Vida Sana
Como dos hermanas que tienen una relación estrecha, Marie y su hermana mayor, Carol, habían organizado rápidamente un plan de cuidados de común acuerdo para su mamá, que había sufrido un derrame cerebral. Dado que Marie estaba casada y todavía trabajaba, Carol iba a mudarse a la casa de la mamá y convertirse en su cuidadora principal, mientras que Marie iba a ayudar los fines de semana. Pero por más que su arreglo estuviera bien pensado, las cosas resultaron de otro modo. Cada vez que Marie decía que iba a pasar tiempo con la mamá para que Carol pudiera salir con sus amistades, Carol decía que sí, pero al poco tiempo encontraba motivos para cambiar de parecer. Era como si estuviera decidida a hacerlo todo ella sola o pensara que nadie —ni siquiera su hermana, que es muy capaz— podía cuidar a su mamá tan bien como ella. Si Marie protestaba, Carol le restaba importancia al cambio de planes, pero no se apartaba de su mamá.
¿Por qué Carol actuaba de esa manera? A esta interacción común se le ha llamado el comportamiento de “pedir y rechazar ayuda”. El cuidador entiende lo importante que es cuidarse a sí mismo y sabe que debería pedir que los demás lo ayuden, pero no consigue aceptar la ayuda. Muchas veces, la causa es el sentido de culpa de no cumplir con lo que percibe son sus obligaciones; otras veces, justifica su afán de encargarse de todo porque considera que es más práctico y eficiente. (“Simplemente es más fácil hacerlo sola”). Yo llamo a este tipo de comportamiento la prestación de cuidados “sí, pero...”. Por ejemplo, un cuidador podría decir, “sí, sería maravilloso que pasaras por la casa y nos trajeras la cena”, seguido al poco tiempo de un “pero mamá siempre prefiere la comida que yo le preparo”; o “sí, te agradecería mucho que llevaras a mamá a su siguiente cita médica”, seguido de un “pero es mejor que yo vaya a la cita porque soy la más indicada para contestar las preguntas del doctor”.
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Las razones que ofrecen los cuidadores “sí, pero...” para decir no después de haber dicho que sí no carecen de sentido. Sin embargo, con frecuencia su repentino cambio de parecer deja confundidos y frustrados a los demás. Incluso es posible que los familiares y amigos se sientan personalmente rechazados, como si la ayuda que podrían prestar se considerara deficiente; después de que esto sucede un par de veces, es posible que dejen de ayudar completamente. De esta manera, los cuidadores pierden un apoyo vital. Además, no reciben la ayuda que realmente necesitan para poder sostenerse en la función de cuidadores a largo plazo.
¿De qué manera pueden los demás comprender las decisiones de los cuidadores de tipo “sí, pero...” y convencerlos de que reciban la ayuda que originalmente habían aceptado? A continuación, te ofrecemos algunas ideas.
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