Vida Sana
Sterling “Ruffin” Maddox Jr., de 78 años, era una persona influyente en el área de Washington, D.C. Ingeniero civil, fue legislador estatal por Maryland y trabajó como promotor y agente inmobiliario.
Era una persona sociable por excelencia, el tipo de persona que normalmente reuniría una gran multitud en su funeral. Pero estos tiempos no son tiempos normales.
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Luego de la muerte de Maddox por COVID-19 el 24 de marzo en un centro de vida asistida en Virginia, hubo un velorio privado en una funeraria de Maryland. Asistieron solamente sus dos hijas, dos nietos y, gracias a la aplicación FaceTime, un pastor. Sus hijas pusieron un teléfono celular sobre una almohada cerca del oído de Maddox en el ataúd para que sus dos hermanos en Florida pudieran despedirse.
Su hija menor, Jennifer Maddox Sergent, de 50 años, dice que no esperaba que la muerte de su padre fuera distinta a la de su madre, quien falleció en el 2017. Ella y su hermana Katharine estuvieron junto a su madre y sostuvieron sus manos.
"Fue una muerte hermosa", dice Sergent. "Ese no fue el guion que tuvimos que seguir esta vez".
Antes de contraer el coronavirus, Maddox sufría del mal de Parkinson y demencia. El hecho de que la residencia prohibió las visitas en marzo significó que sus hijas no pudieron estar con él en sus últimos 12 días.
"Nuestra experiencia se ha repetido decenas de miles de veces en todo el mundo", dice Sergent. “Pasas días y semanas sin poder ver a tus seres queridos, y de repente ya no están, nunca puedes despedirte en forma apropiada".
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