Vida Sana
Mientras que a los trabajadores de hospitales que enfrentan la crisis de COVID se los ha destacado para reconocerlos —y con toda razón—, quienes prestan servicios de primera línea en los hogares de ancianos han permanecido, en su mayoría, ignorados. Pero ellos también han arriesgado su vida para proteger a los más vulnerables, personas que a menudo se sienten como de la familia. Se han convertido en salvavidas para los residentes y sus seres queridos al ofrecer consuelo y conexión en un momento arruinado por la crisis, el miedo y la muerte. Muchos trabajadores de hogares de ancianos han salvado vidas, y se han rehusado a abandonar su labor incluso cuando sus lugares de trabajo se convirtieron en epicentros de infección; en los centros de cuidados a largo plazo se produjo el 40% de las muertes por COVID. Y muchos trabajadores se han contagiado. Por encima de la mitad de los más de 15,000 hogares de ancianos del país recientemente reportaron al menos una infección de COVID entre su personal, según un análisis reciente de AARP.
Estas fotos muestran a los trabajadores de hogares de ancianos y a los residentes que los han reconocido por su servicio
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Su familia quería que se jubilara, pero ella continuó en su hogar de ancianos
Durante 14 años, Rosa María González, de 66 años, ha sido una auxiliar de enfermería certificada (CNA) en Friendship Village en Tempe, Arizona. Trabaja en el centro de enfermería especializada de la comunidad para jubilados, y ayuda a los residentes recientemente dados de alta de los hospitales a fortalecerse para que puedan volver a su casa. Es el tipo de trabajo que González soñaba hacer cuando era niña en la Ciudad de México, donde pudo asistir a la escuela durante solo tres años. “Me encanta lo que hago”, dice. “Creo que no podría hacer algo distinto”.
Ni siquiera durante la pandemia, que ha hecho que sus hijos la presionen para que se jubile. Ella genera confianza con los residentes y sus familias, nunca olvida un detalle y tranquiliza a las personas como Dorothy Denyer, que aparece junto a González en esta foto. Denyer, de 89 años, vino al centro a recuperarse de una infección respiratoria. “Mi segunda hija tuvo recientemente un accidente, y [González] me dijo que también oraría por ella”, comentó Denyer. “Siento como si la conociera de toda la vida.”
Una jefa de servicios de comidas se convierte en peluquera para consentir a los residentes aislados
Cuando Sofia Metovic comenzó a trabajar en Selfhelp Home en Chicago hace 31 años, lavaba platos. Ahora, a los 55 años, es la directora de servicios de comidas y supervisa a 42 empleados que sirven 525 comidas al día. Pero eso no es todo. Metovic también consiente a los residentes en el salón de belleza, un rol que asumió luego de que el hogar de ancianos cerrara sus puertas a personas ajenas al establecimiento —incluidos trabajadores no esenciales, como peluqueros— para combatir el coronavirus. El tiempo que Metovic pasa lavando y arreglando cabello, pintando uñas y aplicando maquillaje no se trata solo de la apariencia física. Ella conversa y establece conexiones en un momento en que muchos residentes se sienten desesperadamente aislados.
Una auxiliar de enfermería que trata a los veteranos “como si fueran familia”
Jim Evola ha vivido en Missouri Veterans Home en St. Louis durante casi cuatro años. El veterano de la Guerra de Vietnam y trabajador postal jubilado, de 71 años, padece la enfermedad de Alzheimer y estrés postraumático. A veces, puede ser una persona difícil, dice Iris, su esposa desde hace 30 años. Pero Dorothy Hicks, de 46 años, una auxiliar de enfermería certificada que ha trabajado en el hogar para veteranos durante más de 12 años, cuida a Jim y le ofrece consuelo constante a Iris. “Ella siempre ha estado muy atenta a él”, dice Iris. “Ella trata a los pacientes como si fueran familia”.
Hicks sorprende a Jim Evola con su refresco favorito, cerveza de raíz, y él responde a su voz. Él no habla mucho, pero las ocurrencias de Hicks lo hacen sonreír. Cuando Jim recién llegó al hogar, actuaba de forma combativa. Si ella se acercaba para cambiarlo, él levantaba su puño y le advertía: “Mejor no lo hagas”. Hicks aprendió rápido a ganarle en su juego, al levantar su propio puño y dar la misma advertencia antes de que él lo hiciera, y entonces Jim se relajaba y sonreía. Cuando el trabajador social del hogar programa llamadas por FaceTime entre Evola e Iris, es posible que Hicks baile alrededor fuera de cámara para que Iris pueda ver la sonrisa de su esposo. Él está bien afeitado, bien alimentado y cuidado, lo que es un consuelo para su familia en un momento en que no pueden visitarlo. “Ella se pone al nivel de los veteranos cuando habla con ellos”, dice iris, “y los mira a los ojos”.
