Vida Sana
Durante los períodos más difíciles de mis años como cuidador, nunca me sentí bien sobre casi nada de lo que hacía. Pensaba que era demasiado impaciente e irritable con mi madre con demencia. Me sentía negligente con mis hijos adolescentes. Estaba seguro de que, en mi estado de distracción, estaba engañando a mis clientes de psicoterapia. Pensaba que lo intentaba con firmeza pero fallaba patéticamente. Si estas percepciones eran realistas o no, retrospectivamente, lo que está claro es que estaba siento demasiado duro conmigo mismo. Me sentía culpable constantemente. Era como frotar sal en mis propias heridas, culparme a mí mismo no me hacía un mejor cuidador, padre o trabajador, sino que solo hacía que mis difíciles circunstancias fueran aún más dolorosas.
Es en parte por los recuerdos de este dolor que en la actualidad me duele cuando oigo a mis clientes que son cuidadores expresar su propio sentido de culpabilidad. Aunque cuidar de un ser querido durante esta pandemia es más difícil que nunca, para los cuidadores, esto no significa mucho. No para la hija de 51 años que piensa que le falló a su madre con ELA porque no estaba al lado de su cama en la UCI mientras su madre moría a causa de la COVID-19. (El hospital no lo permitía). No para la esposa de 75 años de un hombre con el mal de Parkinson, que se siente horrible porque no puede visitarlo en su hogar de ancianos. (El centro ha prohibido visitas por ahora). Ni para el hombre de 80 años que llevó a su esposa con demencia a casa desde el hogar de ancianos al principio de esta crisis de salud y ahora se siente abrumado cuidando de ella las 24 horas del día. (Teme contratar ayudantes de salud en el hogar y arriesgarse a que traigan el virus a casa). Todos estos cuidadores que luchan se juzgan a sí mismos con dureza.
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Desafortunadamente, el cuidador familiar que se siente culpable es tan común que se ha convertido en un estereotipo en nuestra cultura. Nos sentimos responsables de cuidar a alguien que amamos. Establecemos unas expectativas, a menudo demasiado altas, para la calidad del cuidado que proveeremos y el bien que haremos. Nos castigamos si no cumplimos con esas expectativas a la perfección. Parece lógico que los cuidadores redefinan esas expectativas y por lo tanto se sientan menos culpables. Pero las emociones con frecuencia no siguen la lógica. En mi experiencia profesional y personal, incluso ayuda menos cuando personas con buena intención dicen a los cuidadores que no tienen que sentirse culpables. Una vez activados, nuestros mecanismos de culpa no se desconectan de la noche a la mañana.
¿Es inevitable el sentido de culpa del cuidador? Probablemente no para todos pero sí para muchos de nosotros. ¿Cómo podemos controlar mejor esta culpa y tratarnos mejor a nosotros mismos, especialmente mientras luchamos contra una crisis de salud a nivel nacional? Aquí te presentamos algunas ideas:
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