Vida Sana
| Steve Cole, investigador de genómica, nunca había pensado demasiado en la soledad y ni en el dolor que causa hasta que analizó una pequeña muestra de glóbulos blancos con un microscopio molecular. Lo que vio le cambió la vida.
La soledad lleva consigo un estigma que dificulta los intentos de ayudar a quienes la padecen. Implica que uno fracasó en el aspecto social.
La muestra era una de varias obtenidas de unos cuantos hombres y mujeres que se sentían muy solos. Lo que observó Cole fue sorprendente: en cada una de las muestras, parecía que los glóbulos sanguíneos estaban en estado de máxima alerta, pues respondían igual que lo harían frente a una infección bacteriana. Era como si las personas se encontraran bajo el asalto mortal de una enfermedad: la de la soledad.
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Pero lo que más sorprendió a Cole, profesor de medicina, psiquiatría y ciencias biológicas del comportamiento en la Facultad de Medicina de UCLA, fue la reacción del público al estudio subsiguiente del que fue coautor, cuando se divulgó en el 2007.
“Me impresionó bastante el impacto que tuvo a nivel societal”, dice. Como profesor universitario, él estaba “acostumbrado a publicar hallazgos que les interesaban a los científicos pero no al público en general”. En esa época, recibió muchos correos electrónicos en los que personas comunes y corrientes le agradecían por su trabajo y compartían relatos sobre seres queridos a quienes la soledad les destruyó la vida. “Eso me llevó a respetar la soledad como un tema y un enemigo”, agrega Cole. “Y me envió en una dirección muy distinta a la que había tenido hasta ese momento”.
¿Podría encontrarse algo para eliminar la soledad en la farmacia? Se ha vuelto evidente que el dolor causado por la soledad es real. Si ese es el caso, ¿podría haber un tratamiento para el dolor?
Muchas de las personas que estudian la soledad dicen, de manera similar, que tienen la sensación de que su trabajo de investigación es una misión. La soledad, según Louise Hawkley, investigadora científica sénior en University of Chicago, “es una experiencia humana universal; al ser los seres sociales que somos, debe haber repercusiones cuando esas conexiones sociales no se dan”. Hay una necesidad humana de pertenecer a una red social y de sentirse conectado e integrado a esa red, menciona. Cuando no existe esa red social, “las consecuencias son muy reales en términos de la salud mental y física”.
El verdadero costo de la soledad
Según un estudio realizado por investigadores del Instituto de Política Pública de AARP y de las universidades Stanford y Harvard, los impactos de vivir en aislamiento social agregan casi $7,000 millones al año a los gastos de Medicare (en inglés), en su mayoría debido a las hospitalizaciones más prolongadas. La hipótesis de los investigadores es que esto es el resultado de la falta de apoyo comunitario en el hogar.
“Se sigue demostrando en los estudios que la soledad y el aislamiento tienen efectos negativos para la salud que son perjudiciales en particular para los adultos mayores”, afirma Lisa Marsh Ryerson, presidenta de AARP Foundation. “Además, según los hallazgos de nuestras propias investigaciones (en inglés), las personas de menores ingresos a menudo corren mayor riesgo de sentirse aisladas”.
La lucha contra el aislamiento social
Connect2Affect (en inglés) es la iniciativa a largo plazo de AARP Foundation para eliminar el aislamiento y construir las conexiones sociales que los adultos mayores necesitan para prosperar. Connect2Affect.org ofrece herramientas y recursos en inglés para ayudar a las personas a evaluar su riesgo de aislamiento, llegar a otras personas que puedan sentirse solas y desconectadas de los demás, y encontrar maneras prácticas de reconectarlas con la comunidad.
Ha habido una oleada de titulares enfocados en las investigaciones sobre estos impactos. Parece que todos los días los científicos descubren más maneras en las que la soledad puede atacar el cuerpo y acortar la vida. La soledad mata —en una variedad de estudios, se descubrió que nos hace más propensos a fallecer debido a una enfermedad del corazón y que es un factor que contribuye a otras enfermedades mortales—. Nos vuelve más vulnerables a tener la enfermedad de Alzheimer y la presión alta, a suicidarnos y hasta a tener un resfriado común. Según dicen los investigadores, es más peligrosa para nuestra salud que la obesidad y equivale a fumar 15 cigarrillos al día.
