Vida Sana
Desde 1990, he estado a cargo de los ingresos a la universidad, trabajando con adolescentes, y noto un profundo cambio con respecto a aquellos días de la Edad de Piedra. Algunas cosas son obvias. La dependencia de las redes sociales, la forma en que están conectados todo el tiempo. Sin embargo, hay un elemento más nuevo: la intervención de los padres y la necesidad de los estudiantes de llamar a casa, incluso varias veces al día, de un modo que no reconozco.
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La norma era que hubiera un cierto nivel de independencia. Podías llamar a casa una vez a la semana a cobro revertido. Ahora veo que llaman a casa tres, cuatro o cinco veces por día, y quién sabe cuántos mensajes de texto envían entremedio. Los padres se han convertido en una presencia constante en la vida de los estudiantes de pregrado de una forma que no sucedía hace diez años, y ciertamente tampoco hace veinte o treinta. Esto se enmarca en una dinámica de crianza más amplia que se articula en torno a una creciente ansiedad por lograr el éxito. Mi hermana es profesora de secundaria en Connecticut, y hace poco le dijo a una clase de inglés de 10.º grado que no calificaba a todos con una A. Como era de esperar, algunos alumnos se presentaron ante su escritorio y le preguntaron por qué habían sacado una B+. Les dijo: “están en la clase avanzada de inglés, y no usaron mayúsculas para escribir los nombres propios”. Algunos profesores califican con A porque los padres intervienen si no lo hacen. ¿Pero a quién le beneficia eso? Todas esas A son más difíciles de clasificar para los ingresos universitarios.
Me convertí en decano cuando tenía 32 años. Por aquel entonces, me costaba mucho encarar a los padres, pero ahora, con mis años de experiencia, puedo decir algunas verdades al respecto, y este es mi mensaje a los padres: ¡Ya basta! Dejen que sus hijos avancen, que caigan cuando se tropiecen, se sacudan el polvo y aprendan la lección, y dejen de ponerse la capa de superhéroe y lanzarse a la acción para librar su lucha. Es todo, como por ejemplo redactar las solicitudes de ingreso a la universidad, enviarnos mensajes electrónicos y llamarnos para intentar encaminar la solicitud durante el proceso. Cuando se publican las decisiones de admisión, es increíble la cantidad de llamadas, cartas y mensajes electrónicos que recibimos de los padres —rara vez de los alumnos— que intentan actuar como árbitros o defensores. La presión para conseguir el resultado deseado es peor hoy que nunca. Esto no ayuda a sus hijos.
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