Vida Sana
A pocas millas al norte de Orijiv por la carretera H08, se encuentra el pueblo de Tavriiske. Allí, el director del centro de cuidados Tavriiske Psychiatric and Geriatric Home, Oleksandr Starosvitskyi, afronta una dolorosa decisión. Desde que estalló la guerra, el centro estatal para adultos mayores y personas con discapacidades mentales y físicas ha recibido a más de una docena de ucranianos mayores evacuados que —al marcharse su familia— necesitan refugio y cuidados con urgencia. Se unen a la creciente cantidad de ucranianos mayores “abandonados” por la guerra con Rusia.
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Pero este centro de cuidados, con sus 420 residentes, se encuentra demasiado cerca del frente de batalla. A un lado está Orijiv, que ya es blanco de los bombardeos; al otro lado hay otros dos pueblos directamente en la línea de combate. ¿Cuándo y cómo podrá Starosvitskyi trasladar a sus protegidos a un lugar seguro?
“Al comenzar los enfrentamientos, resultó claro que teníamos un problema: la evacuación de estas personas”, señala. “Cuando el frente de batalla estaba en algún punto de Melitópol, a unas 75 millas, todavía había alguna esperanza, pero ahora está a unas 6 millas. Y se trata de personas postradas en cama, personas mayores. ¿Cómo podemos transportarlas? ¿Quién se ocupará de ellas? Necesitan cuidados las 24 horas del día”.
En medio de frondosos prados y arboledas, los edificios bajos de ladrillo y estuco beis del centro de cuidados Tavriiske siguen contando la turbulenta historia del tumultuoso siglo pasado en Ucrania. Se construyó como escuela de distrito y albergó a niños sin hogar durante la Revolución rusa y la guerra civil. En la década de 1930 se convirtió en un internado para los huérfanos de la hambruna artificial impuesta por Joseph Stalin, y durante 1941-42 fue un hospital militar. Desde entonces, ha albergado a adultos mayores y a personas con discapacidades psicológicas y neurológicas de toda la región.
En un principio, es difícil imaginar esta desgarradora historia. El centro de cuidados rebosa de actividad. El trigo y la cebada de los campos que rodean el pequeño y cuidado pueblo nos llegan a la cintura. Los jardines del centro de cuidados, mantenidos por los residentes, están repletos de flores. Las puertas abiertas de los edificios dejan pasar una brisa fresca y fragante y el trinar de los pájaros.
El centro de cuidados emplea a uno de cada cuatro habitantes del pueblo. Sin embargo, su plantilla habitual de 240 personas quedó reducida por los 100 trabajadores que se marcharon a lugares más seguros. Además, el tamaño de la institución y las necesidades especiales de muchos residentes hacen casi imposible encontrarles otro alojamiento. Dado que las personas evacuadas de todas las edades en Ucrania llenan los centros comunitarios ubicados en universidades, escuelas y otros edificios municipales, simplemente no hay espacio para los que son menos capaces de cuidarse a sí mismos: los ancianos ucranianos.
Cuando visitamos el lugar en mayo, solo se había encontrado alojamiento para un centenar de residentes en diferentes pueblos. “Eso no alcanza para todo el mundo”, señala Starosvitskyi, con la voz cargada de frustración. “Es decir, hay que evacuar a todos o a nadie”.
Por lo tanto, la cuestión se posterga continuamente para mañana, aunque “hay un punto del que no se puede regresar”, admite. ¿Y cuándo es ese punto? “Cuando estén a uno o dos kilómetros de nosotros, entonces será demasiado tarde. Lo entendemos”.
La fuerza de la inercia, de la esperanza y del centro de cuidados es profunda en el personal, en los residentes e incluso en el propio Starosvitskyi. Tiene 62 años y le toca jubilarse a fines de este año. Es difícil imaginar que alguien quiera ocupar su cargo de director de un centro de cuidados en una zona de combate. Se encoge de hombros y sonríe cuando le pregunto si realmente se va a jubilar. Está muy vinculado a Tavriiske, no solo por los residentes del centro de cuidados, sino también por su madre de 84 años, que vive en su casa en el pueblo y necesita dos bastones para desplazarse.
Starosvitskyi le había pedido a su madre que se mudara con su esposa a Zaporiyia, donde también vive su hijo. “Mi madre dijo: ‘No. No me iré’. Dijo: ‘No te dejaré aquí solo’. Y yo le dije: ‘No te dejaré aquí’”.
¿Y qué ocurre con los residentes? Todas las personas con las que hablé tenían una historia de transitoriedad y resiliencia, de tragedia y, en ocasiones, de esperanza.
Volodymyr y Tatiana Kharchenko llegaron a Tavriiske a fines de abril. Habían tenido que huir de su casa en Mala Tokmachka, un pueblo cercano que ahora se encuentra justo en el frente de batalla. Se conocieron en 1961, cuando él tramó para conseguir un asiento junto al de ella en un cine después de haberla visto antes en un baile, sin saber que ella también se había fijado en él. Ella era una agrónoma rusa que acababa de ser asignada a su pequeño pueblo.
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