Este director de actividades se hizo cargo de la empresa hogareña de un residente
Puede ser que las preocupaciones debido a la COVID hayan hecho que Merna Priestley, de 90 años, se aísle en su habitación, pero ella se rehúsa a quedarse sin hacer nada. Y David Castillo, el director de actividades de Good Samaritan Society-Millard en Omaha, Nebraska, se asegura de que no tenga que hacerlo. “Ella captó mi atención”, dice Castillo, de 26 años, quien se sumó al personal luego de que el coronavirus forzara al hogar de ancianos a un cierre de emergencia. “Como ella es muy activa, queríamos asegurarnos de tener algo más para ella siempre, para asegurar que no se aburriera”.
Castillo le trae a Priestley, que es una lectora voraz, muchísimos libros de la biblioteca. Ella juega bingo mediante transmisiones en vivo y ha aprendido a disfrutar de la música en su tableta, junto con la televisión durante el día. Y durante todo este tiempo, ha mantenido el negocio hogareño que tiene desde hace tiempo, que consiste en crear y vender gorras de invierno hechas de lana. Ella usa un telar circular y se sabe que ha tejido hasta 100 gorras al año.
La pandemia amenazó las ventas, habitualmente realizadas desde una mesa de exhibición en el vestíbulo del frente, por lo que Castillo filmó un video que compartió con las familias y el personal. Pronto, el periódico local también publicó una nota, y así se generaron “llamadas de todos lados acerca de las gorras de Merna”, dice Castillo.
“Mantiene mis manos ocupadas”, dice Priestley acerca de su trabajo. “No puedo quedarme aquí sentada sin hacer nada”.
Ella hace posibles las llamadas por FaceTime y crea una conexión con la familia
Con una cadera rota y sin ganas de darle una oportunidad a la rehabilitación, Don Redlin, de 97 años, llegó a Jenkins Living Center en Watertown, Dakota del Sur, días antes de que la pandemia de COVID-19 forzara al establecimiento a cerrar. Su familia se sintió desconectada y estaba ansiosa. La “estrella guía” en estos tiempos, dice su hija Mary Redlin, de 60 años, ha sido la coordinadora de actividades del centro, Buffy Neuberger, que ha trabajado allí durante 43 años. Don Redlin casi no escucha, lo que hace que las llamadas por teléfono sean imposibles. Pero con la ayuda de Neuberger, Mary y su madre de 94 años, Virginia, se comunican por FaceTime con él tres veces a la semana. Cuando Don ve a quien es su esposa desde hace 72 años y madre de sus ocho hijos, siempre dice “ojalá pudiera besarte”.
A principios de la pandemia, Redlin le decía a su hija “te veré en el cielo”. Luego, en octubre, el resultado de su prueba de coronavirus fue positivo y Neuberger, de 61 años, se convirtió más en un apoyo vital. Ella le daba actualizaciones a la familia mientras Don estaba en cuarentena y luchando contra la fatiga y la tos. Incluso se vistió con equipo de protección personal para continuar con la rutina de FaceTime. “Una vez más,” dice Mary, “¡Buffy es la Mujer Maravilla!”.
Neuberger está atenta a Redlin y comunica mensajes simples que tranquilizan, como “lo vi en el comedor y me saludó con la mano”, dice Mary. “Él no nos puede abrazar, no nos puede tocar, no puede besarnos. Pero hay un ser humano que está allí siempre, que sabe quién es él”.
Esta trabajadora social “ha actuado como si fuera familia porque no podemos hacer visitas”
Poco antes de que la COVID diera su golpe en Seattle, Washington, Alice Chu se mudó al hogar de ancianos de Kin-On, un proveedor de cuidados a largo plazo que presta servicios a la comunidad asiático-estadounidense. Chu, de 70 años, se tropezó a principios del año pasado en un estacionamiento, y en la caída se golpeó la cabeza y se dañó la columna. El accidente la dejó cuadripléjica y cambió su vida y la de su familia por completo.
La trabajadora social Mabel Luke, de 56 años, ayudó con la admisión y la transición de Chu. Y durante los meses desde entonces, mientras las puertas del establecimiento han permanecido cerradas a personas ajenas durante la pandemia, ella no ha cambiado, y brinda energía positiva y apoyo no solo a Chu, sino también a sus seres queridos. “Mabel ha sido esencialmente su familia porque nosotros no podemos ir a visitarla”, dice su hija Elaine Chu, de 48 años. “Ella es muy especial para nosotros”.
Luke, que ha trabajado en Kin-On durante más de 28 años y se puede comunicar en el idioma cantonés nativo de Alice Chu, ve si la mamá de Elaine está bien a diario. Si Chu, que usa un dispositivo Amazon Echo Dot activado por voz para hacer y recibir llamadas de su esposo y sus dos hijas, parece necesitar un poco de ayuda extra, Luke le envía un correo electrónico a la familia para sugerirles que sean más animados que de costumbre cuando llamen. Ella organiza las llamadas de la familia por Zoom y ayuda a Chu a enfocarse en más que el accidente. Es posible que ella participe un poco en las llamadas por Zoom y diga “Alice, ¿no quieres saber cómo están tus nietos?”.
Luke hace que este abrumador momento sea un poco más fácil de sobrellevar. “Mabel es la mejor”, dice Chu por correo electrónico, a través de su hija. “Ella ayuda por encima de sus responsabilidades”.
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