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Lecciones para encontrar felicidad en los tiempos difíciles

Investigadores opinan que estamos programados para la dicha, y lo que esto significa para la resiliencia.


spinner image Un dibujo de una mujer caminando por una calle mientras usa una mascarilla
ILYA MILSTEIN

En la breve lista de canciones que han alegrado al mundo, te costará mucho encontrar alguna que supere “Here Comes the Sun”, de los Beatles, con su melodía acompasada y su letra intensamente optimista (“los rostros vuelven a sonreír”; “Siento que el hielo de a poco se derrite”).

No es de extrañar que se haya escuchado sin cesar en los sistemas de altavoces en hospitales como un bálsamo acústico en algunos de los lugares con más estrés y angustia del planeta: las unidades de terapia intensiva repletas de pacientes con COVID-19 que luchan por su vida.

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En el Lenox Hill Hospital de la ciudad de Nueva York, la canción comenzaba cada vez que un paciente de coronavirus recibía el alta o se recuperaba lo suficiente como para respirar sin la ayuda de un respirador artificial. “En el hospital todos están bajo una tremenda presión”, señala el Dr. Steven Feinsilver, un pulmonólogo que ha estado a cargo de casos pulmonares no relacionados con la COVID-19 para permitir que sus colegas se ocuparan de los casos de coronavirus. “Especialmente para los que veo en la primera línea de la atención crítica, esto es como un campo de batalla. El trabajo es incesante. Escuchar esta canción en el altoparlante es maravilloso. Es justo lo que todos necesitan para recordar que hay pacientes que se están recuperando. Por un momento te sientes bien”.

Sentirte bien puede ser lo último que tengas en mente cuando la pandemia de coronavirus entra en su sexto mes en el país. Mientras luchamos por recuperarnos después de lo que posiblemente sea una de las peores calamidades mundiales en términos de salud y economía, nos preguntamos si siquiera hablar de felicidad es algo egoísta o inapropiado.

Todo lo contrario, según innumerables investigadores. Buscar la felicidad y, más que eso, encontrarla, es más importante en los momentos difíciles, señala Laurie Santos, profesora de psicología en Yale University. “La felicidad nos da la resiliencia para salir adelante. Este es un momento difícil porque la crisis es tanto física como mental. En este momento, ser felices debería preocuparnos más, y no menos”.

No debemos subestimar el estímulo emocional que nos da esa canción de los Beatles, advierte Amanda Griffiths, administradora de enfermería de Lenox Hill. La canción se escuchó cerca de veinte veces en el mismo día, recuerda Griffiths, y cada vez que la repetían ella se sentía mejor. “Era como una sensación irresistible de, vaya, estamos produciendo cambios. Me emocionaba hasta las lágrimas”.

Es claro que el tipo de felicidad que importa en los momentos difíciles no tiene nada que ver con los sombreros de cumpleaños ni las caras sonrientes. “No se trata de una ilusión de regocijo y deleite al estilo Hollywood”, señala la psicóloga María Sirois, autora del libro A Short Course in Happiness After Loss. “La felicidad que ayuda en los momentos más difíciles es realista. Reconoce los temores y las ansiedades. Busca significados. Nos nutre y nos sustenta”.

Para entender mejor la felicidad y la función que cumple en los tiempos difíciles, AARP me pidió que hablara con un grupo de investigadores y médicos que se especializan en todos los aspectos del tema para descubrir las verdades profundas de la alegría. Esto es lo que quieren que sepas.

Lección 1: es posible encontrar felicidad en los malos momentos

spinner image Dibujo de un hombre acostado en el piso rodeado de libros, álbumes de musica, café y frutas
ILYA MILSTEIN

Receta para la felicidad: escucha música

Cuando las órdenes de permanencia en el hogar comenzaron a arraigarse a mediados de marzo, dos niños de Columbus, Ohio, idearon una manera simple de ayudar a una vecina a sobrellevar el aislamiento. Taran Tien, de 9 años y su hermana Calliope, de 6, llevaron sus violoncelos al porche de la casa de Helena Schlam y tocaron un concierto improvisado para la fanática de Mozart, de 78 años. “Fue maravilloso”, señala Schlam. “La música es un consuelo para mí”.

De hecho, en los tiempos difíciles la música nos puede ayudar a aliviar la angustia mental. “Es casi como una aspirina. Si te duele la espalda, te da un poco de alivio”, señala Andy Tubman, jefe de terapéutica en Music Health Technologies, cuyos productos SingFit guían a las personas que padecen demencia en ejercicios de canto. “La música puede ser una distracción saludable en ese sentido”.

