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Cómo mis años de cuidadora me llevaron a la quiebra

Los costos de bolsillo y los gastos descontrolados tuvieron grandes consecuencias financieras.


spinner image Un hombre de aspecto frustrado sentado en una mesa mirando a través de sus gastos y facturas.
Hispanolistic/Getty Images

Ser cuidadora para mis seres queridos ha sido la labor más importante de mi vida, y nunca me arrepentiré de haberla asumido. Durante más de una década, cuidé de mi maravillosa familia: mis dos padres, el perro de servicio de mi papá y mi hermana. Si bien esta decisión fue totalmente mía y me trajo mucha alegría, también implicó costos y sacrificios. De hecho, como otros millones de cuidadores familiares, hice lo que me pareció lo correcto para mi familia, y me llevó a la ruina económica.

Mayores gastos por los cuidados

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Mi mamá sufrió un derrame cerebral cuando tenía solo 63 años, y 20 años después, mi papá tenía enfermedad de Alzheimer. Mis padres habían planificado su jubilación y la gestión de su patrimonio; se creían preparados para el porvenir. Percibían un buen nivel de ingreso para los dos, de $5,000 al mes, gracias a la pensión y el Seguro Social de mi papá. Sin embargo, ya para cuando empecé a ayudar con sus asuntos financieros, cuando ellos tenían poco más de 80 años, su casa tenía una hipoteca considerable y habían agotado la mayor parte de sus ahorros e inversiones. Cuando mi papá dejó de conducir, ellos y el perro de servicio de mi papá se mudaron a una comunidad cercana de cuidados continuos para jubilados, en un entorno de "vida independiente". Costaba unos $4,000 al mes con las comidas incluidas, pero los cuidados personales —como la ayuda para bañarse, los recordatorios para tomar medicamentos y un acompañante para salir a cenar o a hacer actividades— implicaban costos adicionales. Su seguro de cuidados a largo plazo aportó algo de ayuda, y empecé a asumir los gastos para los que no alcanzaba su presupuesto.

Renuncié a mi trabajo a tiempo completo y me hice consultora, para tener cierta flexibilidad mientras prestaba cuidados. Pero perdí los beneficios y mis gastos aumentaron. Me mudé de Virginia a su casa en Arizona para encargarme de sus cuidados, y empecé a cubrir sus pagos de la hipoteca mientras seguía alquilando una oficina y alojamiento en Virginia, adonde viajaba cada mes por mi trabajo. Mis ahorros se agotaron muy rápidamente.

Aumentan las necesidades de cuidados

Tres años después, mis dos padres necesitaban cuidados las 24 horas del día y volvieron a la casa para vivir conmigo. Vendí una granja que tenían en otro estado, para reducir sus gastos. Tenía que trabajar de día, y también viajaba con frecuencia por mi trabajo, así que contraté a cuidadores para vivir con ellos, y yo los cuidaba por las noches y los fines de semana. Ya no podía trabajar en la casa cuando iban entrando y saliendo mis padres, los cuidadores y los terapeutas, así que alquilé una oficina.

Muy tristemente, mi mamá falleció de repente (enlace en inglés) un año después, a los 87 años. Asumí el papel de cuidadora también para mi hermana mayor, quien falleció un año después que mi mamá, a los 62 años, con lo cual se multiplicó nuestro profundo dolor. Como albacea de su patrimonio, terminé pagando miles de dólares en gastos no reembolsados.

Disminución del ingreso

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La demencia de mi papá se agravó notablemente. Sus necesidades aumentaron, pero mis hermanas y yo estábamos decididas a cuidarlo con mucho amor en la casa. Sin el seguro de cuidados a largo plazo y el Seguro Social de mi mamá, los fondos disponibles para sus cuidados bajaron a unos $3,000 al mes. Al final le conseguí beneficios del programa Veterans Aid and Attendance, que compensaron aproximadamente dos tercios de ese monto. Aun así, incluso con ingresos de $8,000 por su pensión, su Seguro Social, su seguro de cuidados a largo plazo y sus beneficios del VA, surgió un importante déficit mensual.

En los últimos años de vida de mi papá, tan solo sus gastos médicos superaron los $10,000 al mes, incluidos más de $90,000 al año solo por sus cuidadores profesionales. Además, yo prestaba entre 60 y 80 horas de cuidados no remunerados cada semana, a menos que estuviera fuera de la ciudad por razones de mi trabajo. Pagaba casi todo lo demás: la casa, comida, ropa, artículos relacionados con la incontinencia, la costosa atención médica para su perro de servicio, y otras cosas que mejoraban la calidad de vida de mi papá y facilitaban sus cuidados. Sacamos una línea de crédito sobre el valor líquido de la vivienda, a fin de consolidar algunas deudas y remodelar el baño para hacerlo más seguro para él.

