Vida Sana
El perro es viejo.
Sin darse cuenta, ha envejecido. Quizás también me pase lo mismo, si tengo suerte. Quizás ya me ha pasado. Pero, ¿qué ser humano tiene los genes, la suerte y el puro tino de camuflar los años tan bien como este increíble ejemplar de carisma canino?
Tiene dientes brillantes; un hocico negro; un pelaje plumoso. Rebota un balón de fútbol con el hocico. En la calle, todos se enamoran de él. "¡Tu perro es tan hermoso! ¿Cuántos años tiene?" frecuentemente me preguntan. Se asombran al oír su edad. Tiene 10 años. Tiene 12 años. Tiene 14 años. Y así es, año tras año. Es eterno; es inmortal.
Pero echemos una segunda mirada. Cuando corre, lo hace con las patas rígidas. En la profundidad de sus iris se acumulan nubes —cataratas, me informa un amigo oftalmólogo—. "Es viejo", le digo a todos los que me preguntan. "Es un anciano". Acaricio su cabeza. "¿No es así? ¿Quién es un anciano?"
El perro alza su mirada. ¿Yo?
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Los "años perrunos" son fluidos; las razas más pequeñas viven por más tiempo que las más grandes, y ninguna parece verdaderamente volverse más vieja y más sabia, como se supone nos volvemos nosotros. Emocionalmente, los perros domésticos viven en un tipo de adolescencia perpetua, un largo crepúsculo veraniego de juegos, siestas y rutinas felices en compañía de padres que nunca envejecen y no te permiten madurar.
El término científico para esta condición de Peter Pan es la "neotenia" —cuando los adultos retienen cualidades juveniles— y es una de las muchas características de los perros más viejos sobre las que desean informarse los investigadores de la longevidad. Daniel Promislow, que estudia el envejecimiento en la University of Washington, recientemente reunió a científicos de variadas disciplinas para unirse al Canine Longevity Consortium (CLC, Consorcio de Longevidad Canina). Respaldados por una subvención del National Institute on Aging (Instituto Nacional sobre el Envejecimiento), están llevando a cabo el trabajo preliminar para realizar el primer estudio longitudinal a nivel nacional del envejecimiento canino.
¿Por qué? Los investigadores están explorando una idea audaz: los perros son, de muchas maneras, un reflejo de nuestra propia especie. "A diferencia de la mayoría de los modelos [animales] usados para estudiar el envejecimiento, los perros no están en un laboratorio sino que comparten nuestro mismo ambiente", dice Promislow. Los perros domésticos muestran una variabilidad genética enorme, consumen alimentos procesados, duermen en nuestros hogares (mejor dicho, en nuestras camas) y gozan de acceso a una atención médica parecida a la que reciben las personas.
Cada vez más, también se enferman y fallecen como nosotros: desarrollan artritis y enfermedades cardíacas y muchos de los mismos cánceres; se vuelven delicados y olvidadizos. Con frecuencia sus vidas se prolongan a través de costosas intervenciones médicas. Promislow y sus colegas esperan descubrir los factores que les permiten a ciertos perros eludir estas indignidades. Una propuesta: darles a los perros más viejos una dosis baja del medicamento rapamicina, que ha sido eficaz en la prolongación de vida en ratones hasta en un 13%. Se espera que si funciona para ellos, funcionará para nosotros.
Duerme mejor y pesa menos
No sabemos exactamente cuántos años tiene el perro. A mediados de los años 1990 un amigo lo rescató; era un perro callejero, flaco y cauteloso, pero adulto. Era lo que hoy en día los sociólogos denominarían un adulto emergente. Esto resultó ser conveniente, ya que yo también era uno.
Adquirí el perro como una declaración de madurez incipiente, justo después de mudarme a mi primer apartamento decente y unos cuantos años antes de casarme. Esta fue una época en la que tomé muchas decisiones dudosas, y fiel a ese espíritu, le di al pobre animal un nombre chistoso: Foghat, por la banda hirsuta de rock de los años 70. Sencillamente pensé que sonaba gracioso.
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