Vida Sana
Cuando Elvis Presley, el pionero del rocanrol cuya música lo catapultó a la cumbre de la fama, hizo su primera aparición en el Ed Sullivan Show en 1956, me senté ensimismada frente al aparatoso televisor en blanco y negro de mi familia. Había comenzado el primer grado ese mismo mes, pero mi verdadera educación tuvo lugar ahí mismo, en la sala de estar de mi casa: Elvis Presley marcó el rumbo de mi vida. Mi pasión era insaciable. Compuse álbumes de recortes. Tenía una guitarra. Imitaba su contorneo y sus muecas para mis amigos. Cuando murió el día de mi cumpleaños en 1977, cubrí su funeral para el Louisville Courier-Journal, y eso me llevó a escribir cuatro libros sobre su vida, así como muchos artículos sobre él y su familia durante 46 años.
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Elvis adoraba su popularidad y recompensó a sus seguidores firmando autógrafos durante horas frente a las ornamentadas puertas de Graceland, su hogar en Memphis.
Pero su única hija, Lisa Marie, que murió anoche a los 54 años después de sufrir un paro cardíaco en su hogar en Calabasas, California, tenía una visión más oscura de la fama. Al observarla, entrevistarla, y presenciar tres de sus conciertos, me di cuenta de que ella veía la fama como un ladrón que le robaba todo lo que era importante en su vida.
La asfixiante notoriedad de su padre, junto con el divorcio de sus padres cuando tenía cinco años, la convirtieron en una persona infeliz y enojada. Al cumplir los ocho años, ella también firmaba autógrafos delante de las famosas puertas de Graceland, pero con frecuencia escribiendo una grosería junto con su firma.
Mentiría si dijera que su muerte fue una sorpresa. Y muchos fanáticos dirían lo mismo.
Tenía nueve años cuando Elvis murió, y vio cómo su padre se precipitaba hacia su triste final.
“Una noche cuando tenía alrededor de cinco o seis años, estábamos viendo la televisión. Lo miré y le dije: 'Papá, papá, no quiero que te mueras' Y él simplemente me miró y me dijo: 'Pues, no lo haré. No te preocupes’. Se lo repetí varias veces cuando estábamos solos juntos… supongo que percibía algo”.
Como uno de los pocos reporteros a quienes se les permitió entrar en la mansión el día después de la muerte de Elvis, puedo afirmar que Lisa nos preocupaba. Ella vio a su abuelo, Vernon, y a miembros del séquito de Elvis, tratando desesperadamente de revivir a su padre, quien se había desplomado y murió a los 42 años de un ataque cardíaco en Graceland. Tuvo lugar durante una de las visitas de Lisa Marie desde Los Ángeles, donde vivía con su madre. Ella heredó el patrimonio de Presley, pero dejó que su madre, Priscilla, y un grupo de asesores se encargaran de administrarlo. Regresaba a Graceland, que conservó hasta su muerte, durante las fiestas, y retiraba los cordones rojos de la atracción turística para poder disfrutar de ella de nuevo como un hogar, tratando de revivir los días felices del pasado.
Lisa Marie, que se parecía tanto a Elvis, con sus ojos encapuchados y su belleza intensa, siguió los pasos de su padre lanzando tres álbumes propios bien recibidos, desde To Whom it May Concern del 2003 hasta el autobiográfico Storm & Grace del 2012. Muchas de sus canciones originales estaban llenas de humor sardónico para describir su vida y su relación difícil con la Iglesia de la cienciología, mudándose brevemente a Inglaterra en el 2010 para escapar de ella.