Las investigaciones son preocupantes, pero para la mayoría de nosotros, también resultan confusas. ¿Cómo captan los científicos un sentimiento omnipresente, duradero y universal, y lo convierten en un conjunto de estadísticas alarmantes? ¿Cómo puede una emoción abstracta acortar la vida? ¿Cómo es posible definir una palabra que significa tantas cosas en circunstancias distintas?
La mayoría de nosotros estamos muy familiarizados con solo un tipo de soledad: la nuestra. Sin embargo, para quienes la estudian, la soledad es un misterio múltiple, algo cambiante cuya apariencia se transforma según el espejo donde se refleje. Algunos especialistas descubren sus detalles en las estadísticas; otros, en las tomografías del cerebro. Otros más los ven en los patrones de comportamiento de las personas que padecen de soledad.
En conjunto, quienes trabajan en este campo usan una serie compleja de métodos. Los investigadores han infectado a voluntarios con virus de resfriados, medido la distancia física a la que se mantienen las personas solitarias casadas de sus seres queridos, privado de sueño a estudiantes universitarios y herido los sentimientos de participantes que compiten en juegos contra una computadora. Los científicos han estudiado el lenguaje corporal y los movimientos de los ojos, construido sofisticadas estructuras estadísticas y hecho seguimiento a participantes por años para determinar quiénes mueren más jóvenes, se enferman más, padecen demencia y tienen depresión. Sin embargo, intentar medir un concepto tan esencialmente amorfo puede ser como trazar el mapa de un país que solo puede verse en la oscuridad.
¿Qué significa sentirse solo?
Muchas de las estadísticas preocupantes sobre la soledad provienen de estudios que no solo analizan la manera en la que se siente, sino que también examinan pistas de su presencia proporcionadas por otros factores más cuantificables —el aislamiento físico, el estado civil, el número de amigos y familiares cercanos, y el tiempo que se pasa viendo televisión—.
“Necesitamos definir en concreto cuál es el problema”, dice Julianne Holt-Lunstad, profesora de psicología y neurociencias en Brigham Young University. “¿Se trata en particular de la soledad, o es que la gente cada vez se desconecta más en lo social de varias maneras?”. Agrega que hasta hace poco, existían pocos datos sobre la soledad de por sí. “Pero hay otros tipos de indicadores que se recopilan automáticamente y sugieren que estamos perdiendo las conexiones sociales. Tenemos pruebas provenientes de datos del censo de que el número de personas que viven solas ha aumentado, además de que han bajado las tasas de matrimonio y subido las tasas de parejas sin hijos. Sabemos que la falta de conexiones sociales nos hace correr mayor riesgo”.
Holt-Lunstad reconoce que quienes viven solos no necesariamente se sienten solitarios, y que hay muchos que podrían pertenecer a una familia muy unida y todavía sentirse desconectados. Pero dice que un sentimiento subjetivo de soledad no es la única manera de medir la vulnerabilidad de una persona a los riesgos de salud. Factores objetivos tales como la situación de vivienda podrían tener la misma importancia. Simplemente vivir solo o en un lugar aislado podría ser igual de perjudicial para la salud como sentirse solo.
Holt-Lunstad es coautora de un estudio de referencia que se menciona a menudo. El estudio es un análisis de tres grupos de personas que podrían considerarse como que no tienen suficientes conexiones sociales: quienes estaban aislados socialmente de otras personas, quienes se describieron como muy solitarios y quienes vivían solos. En el estudio se agruparon datos recopilados de 70 estudios que hicieron seguimiento a un total de 3.4 millones de participantes durante un promedio de siete años. La conclusión fue sorprendente. Cada uno de estos grupos enfrentó aproximadamente el mismo aumento del riesgo de una muerte prematura: un 32% para quienes vivían solos, un 29% para quienes estaban aislados socialmente de otros y un 26% para quienes se describieron como muy solitarios.
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