cumplir uno de los deseos antes de morir, sin mi esposo

Hacer senderismo en el extremo inferior del planeta es algo que ha estado prácticamente desde siempre en primer lugar en mi lista de cosas para hacer antes de morir. Pero la idea de pasar tantos días preciados de vacaciones y gastar tanto dinero en un viaje sin Paul nunca se me había cruzado por la cabeza.

Sin embargo, a medida que se acercaba mi cumpleaños número 60 este año y aumentaban las conversaciones sobre la celebración, reconsideré la posibilidad. Sabía que no quería una fiesta. No quería regalos. Lo que quería era enfrentar a la Patagonia mientras todavía podía hacerlo.

Cuando le dije a Paul cómo quería celebrar ese cumpleaños significativo, y que él no era parte del plan, supe que se sintió algo herido. Pero se recuperó. Me acompañó a la tienda REI a comprar las cosas que necesitaría para el viaje. Respondía a todas mis llamadas desde el lejano sur con un grito exuberante y me ametrallaba a preguntas sobre los refugios de montaña en los que dormíamos cada noche, sobre el viento antártico que nos volaba el cabello y el cuerpo hacia un costado en todas las fotos, sobre los picos escarpados que conquisté y las desprolijas lágrimas de alegría que me cubrían el rostro en la última y brillante foto, rodeada de montañas y cielos de un azul vociferante. Y estuvo allí, en el aeropuerto de Newark para recogerme, una mujer exhausta y desaliñada pero absolutamente satisfecha y lista para encarar la década de los 60. Una mujer con menos lamentaciones en la lista de su vida. Una mujer completamente enamorada de un hombre que la ama lo suficiente para despedirla cuando decide explorar la naturaleza salvaje sin él.

En algún momento este verano, cuando el aire sea suave y el sol cálido, Paul y yo encontraremos una forma de celebrar juntos mi cumpleaños. Sentados en algún lado con zapatos estables en los pies y un buen borbón en la mano, brindaremos por este nuevo capítulo y nos abrazaremos fuerte. Les doy la bienvenida a los 60. “Esto o lo otro” es cosa del pasado. Es hora de “esto Y lo otro”. Hacer todo. Juntos. Solos. Como podamos. Por tanto tiempo como podamos.

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