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Sumida en la deuda

Cada una de mis hermanas y yo hicimos sacrificios personales y financieros, pero, al igual que muchos cuidadores principales, asumí la mayor parte de la carga financiera. A medida que surgían necesidades, yo venía utilizando mis tarjetas de crédito para los gastos que mis ingresos no alcanzaban para pagar. Con el tiempo dejé de hacerlo, pero las deudas seguían creciendo por los intereses. Yo trataba desesperadamente de reducirlas, pero cuando los gastos mensuales subieron tanto que no podía pagar más del monto mínimo de las tarjetas de crédito (cosa que yo sabía que nunca era buena idea, pero no me quedaba otra opción), las deudas aumentaron vertiginosamente. Se dispararon las tasas de interés y los saldos de tarjetas que ni siquiera había usado desde hacía muchos años.

Mi papá falleció en la casa, rodeado de amor, en el 2018, a los 94 años. Eso fue seis años después de que él viniera a vivir conmigo. La vida después de haber sido cuidadora fue más difícil, en todos los sentidos, de lo que pensé que sería.

La quiebra: una dura realidad

Traté de controlar mis deudas, pero mi situación financiera me tenía abrumada. Varios abogados y expertos financieros me aconsejaron que la mejor solución para mí era declararme en quiebra. Para mí ha sido un proceso largo, humillante, desmoralizador y estresante. También puedo decirte que ahora que ya se acabó, en cierta forma siento alivio. Sigo pagando los impuestos en que me atrasé en uno de estos años, así como la hipoteca y la línea de crédito sobre el valor líquido de la vivienda.

Sé que pocas personas hablan de su situación financiera y que al hacerlo me hago vulnerable. Soy dueña de mis propias decisiones para cuidar de mi familia. No necesito ni quiero compasión. Pero sí quiero que la gente entienda el costo real de ser cuidador. En una investigación de AARP se descubrió que los cuidadores gastan en promedio casi $7,000 de sus propios fondos al año (en mi propia experiencia, estos costos fueron mucho mayores). Quiero que los 53 millones de cuidadores familiares en Estados Unidos, muchos de ellos en problemas financieros, sepan que no están solos. Tengo mucha experiencia en el cuidado familiar, e hice todo lo posible por darle a mi familia cuidados y apoyo de la mejor calidad. Si bien mi situación sería extraordinaria, lo inimaginable puede ocurrir. El costo de prestar cuidados podría resultar demasiado para cualquier persona.

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En mi caso, haberme declarado en quiebra significa que tendré una baja calificación crediticia durante los próximos 7 a 10 años. No podré ayudar con los gastos de la casa que mi novio está renovando para que algún día vivamos en ella. Si necesito un nuevo auto, tendré que pagar intereses bastante altos. Y ya no me quedan ahorros. Me queda mucho trabajo por hacer a fin de reconstruir mi seguridad financiera para el futuro.

Planes futuros

El tiempo aporta cierta perspectiva. Declararme en quiebra ha sido una enorme pérdida, e hice todo lo posible por evitarlo. Pero no hay pérdida tan grande como la de haber perdido a quienes tanto queremos. Y ¿cómo poner un precio a los cuidados que prestamos a los seres queridos para conservar su dignidad y calidad de vida?

La prestación de cuidados es costosa y agotadora; una sola persona no puede hacerlo todo.

No deberíamos tener que elegir entre la ruina financiera y prestar cuidados de calidad. La gente ya vive más tiempo, pero con problemas crónicos de salud. Mis padres hicieron planes para su futuro, pero no previeron los altos costos de la prestación de cuidados.

Alguna vez leí que el optimista es alguien que da dos pasos hacia adelante y un paso para atrás y se da cuenta de que no es un desastre, que es más bien un baile. Así que ese es mi objetivo. Seguiré adelante, trabajando duramente y reconstruyendo mi vida. El ser cuidadora me ha enseñado a ser resistente. Si bien mi cuenta bancaria no se beneficia del hecho de haber ayudado a mi familia, ello sí me llena el corazón y me da consuelo. Y eso para mí vale millones.

He aprendido muchas cosas, entre ellas:

  • Obtén ayuda: pensé que la ayuda era un gasto fuera de mi alcance, pero me arrepiento de no haber contratado a un asesor financiero desde los inicios de la situación.
  • Aprovecha al máximo los ingresos y servicios de los seres queridos: mis padres tenían un seguro de cuidados a largo plazo que fue de gran ayuda, y los servicios y apoyos brindados por el Departamento de Asuntos de los Veteranos fueron esenciales para mi papá, aunque quisiera haber accedido a ellos desde mucho antes.
  • Sigue trabajando y protege tus recursos: tuve la fortuna de tener trabajo flexible como consultora a tiempo completo, por lo que nunca dejé de contribuir al Seguro Social, lo cual me ayudará en la jubilación. Y también me da gusto saber que nunca saqué fondos de mi cuenta 401(k) o mis pensiones. Si eres un cuidador que también trabaja, pregunta por las opciones de trabajo flexible o de licencia con goce de sueldo.
  • No te reproches: siempre pensaba: yo debería poder manejar esta situación. Pero ahora veo que mi caso era extraordinario: cuidando a varias personas, los cambios que hice en mi vida para hacerlo y el largo camino después del derrame cerebral y la enfermedad de Alzheimer. De verdad hice todo lo que pude con los conocimientos, recursos y energía que tenía en ese entonces. No tengo nada de que avergonzarme.

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