AARP y el Global Council on Brain Health (GCBH, Consejo Mundial sobre la Salud Cerebral, en inglés) tienen planes de publicar un informe sobre el efecto de la música en el cerebro el 21 de junio, World Music Day (en inglés). “Quienes estudian el cerebro han demostrado que escuchar la música que te gusta puede provocar la liberación de dopamina, una sustancia química que aumenta el sentimiento de felicidad”, explica Sarah Lenz Lock, vicepresidenta sénior de Política y Salud Cerebral de AARP y directora ejecutiva de GCBH.

En los tiempos difíciles también surgen canciones de empoderamiento. Durante la pandemia, entre otras canciones, el compositor Nick Lowe, de 71 años, interpretó su himno “(What's So Funny ‘Bout) Peace, Love & Understanding” en programas virtuales desde su casa. “Cantarle a un teléfono es una experiencia totalmente nueva para mí”, señala. “Pero cuando el público ve a un músico que está sentado en su casa y que no está asustado, supongo que eso los alegra”.

Para colaborar con la iniciativa, AARP compiló una lista de canciones para escuchar en Spotify, Canciones que alegran y dan esperanza.

Cuando ocurre una crisis devastadora o una catástrofe global, con frecuencia sucede algo sorprendentemente positivo. Dos meses después de los ataques terroristas al World Trade Center en el 2001, una encuesta que llevó a cabo University of Pennsylvania con más de 4,000 personas en el país descubrió que sentían más gratitud, esperanza, bondad y amor que antes del 11 de Septiembre. Y el efecto no fue temporal. En un estudio que State University of New York llevó a cabo durante tres años con 1,382 adultos, el 58% indicaron que continuaban viendo consecuencias positivas de los ataques.

No hundieron la cabeza en la arena ni hicieron de cuenta que la catástrofe no había ocurrido. Un estudio a cargo de la profesora de psicología Barbara Fredrickson, ahora en University of North Carolina en Chapel Hill, halló que los alumnos reconocieron el gran desaliento, enojo y temor que sintieron después del 11 de Septiembre, pero algunos también se sintieron inspirados por lo que Fredrickson llama la “magia cotidiana” de las emociones positivas momentáneas, como las que sintieron hace poco los pacientes del hospital al escuchar “Here Comes the Sun”.

“Encontrar un significado positivo puede ser el impulso más poderoso para cultivar emociones positivas en los tiempos de crisis”, advirtió Fredrickson en el estudio.

La felicidad ayuda a crear y mantener la resiliencia emocional de forma intuitiva. Sin embargo, lo contrario también es cierto. La resiliencia emocional, es decir, saber cómo superar una crisis con un poco menos de desaliento y un poco más de cordura y perspectiva, también puede conducir a la felicidad.

Los estudios médicos lo confirman. Descubrieron que las personas que enfrentaron una crisis grave de salud (como cáncer, lesión de la médula espinal o dolor crónico debilitante) y encontraron un significado más profundo en su difícil situación, también sintieron más bienestar emocional. ¿Cómo? Al dejar de alimentar su sentido personal de tragedia y comenzar a fomentar la empatía con otros que podrían estar en peores situaciones. Es por eso que tantos voluntarios sienten una profunda alegría al hacer lo que hacen.

Por supuesto que nunca es bueno sufrir. Y ahora, más de un tercio de los habitantes del país dicen que esta pandemia está afectando profundamente su salud mental, según una encuesta nacional de la American Psychiatric Association. Este puede no ser el momento de concentrarse en la diversión y la risa. Sin embargo, algo más profundo puede ayudar. La psicóloga Maria Sirois, quien ha escrito sobre la resiliencia emocional de los niños que padecen cáncer y sus familias, lo llama “positividad”: una combinación de realismo, esperanza y compasión. El psiquiatra Viktor Frankl, sobreviviente del Holocausto, lo llamó acertadamente “optimismo trágico”.

La buena noticia es que todos podemos intentar lograrlo. Se calcula que después de una crisis, hasta dos tercios de los adultos en realidad sienten más bienestar, lo que la American Psychological Association llama “crecimiento postraumático”.

Para llegar a estos estados emocionales constructivos, lo primero es reconocer lo malo, señala Sirois. “Podría mirar Netflix siete horas al día sin parar, pero eso no alimentará mi espíritu, mis emociones ni mis relaciones”, advierte. “Date permiso para sentir lo que realmente estás sintiendo”.

Luego, piensa en las cosas que son importantes para ti ahora.

“¿Cuáles son los valores que más cultivas? Podría ser más amabilidad, espiritualidad, apreciar la vida con todos los momentos grandes y pequeños, usar más tus propias fortalezas en el mundo”, señala Sirois. Por último, actúa para alcanzar estos objetivos. Ve despacio. Da pasos pequeños. “Cuando prestas atención al modo en que construyes tu vida en este momento, no te sentirás una víctima de lo que está sucediendo”, señala. “Las personas resilientes saben que tienen esta opción. La felicidad no viene desde afuera”.

