Vida Sana
La baterista y cantante Sheila E., de 66 años, rinde homenaje a muchas de sus influencias musicales de toda la vida —entre ellas, Tito Puente, el grupo Fania All Stars y Celia Cruz— en su nuevo disco de salsa, Bailar, que salió a la venta el 5 de abril. "Fue todo un reto elegir solo unos pocos [artistas y canciones a los que versionar] porque son muchos los que han influido en mi vida", afirma. Ella comparte con AARP algunos de los retos de su carrera, lo que echa de menos de Prince y cómo mantiene su energía después de cumplir los 60 años.
Esta entrevista ha sido editada para mayor claridad y brevedad.
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Tu nuevo álbum de salsa refleja tus variadas influencias musicales. ¿Te ha resultado difícil definir tu género musical como artista?
Siempre fue y sigue siendo un desafío explicárselo a la gente. Una vez la compañía discográfica me dijo: "Mira, si no podemos categorizarte, no podemos incluirte en ningún género. Y como haces tantas cosas, tenemos que elegir una". Y yo contesté: "Pero no pertenezco a una sola. Ese es el problema". Y nunca lo entendieron. Me gustan distintos géneros musicales. Me encanta hacer cosas diferentes. En mi espectáculo, aunque toque R&B, [añadiré] una canción góspel porque me apetece, porque forma parte de mí. O incluiré una canción de jazz latino en medio de mi [repertorio] de R&B porque forma parte de quién soy. Y fue igual de difícil [cuando] la empresa discográfica dijo que tenían que catalogarme y encasillarme. Yo no puedo ser encasillada.
Fuiste una pionera de la percusión femenina. ¿Elegiste una profesión difícil?
Sin duda. Y lo sigue siendo. Algunas cosas han cambiado, otras no. En mi juventud, siempre estaba rogando a las personas [que me dejaran tocar la batería con ellas]. Todo el mundo piensa, debido a quién era mi padre [el baterista de jazz Pete Escovedo], que simplemente subí al escenario y empecé a tocar, [pero] me rechazaban constantemente. Seguí insistiendo y pidiendo que me dejaran tocar hasta que alguien me dijo que sí, porque tenía mucha confianza en lo que hacía y me encantaba. Había veces que iba a sesiones [de grabación] aquí en Los Ángeles [y] entraba en la sala y el baterista se daba la vuelta y me decía: "Oh, disculpa, ¿puedes darme un vaso de agua?". Y yo respondía: "No trabajo aquí. He venido a ajustar mi batería". Esa era la [situación] en aquel entonces [con los músicos masculinos] que daban por sentado que yo era una recepcionista o una asistente.
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En sintonía en la música y entre familia.