Vida Sana
La última vez que Matthew McConaughey compartió conmigo sus relatos estaba cerca de finalizar su reinado como el hombre más sexy del 2005 según la revista People: ansioso por seguir adelante y en vías de reinventarse a sí mismo.
“Avanzo con paso firme”, me dijo en ese momento. La prueba es que llegó a nuestra entrevista no como el joven guapo de una de sus divertidas comedias románticas, sino como su personaje de We Are Marshall, una película de fútbol americano que estaba promoviendo en ese momento: ligeramente encorvado y vestido con un poliéster de color marrón anaranjado de los años 70. Muy poco sexy, pero volviendo un poco a sus raíces obreras.
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McConaughey es el menor de tres hermanos y se crio en una ciudad del cinturón bíblico, al este de Texas. Su madre era maestra de escuela y su padre era vendedor de tuberías de acero (se divorciaron dos veces y se casaron tres veces el uno con el otro). Le enseñaron a trabajar mucho y a salir siempre adelante, y una vez incluso lo tiraron a un río para que se hundiera o nadara. Nadó, y como estudiante de University of Texas en Austin con planes de estudiar derecho, volvió a salir a flote cuando con su encanto ganó su primer papel cinematográfico como un deshonesto holgazán en Dazed and Confused, de 1993, donde se robó la película. Su frase balbuceada “Alright, alright, alright” (está bien, está bien, está bien) se convirtió en un mantra icónico para la generación X de todas partes y una línea característica con la que se identificará para siempre a McConaughey.
Si bien hubo algo de suerte, en el rumbo que eligió seguir hubo poco de azar. “Matthew es bastante decidido”, dice Richard Linklater, director de Dazed and Confused y amigo de muchos años que lo dirigió en otras dos películas. “La gente pensaba que era un muchachito surfista. Pero es muy bueno para saber los pasos que debe dar y darlos. No tiene nada de improvisado: sabe bien lo que hace”.
Durante la mitad de los años 90, McConaughey tuvo varios otros papeles de reparto que tuvieron buena aceptación, hasta que volvió a recurrir a su audacia interior para conseguir un destacado papel protagónico como abogado en la película A Time to Kill, de John Grisham. El éxito de esta película le produjo una fama repentina y extraordinaria. Aun así, su imagen y su encanto sureño hicieron inevitable que lo encasillaran en esos papeles, y para la última vez que hablamos, McConaughey se había convertido en el rey de las comedias románticas gracias a películas como The Wedding Planner (2001) y How to Lose a Guy in 10 Days (2003).
No obstante, en busca de una verdad más profunda en un plano más concreto, McConaughey salió luego a la carretera en su caravana, se enamoró fuera de la pantalla (de Camila Alves, una modelo y diseñadora brasileña) y tuvo un hijo. Y así comenzó su próximo reinicio: una era que él llama “McConnaissance” (el renacimiento de McConaughey).
“Recuerdo haber dicho: ‘No me importa el dinero, prefiero la experiencia’”. Dejó Hollywood y emergió luego como una fuerza dramática en películas como The Lincoln Lawyer (2011) y la serie para televisión del 2014, True Detective. Su coronación llegó el mismo año: un premio Óscar al mejor actor por Dallas Buyers Club, una película para la que bajó 50 libras para representar al activista de la lucha contra el sida Ron Woodroof.
“Estaba lleno de energía”, dice el director Jean-Marc Vallée sobre la intensa dedicación de McConaughey durante los 25 días de filmación. “Entiende la humanidad de la gente que sufre. Quiere estar al servicio de algo más grande, ayudar a los menos favorecidos, llegar a las personas y hacer algo por ellas”.
Y esta es la esencia, me explica, de su último renacimiento. Bueno, aún aparece en esos avisos atractivos y sensacionalistas para promocionar el bourbon Wild Turkey y los automóviles Lincoln porque le gustan los productos y porque le permiten dedicarse a otras cosas, como hacer películas más pequeñas de menor presupuesto. Sin embargo, tal vez también lo haga para llegar más allá de las pantallas grandes y pequeñas.
Cuando comenzó la pandemia, él ya se había nombrado “ministro de cultura” de Austin, Texas, donde vive con su familia. En los meses siguientes, publicó mensajes de esperanza y unidad en los medios sociales. En marzo, recaudó casi $8 millones con su esposa por medio de la campaña virtual “We’re Texas” para ayudar a su estado natal a recuperarse de la devastadora tormenta de febrero.
El año pasado, el actor de 51 años publicó sus memorias, Greenlights: un extravagante “compendio”, señala, sobre las ideas, las filosofías y las luces verdes que le permitieron avanzar en su camino. De hecho, gran parte parece provenir de la filosofía y frase que acogió desde la inesperada muerte de su padre, cuando estaba filmando Dazed en 1992: “Hay que seguir viviendo”. Y ahora habla de “vivir” aún con más fuerza —y un nuevo cambio de imagen— mientras contempla postularse como gobernador de Texas. “Me interesa encontrar nuestros denominadores comunes”, comenta.
"Estamos saliendo de un período de confusión y evolucionando, como personas y como nación. Debemos unificarnos y lograr algún tipo de unidad. Creo que todos podemos estar de acuerdo en que eso nos beneficiaría".
Al comenzar nuestra entrevista —por Zoom esta vez—, me alegró ver que McConaughey aparecía en la pantalla con su encanto propio, no como un personaje de sus películas. Allí estaba: el bronceado, los hoyuelos, ese acento inspirado en el bourbon. Pero se toma muy en serio la idea de ayudar a sanar el país.
“Debemos unirnos, esa es la iniciativa radical en este momento. Ese es el reto”, señala, “y tenemos la capacidad de lograrlo”.
Aquí, en una entrevista amplia y exclusiva, McConaughey relata las iniciativas radicales que lo han hecho llegar a donde se encuentra hoy.
Cómo hacer para seguir viviendo
Aunque reconozco su valor, los hechos solo valen del cuello para arriba. Contar relatos es la mejor manera de comunicarse. Nos criamos con historias y folclore. Puedo decirles a mis hijos “no debes hacer eso por este motivo”, pero sería más eficaz contarles una historia sobre el niño que puso la mano en el fuego o intentó meter el tenedor en un enchufe. Cuando dramatizas los hechos, escuchamos y recordamos más. Y si entretejes los hechos en un relato personal, una parábola, y haces conexiones, se convierten en música.
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