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‘Truman’: Un buen morir

El carisma del actor argentino Ricardo Darín es la clave de la película


DIRECTOR: Cesc Gay
GUION: Cesc Gay y Tomás Aragay 
ELENCO:
Ricardo Darín, Javier Cámara, Dolores Fonzi, Javier Gutiérrez, Eduard Fernández, Elvira Mínguez y Susi Sánchez.
DURACIÓN: 108 minutos 

Refiriéndose a que se está muriendo de cáncer, Julián le comenta a su amigo Tomás que está muy preocupado porque: “Aún no se lo he dicho; no sé cómo lo va a tomar”.  “¿Quién?”, pregunta Tomás. Julián responde con toda naturalidad: “Truman”. Truman es su perro. Temiendo por la cordura de Julián, a quien no había visto en muchos años, Tomás le pregunta: “¿Hablas con tu perro?”. “¡Claro!”, le responde Julián. “Yo tengo dos hijos, y Truman es uno de ellos”.  Esta mezcla de brutalidad con toques del absurdo marcan la tónica de la agridulce Truman.

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Julián (Ricardo Darín), un actor argentino cincuentón radicado en España, ha decidido que va a interrumpir todo tratamiento médico para atacar su mal. Tomás (Javier Cámara), un español radicado en Canadá, viaja a Madrid para tratar de convencer a su amigo de toda la vida de que continúe con la quimioterapia. Julián se niega rotundamente. Se estuvo sometiendo por un año a todas las recomendaciones médicas necesarias para atacar un tumor en el pulmón, pero al recibir la noticia de que el cáncer se había extendido a otros órganos, su decisión de dejar que la naturaleza siga su curso es terminante. Divorciado y con un hijo que ya va a la universidad en Ámsterdam, lo único que preocupa a Julián es buscar con quien dejar a Truman, su única compañía.

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spinner image Javier Cámara y Ricardo Darín en una escena de la película Truman
Javier Cámara y Ricardo Darín en una escena de la película Truman.
Cortesía de Truman

Una vez establecido que no lo va a convencer de lo contrario, Tomás acepta la propuesta de Julián de que aprovechen los cuatro días que estará en Madrid para pasarla bien. Así comienza un recorrido por la ciudad que es, a la vez, un recorrido por la vida de Julián. Los amigos se encuentran casualmente en diferentes puntos a personajes del pasado de Julián. A los que se portaron mal con él, no tiene empacho en decírselos tranquilo y sin aspavientos; a aquellos con los que él se portó mal, también espontáneamente se les acerca para pedir perdón. Es con estos pequeños detalles que Truman va entretejiendo una postura y una lección de vida. No hay, como en otras películas del género, un gran momento de redención, arrepentimiento o resolución absoluta. La cinta, dirigida por el catalán Cesc Gay, se permite dejar varios hilos sueltos, como ocurre en la realidad, y en eso radica su originalidad y fuerza. En lugar de diálogos sentimentales y “de corazón a corazón”, en Truman son ciertas circunstancias, al parecer menores, las que revelan que Julián ha adquirido por su proximidad con la muerte, cierta sabiduría expresada en un forma de resignación que nunca cae en la autocompasión.

Esto no quiere decir que Truman evada del todo la realidad brutal de lo que se aproxima. En una de las secuencias mejor logradas, Julián pide a Tomás que lo acompañe a una funeraria. Un eficiente vendedor los recibe en una elegante sala y ahí les ofrece los diferentes “paquetes” de los que disponen. ¿Quién es el muerto?, pregunta. “Yo”, contesta Julián. “No ahora, claro, pero dentro de poco”.  Superada la sorpresa inicial, el empleado pasa con frío profesionalismo a enumerar las ventajas de cada opción. Si se deciden por la incineración, les dice, hay unas urnas que, dependiendo del precio, pueden ser de plata, metal, porcelana, con adornos o sin adornos. “Todo depende de dónde quieran depositarlo sus familiares”. Las más elaboradas son las que van destinadas a las salas de los seres queridos. También se puede poner una foto gigante “de usted” junto al ataúd o, por una pequeña diferencia, se proyectaría un DVD con escenas de su vida. La música puede ser grabada, o, si prefiere —y su presupuesto lo permite— la funeraria cuenta con una orquesta de cámara en vivo.  Y así sigue y sigue. La mirada de angustia  de Julián es suficiente para darnos cuenta del dolor que debe sentir al escuchar que pronto no será más que cenizas.

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Más que por otra cosa, Truman funciona por el gran carisma de Darín. Solo un actor como él que proyecta esa bonhomía, ese amor por la vida, ese savoir faire, podría lograr que, sin despertar lástima, las circunstancias de su personaje sean aún creíbles. Cámara hace un buen contrapeso a Darín. Su hablar pausado y su cautela reflejan una actitud vital opuesta a la de su amigo. Tomás ha sido precavido, juicioso, paciente. Su estilo de vida es convencional. Está casado y tiene hijos. Tiene la estabilidad económica que Julián por su desordenada vida nunca alcanzó. Al final, la película se llama Truman no tanto porque el perro ocupe mucho tiempo en pantalla, sino porque asume que en esos seres vivos que son la única compañía de muchos, está el legado sagrado de sus dueños. Encontrar un lugar bueno para Truman es el asunto capital que se tiene que resolver y así lo entenderán quienes sepan el rol tan importante que los animales pueden jugar en nuestras vidas.

Truman es una sencilla pero profunda expresión de la máxima de Sócrates de que la filosofía es una preparación para la muerte. También, al igual que con los seguidores de Sócrates, son los que se quedan para llorar a Julián los que más lamentan su decisión de dejarse morir sin oponer resistencia.

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