Vida Sana
Si suena el teléfono en mi casa después de las 9:30 p.m., es probable que me asuste muchísimo. Me aumenta la presión arterial, se me dispara la adrenalina y mi cerebro se vuelca a escenarios de “¿y si fuera que...?” antes de seguir respirando. Así es la naturaleza del trauma (por lo menos el mío), el latigazo mental y físico que tuve cuando me sumergí en un instante en el mundo de los cuidadores familiares con una llamada telefónica.
Para quienes han pasado, o pasarán, de un día de rutina al caos de una crisis, no existe preparación, no hay tiempo para pensar en estrategias sobre qué hacer ni cómo actuar. Los días, las semanas y los meses siguientes se sienten atemorizantes, inseguros, turbulentos y del todo desconocidos. Un amigo mío describió la experiencia de encargarse de forma imprevista de cuidar a alguien como despertarse y descubrir que estás en la superficie de la luna, un lugar muy ajeno.
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La vida sin un plan de acción
En el 2014, Karen Warner Schueler, quien tenía 60 años, contestó una llamada de su esposo Joel, de 67, quien le dijo que él tenía cáncer de pulmón en estadio IV. Antes de ese diagnóstico, ambos habían tenido carreras prósperas como consultores, durante las que viajaron por el mundo y trabajaron para algunas de las compañías más conocidas del planeta. En el período subsiguiente a esta noticia, ella se imaginó que habría algún tipo de mapa o guía de orientación con los que podría aprender cuáles eran los próximos pasos y cómo organizar sus vidas. Sin embargo, al parecer no existían los consejos ni el plan táctico que necesitaba.
“Tuve la fantasía de que el hospital me daría una aplicación móvil, yo escribiría ‘cáncer de pulmón en estadio IV’ y sabría en concreto qué hacer”, dice Schueler. “Nada más lejos de la realidad. No esperen que el mundo médico tenga las respuestas exactas para ustedes o la persona a su cargo. Los médicos nos pedían todo el tiempo que les dijéramos lo que habíamos decidido, lo que solo aumentaba mi sensación de pánico”.
Si bien quien se vuelve cuidador de forma inesperada no cuenta con preparativos, señales de advertencia ni circunstancias que cambian despacio, el cuidador a largo plazo por cierto enfrenta situaciones de crisis. Schueler, como muchos otros, se enfrascó en lo más difícil con su esposo, improvisó a medida que avanzaba y tuvo que intentar resolver la situación.
“Cuando me llamó mi esposo, yo no sabía qué era cuidar de un ser querido”, cuenta. “Y de buenas a primeras, la vida que conocía se terminó. Además, yo siempre había tomado las decisiones junto con Joel, y el hecho de que eso le había pasado a él fue muy desorientador”.
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