Vida Sana
Uno de los últimos recuerdos que tengo de mi abuela es de ella agachándose en un estacionamiento para coger un centavo pegajoso adherido al pavimento, a pesar de que estaba cerca de cumplir 90 años.
Vaciló un momento, tambaleándose a punto de caer, pero volvió a ponerse en pie, victoriosa, sosteniendo el centavo. Horas más tarde, la moneda había viajado hasta su casa en su bolsillo y estaba guardada en un frasco en el sótano con miles de otras monedas obtenidas en un sinfín de lugares. Se trataba de un centavo que yo habría pasado por alto fácilmente debido a mi juventud, prisa e impaciencia.
Mi abuela Helen recogía monedas porque ella y mi abuelo John inmigraron a Estados Unidos de Grecia. Desembarcaron en la Isla Ellis (en inglés) después de la Segunda Guerra Mundial, cada uno con poco más que una moneda en el zapato.
Construyeron una vida aquí. Él dirigía una gasolinera y ella trabajaba en el comedor de una escuela. Ese era el estilo de vida greco-estadounidense. La gente siempre necesita comer, dormir y conducir, era algo que decían siempre mis familiares. La mayoría de los miembros de la familia extendida Ghizas eran propietarios de hoteles, restaurantes o gasolineras. Muchos habían escapado de pueblos asolados por la guerra, donde había escasez de carne y pan. La vida allí era dura.
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Mis abuelos eran ahorradores, y sus lecciones me vienen a la mente hoy en día, cuando la inflación, el costo del cuidado infantil y el precio desorbitado de un racimo de bananas hacen que yo también busque centavos, mientras construyo una vida criando a cinco niños pequeños en tiempos de incertidumbre.
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