Vida Sana
Tras seis décadas de recorrer el mundo con su música, el cantante Raphael reconoce que el único problema que tiene en su carrera es que no sabe cómo quitar el pie del acelerador. Por eso ahora, a punto de cumplir 75 años de edad, no solo está concluyendo su gira más reciente por Estados Unidos, después la continúa por América Latina y España. En el ínterin, está promoviendo sus discos más recientes, Infinitos bailes y Una vida de canciones, y según nos aseguró, también prepara su regreso a la actuación.
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¿Qué diferencia hay entre el Raphael de ahora y de las tantas otras giras?
El sentimiento es el mismo: salgo con toda mi pasión a disfrutar del público y a entregarme a él. Por eso esta gira se llama “Loco por cantar”, porque describe perfectamente cómo me siento cuando no estoy en un estudio de grabación o en el escenario.
Lo que ha cambiado es que cada vez sé un poquito más porque en todo este tiempo no he dejado de ser un aprendiz de todo y maestro de nada. Sigo aprendiendo en cada concierto algo nuevo. Lo único que no he aprendido es cómo decir “¡Basta!”, ni bajar la velocidad; no hay forma de que esto me canse.
¿Como ve la fama ahora, a diferencia de cómo la veía en la juventud?
Es complicado. La veo lo mismo, pero al mismo tiempo con más tranquilidad. También creo que me la disfruto más ahora, porque con el tiempo todo se aprecia el doble, se agradece mucho más. Quien no piense así, mal le va a ir en la vida.
Usted dijo en una ocasión que es un buen conversador y buen escuchador. ¿De qué le gusta hablar y qué le gusta escuchar?
Me gusta mucho hablar del teatro, de arte y sobre todo discutir lo que pasa en el mundo, a dónde vamos con esta locura, con este maltrato a la naturaleza; a dónde vamos ir a para con la vida del planeta, y la nuestra.
De lo otro, de escuchar, toda la vida me ha gustado prestar atención a lo que tiene que decir la gente mayor que yo. Siempre he sido muy respetuoso de la experiencia que tienen, aunque claro, eso tiene una cosa mala y es que, al llegar a mi edad, se van muriendo las personas mayores que yo. Y ahora tengo muchos jóvenes; los amigos de mis hijos se han convertido en mi pandilla. Aprendo de ellos muchas cosas que no sabía, como la tecnología, que parece que todos son maestros en eso.
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