Vida Sana
"¿Escuché decir ostras?" mi suegro le pregunta a la camarera. "¡Nunca digo que no a las ostras!" Él las pide y más tarde, de postre, llega el mousse de chocolate que dice "feliz cumpleaños" escrito con salsa en el plato, con una sola vela alta que representa todos sus 93 años.
Es uno de esos días soleados en California; y no solo por la luz ámbar del viñedo que desde afuera ilumina nuestra mesa. Mis tres hijas adolescentes, lindas en sus vestidos de verano apropiados para un desayuno-almuerzo, han estado disfrutando de las historias de su abuelastro.
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"Cuéntanos de cuando Jim tenía el pelo largo", le piden. "¿Tenía tabla de surfear?".
Jim, mi esposo desde hace tres años, se ruboriza ante los cuentos de años pasados. Pero puedo ver que también está feliz de ver a su padre tan contento.
"El abuelo Don", como mis hijas lo llaman, se vino a vivir con nosotros después de la muerte de la que fue su esposa durante 65 años. Llevaban 75 años de conocerse y se tomaron de la mano hasta el final. Ya no está en capacidad de conducir o incluso de caminar muy lejos sin un andador. Tiene problemas de corazón, degeneración macular, sordera en un oído y, como él mismo dice mientras se frota los nudillos, "mi espantosa amiga, la Sra. Artritis". Jadea y hace ruidos preocupantes incluso cuando solo está sentado.
También tiene buen humor, es ingenioso y nunca olvida dar las gracias. Tiene mejor memoria que nosotros para recordar sus pastillas tres veces al día y sus gotas para los ojos cada noche. Cuando se le ofrece postre se le levantan las cejas y se le forman los hoyuelos. "¡Convénzanme!" dice en tono de broma.
Con nuestra familia combinada de seis hijos, en edades entre los 15 y los 26 años, Jim y yo habíamos estado contando los días, esperando tener el nido vacío. Así que es irónico que ahora hemos aumentado el tamaño de nuestra familia por el otro extremo del espectro de las edades. Pero ese impulso de retribuir es fuerte. Año tras año, los padres de Jim habían sido más que generosos con sus cuatro hijos. La hermana de Jim y su familia, que viven en la región rural de Maine, los acogieron cuando su madre desarrolló demencia. Después de que ella falleciera, terminó el bullicio social de cuidadores las 24 horas, y los nietos de Maine, ahora en la universidad, también se habían ido. Mi suegro se veía solitario. Le encantaba California. Así que era un buen momento para que Jim también retribuyera.
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