Vida Sana
El momento en el que nuestros padres pierden su independencia es el comienzo de un proceso íntimo y muy personal para cada familia. Hace poco escribí sobre algunas de las consideraciones importantes para tener en cuenta al buscar centros de cuidado a largo plazo para nuestros padres. Otra opción es el hogar multigeneracional, que solía constituir una forma de vida en Estados Unidos. Además, por supuesto, vivir con tus padres mayores es una decisión que conlleva ciertas consideraciones y muchas recompensas increíbles.
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Mi abuela materna tenía una personalidad colorida y exuberante. Al ser concertista de piano, tenía una gran presencia que no necesariamente combinaba con la personalidad de mi padre. Ya desde niña comprendí que mi padre disfrutaba de la compañía de mi abuela, pero en pequeñas dosis. Cuando la salud de mi abuela comenzó a decaer después de fallecer mi abuelo, la opción de vivir con nosotros no se discutió nunca. La distribución y el tamaño de nuestra casa, además del esfuerzo que significaría para mi madre, no eran una opción. Mi abuela se mudó a un centro de cuidados de adultos mayores cuando empeoró su enfermedad de Parkinson, y mi madre dedicó parte de cada semana para ocuparse de todo lo que mi abuela necesitaba. Sin embargo, al no tener ese contacto frecuente, ella dejó de estar presente en mi vida.
Vivir con un padre y cuidarlo cada día es uno de los actos de devoción más íntimos y excepcionales que puede ofrecer un hijo adulto. Tuve este privilegio durante los veranos que mi madre venía a quedarse seis semanas con nosotros, en las que se convertía en parte del panorama cotidiano y observaba la evolución de sus nietos a medida que crecían. Siempre atesoraré esos momentos.
Separados pero juntos
Carolyn Cross Daley, que tiene 54 años y vive en Slingerlands, Nueva York, trasladó a su casa a su madre, Elayne Cross, cuando tenía 75 años. La familia Daley le construyó un anexo al hogar mientras Elayne era hábil e independiente, y allí tenía su propia entrada, una puerta interna para ingresar al resto de la casa y su propia pequeña cocina y un lavadero. Este sistema resultó ser adecuado para todos y le permitió conservar su independencia sin dejar de ser parte de la familia. “Vivir en la misma casa significaba que podía estar presente en muchas situaciones —especialmente en los momentos cotidianos e informales— y luego retirarse a sus habitaciones”, recuerda Daley.
Cuando tenía 84 años, su madre tuvo convulsiones debido a una reacción a un medicamento, lo cual le produjo un deterioro cognitivo y físico. Daley, su esposo Shawn y sus tres hijos le brindaron lo necesario para ayudarla en su vida cotidiana durante los siguientes nueve años, hasta que falleció en el 2020 a los 93 años, justo antes de la pandemia de COVID-19. “Los últimos tres años cobraron intensidad a medida que progresó la demencia”, dice Daley. “Nunca necesitamos la ayuda de auxiliares de salud, pero en ocasiones tuvimos que contratar acompañantes durante el horario laboral”. Daley describe este trabajo de amor como un compromiso que implica grandes sacrificios y recompensas. “Ya no teníamos la posibilidad de hacer un viaje espontáneo, y nuestra vida social sufrió un tremendo impacto”, explica. Daley también continuó trabajando en un lugar en el que cobraba menos de lo que podría haber cobrado en otros lugares, pero que le ofrecía el horario flexible que le permitía hacerse cargo del cuidado de su madre.
Daley señala que “a pesar de todo eso, la recompensa de brindar amor y apoyo a un padre mayor superó todo el sacrificio. Mis hijos crecieron con la presencia de su abuela en su vida cotidiana, en las cenas y los eventos deportivos, además de compartir pasatiempos e intereses. Fueron testigos y parte integral del amor incondicional en acción”.
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