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Lección 2: renuncia a las ideas equivocadas sobre la felicidad

Laurie Santos sabe mucho sobre las personas infelices. Al haber sido testigo del estrés y la desdicha que sentían sus alumnos en Yale, en el 2018 la profesora de Psicología programó un curso titulado Psicología y la buena vida, en el que revelaba los fundamentos físicos y emocionales de la felicidad y lo que se podría hacer para fortalecerlos. El curso se convirtió en un fenómeno instantáneo en la universidad y luego en el mundo. Casi un millón de personas de todas las edades se inscribieron en la versión gratuita en internet (en inglés) durante los primeros tres meses de este año.

La clase en línea consiste en diez sesiones y analiza todas las estrategias para alcanzar la felicidad que probablemente ya conozcas y que tienen respaldo científico, como comer bien, dormir bien, hacer ejercicio y controlar el estrés. Sin embargo, Santos también hace hincapié en disipar las ideas equivocadas que impiden lograr el verdadero bienestar.

Aparentemente, como somos malísimos para predecir lo que realmente nos hace felices, tratamos de conseguir las cosas equivocadas (dinero, prestigio) y pasamos por alto las cosas únicas de todos los días que realmente nos llenan de alegría. En primer lugar, nos comparamos con los demás en vez de intentar alcanzar nuestra propia dicha. “Compararnos con los demás es una excelente manera de sentirnos menos felices”, señala Santos. Un caso concreto: en estudios con medallistas olímpicos, los que ganaron la medalla de bronce se veían verdaderamente más felices con su tercer lugar que los que ganaron la de plata. Según Santos, “es fácil sentirse culpable por no haber ganado la medalla de oro y olvidarte de la increíble experiencia que estás viviendo”.

También nos acostumbramos tanto a las cosas buenas de la vida que nos olvidamos de sumergirnos en ellas. También subestimamos las cosas simples porque parecen tan… simples. En resumidas cuentas: “nuestra mente es pésima para lograr la felicidad”, señala Santos. “Está naturalmente programada para sobrevivir. Le prestamos más atención a los problemas. Hay que hacer un esfuerzo para ser felices”.

Se ha demostrado que estas tres estrategias de su curso y de otros expertos aumentan la felicidad.

Conéctate

La conexión humana es la receta clásica, la sopa de pollo para la felicidad que destacan algunos de los expertos más confiables en el tema. Entre ellos se encuentra el Dr. Robert Waldinger, de 83 años, quien dirige el Harvard Study of Adult Development, considerado el estudio sobre el bienestar de mayor duración de la historia.

“El mensaje más claro que nos transmite el estudio es el siguiente: las buenas relaciones nos mantienen más felices y más saludables, y punto”, señala. Al parecer, se envía una sensación de dicha a las células que reduce las fuerzas corrosivas (como inflamación y estrés) que “con el tiempo deterioran varios sistemas del organismo, como las articulaciones, el sistema cardiovascular, el cerebro”, advierte Waldinger.

Otra conclusión clave: “No se trata de la cantidad de amigos que tienes ni de si estás en una relación estable. Lo que importa es la calidad de las relaciones que tienes”, explica Waldinger. “Eso es algo en lo que podemos trabajar a cualquier edad”.

Muévete… y respira 

La actividad física puede potenciar tu felicidad al reducir el estrés y liberar sustancias químicas cerebrales que te hacen sentirte bien. El yoga es una buena opción.

“La combinación de posturas simples y respiración profunda te puede hacer sentir más feliz”, señala Amy Weintraub, instructora y autora del libro Yoga for Depression. “Le aporta más oxígeno al cerebro, estimula el nervio vago que calma la ansiedad metal y, con el tiempo, también puede producir cambios cerebrales favorables”.

Hazte un momento para disfrutar

Una manera maravillosa para aprender a disfrutar es hacer una pausa para gozar de los momentos maravillosos, como un amanecer, el canto matinal de los pájaros o la alegría que nos brindan las mascotas. También puedes entretener un recuerdo entrañable, escuchar música que te transporte a algún momento especial o detenerte a mirar algunas fotos viejas. “El hábito de disfrutar las cosas puede aumentar la felicidad durante períodos más largos", señala Jennifer Smith, directora de investigación de Mather Institute en Evanston, Illinois.

