Vida Sana
La casa en Los Ángeles donde Pete Escovedo vive con Juanita, su esposa de toda la vida, es claramente un espacio habitado por un músico. En la sala, algunos instrumentos de percusión se confunden con estanterías llenas de discos de vinilo y CDs. Tito Puente convive con Cal Tjader, dado que el gusto musical de Escovedo refleja su propia legendaria carrera como timbalero y director de orquesta, fusionando la música bailable afrocaribeña con el jazz latino.
Pero basta con entrar un instante al garaje de la vivienda para entender que en este espacio se cultiva otro tipo de arte. En el centro hay un caballete con un bastidor y pinturas de óleo esperando que llegue la noche y con ella la inspiración. Alrededor de las paredes, docenas de cuadros terminados esperan su turno para ser vendidos o trasladados a una exposición.
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Escovedo pinta de noche, cuando no hace demasiado calor. Su esposa está acostumbrada a su ausencia durante las primeras horas de la madrugada. Es entonces —cuando su jornada como músico profesional ha llegado a su fin— que el percusionista se concentra en una pasión que lo alimenta desde la adolescencia. Los cuadros, óleos y acrílicos, se caracterizan por sus colores primarios, la técnica autodidacta y la permanente presencia de mujeres de ojos tristes y rasgos afilados. Otras pinturas son abstractas, enfatizando la rica relación que nutre a Escovedo con los colores fuertes, por momentos aun feroces.
“Empecé a pintar a los 15 años”, cuenta el músico después de mover cuidadosamente los bastidores arrumbados para permitirme ver algunas de sus obras. “En la secundaria no era un buen alumno. Siempre me escapaba de la escuela, pero me gustaba sentarme a hacer bosquejos”, admite con una sonrisa de filósofo.
Fue una maestra de la secundaria en el norte de California que le cambió la vida; una señora mayor que reconoció su talento y le preguntó al joven Pete si había alguna manera de mantenerlo cerca de la escuela. “Le dije que me quedaría en la secundaria si pudiera tomar más clases de arte”, recuerda. “Entonces la maestra me enseñó a dibujar, además de darme acceso a un cuarto con materiales de pintura. Me dijo que le gustaba mi estilo, que prefería no darme clases de técnica para permitir que desarrollara mi propia manera de pintar”.
La maestra le ofreció a Pete conectarlo con una beca para estudiar arte, además de llevarlo a una agencia de publicidad. Pero el amor a la música pudo más y Escovedo dejó la secundaria en el decimoprimer grado para ser un timbalero profesional.
Afortunadamente, el interés por la pintura no lo dejó en paz. “Allá por los años 70 conocí a la dueña de una galería de arte que me invitó a mostrar mi obra en público”, cuenta, su voz reflejando todavía la sorpresa del momento. “Le dije que pintaba por placer, para regalar mis cuadros a seres queridos, pero igual acepté la invitación. Fue algo increíble, porque terminé vendiendo unas 50 pinturas. Por primera vez me percaté de que algo de talento debía tener para que la gente quisiera comprar mis creaciones”.
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