Lección 3: trabaja con la biología de tu felicidad

Estas son las noticias optimistas: en general, las personas se vuelven cada vez más felices a medida que atraviesan la edad avanzada. “En realidad, la felicidad se desarrolla en una curva en forma de U”, señala David Blanchflower, un economista de Dartmouth College que en enero publicó dos informes sobre el tema que acapararon mucha atención. En pocas palabras, en general las personas alcanzan niveles altos de felicidad poco después de los 20 años, bajos niveles en la mediana edad (según Blanchflower, alrededor de los 47) y luego a partir de ese momento comienzan a sentir un aumento progresivo de alegría.

No nos referimos a una particularidad cultural de las personas en Estados Unidos, ya que en el estudio participaron personas de 132 países. “La curva en forma de U se observó en lugares donde los salarios son altos y lugares donde son bajos, en países en los que la expectativa de vida es alta y en países donde es baja”, señala.

¿Qué explica esta curva? “Tal vez sean los genes”, indica Blanchflower. “Tal vez sea que reconocemos nuestras limitaciones. Cualquiera sea la razón, está integrada dentro de nosotros”.

Frank Infurna, psicólogo de Arizona State University, tiene su propia teoría. Acaba de terminar de estudiar a 360 hombres y mujeres de mediana edad, y se sorprendió al ver que sentían mucho más estrés de lo que había sospechado.

“Descubrimos que la mediana edad se ha convertido en una etapa de crisis”, señala Infurna. “Sin embargo, no es la clase de crisis que existe en la imaginación popular”, es decir, la misión insensata para recuperar los días gloriosos de la juventud. “La crisis de la mediana edad que sienten la mayoría de las personas es más sutil, más difusa”. Es un momento de mucha presión en el que los adultos deben tomar decisiones difíciles sobre el modo de distribuir sus recursos —tiempo, emociones, dinero, aptitudes— entre ellos mismos, el trabajo, los hijos y los padres mayores.

Sin embargo, estos retos tienen un lado positivo. Las décadas de experiencia de vida se combinan con la reprogramación cerebral para crear una nueva clase de felicidad en las personas de 50 años o más, explica el Dr. Dilip Jeste, neurocientífico de University of California, San Diego. Estos cambios cerebrales que suceden tarde en la vida tienen la misma relevancia que las actualizaciones de los circuitos que convierten a los adolescentes en adultos o que nos enseñan a ser buenos padres cuando nace el primer hijo.

“En las personas mayores que se mantienen activas física, mental y socialmente, vemos el crecimiento de lo que conocemos como neurobiología de la sabiduría”, señala Jeste. “No te enfadas tanto cuando las cosas salen mal. Te enfocas en lo positivo, en las personas y en los vínculos. Te sientes genial cuando tienes una razón de ser”.

En su Laboratorio de Emoción y Cognición de University of Southern California, la neurocientífica Mara Mather encuentra señales de estos cambios en la profundidad del cerebro humano. Mather investiga el modo en que el cerebro reacciona a la información en diferentes edades. Entre sus conclusiones: las personas mayores recuerdan y prestan atención a las imágenes positivas (bebés adorables, parejas felices, familias alegres) más que las imágenes negativas. También recuerdan más experiencias positivas de su pasado.

Mientras tanto, la felicidad también está apareciendo en nuestro ADN. Meike Bartels es una destacada experta en la genética de la alegría. Desde el 2016, la profesora de investigación y su equipo de Vrije University, en Amsterdam, han descubierto 304 genes “felices”. Bartels sospecha que puede haber más de 1,000 genes relacionados con el bienestar emocional. “Hemos descubierto que del 35 al 40% de la diferencia entre los niveles de felicidad se debe a la genética”, señala.

Bartels considera que tenemos que respetar las cosas únicas que nos hacen felices a cada uno. Están programadas en nosotros. “A algunas personas el ejercicio les levanta el ánimo. Pero a otras no. Tal vez te haga más feliz pasar tiempo en la naturaleza, y a otros no”, indica. “Los gustos, las aversiones y las preferencias de cada persona son una parte profunda de quienes somos: son parte de nuestro propio ADN, que es único”.

Pocas personas conocen el origen de la canción “Here Comes the Sun”, pero la historia captura lo que Bartels y otros han estado diciendo. La canción fue compuesta cuando a los Beatles parecía salirles todo mal. Como George Harrison simplemente no podía enfrentar otra estresante reunión de negocios con los integrantes de la banda y los contadores, en vez de asistir se fue a la casa de su amigo Eric Clapton. Le pidió prestada una guitarra y compuso la melodía mientras caminaba por un jardín.

En el momento de la grabación, John Lennon se estaba recuperando de un accidente de auto, por lo que nunca colaboró con la canción. El día que mezclaron la canción fue la última vez que los cuatro Beatles estuvieron juntos en un estudio de grabación. De una situación con tanta tensión nació una de las canciones más felices de nuestra vida.

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