Vida Sana
Mi primera experiencia con la marihuana medicinal fue cuando tenía 17 años. Visité la casa de una amiga por primera vez. Me sorprendió ver a su padre fumando marihuana en la sala. Jamás había visto a un adulto hacer eso antes. Mi amiga me explicó que su padre tenía cáncer de colon. Estaba extremadamente delgado y no se esperaba que viviera mucho más tiempo. La marihuana era lo único que le estimulaba el apetito, lo cual ayudaba a su cuerpo a conservar un poco de peso y le daba un poco más de energía. A mi amiga no le importaron mis preguntas incómodas acerca del cigarrillo de marihuana que su padre fumaba en la sala, pues estaba agradecida por cualquier cosa que ayudara a su querido papá.
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Alivio y respiro
Una década después, era yo quien cuidaba de mi madre con cáncer terminal. Fue una ardua batalla controlar su malestar físico. Los efectos secundarios de la quimioterapia, la radiación y los medicamentos se acumularon. Mi madre no hacía más que dormir, pero no descansaba bien. La oía gemir y veía hacer muecas de dolor. Casi no comía y sufría constantemente de náuseas y problemas digestivos. La única manera de evitar la deshidratación era darle bolsa tras bolsa de líquidos por vía intravenosa. Se sentía deprimida por su enfermedad y por saber que su cuerpo no sobreviviría el cáncer. Tras meses de ajustes para intentar darle alivio y una mejor calidad de vida, le sugerí con delicadeza —y estuvo de acuerdo— que era hora de probar la única opción que todavía no habíamos probado: la marihuana medicinal.
El cáncer de mi madre se le había propagado por todo el cuerpo, incluidos los pulmones, así que no podía fumar. Pero sí podía consumir marihuana comestible. Aunque estaba un poco indecisa (“No me va a hacer que actúe de una manera extraña, ¿o sí?”, me preguntó. “No más extraña de lo normal”, bromeé), tenía esperanzas de que la ayudaría. La primera vez que mamá probó la marihuana comestible, pudo ingerir la medicina y la cena sin problemas, e incluso pidió algo dulce de postre. Vimos una película juntas (ella en su cama de hospital que estaba en la sala, y yo acurrucada en el sofá) y me divertía verla reírse de las payasadas de Will Ferrell. La miré más a ella que la película. Por la primera vez en mucho tiempo, se veía relajada. Casi feliz. Esa noche durmió. Sin dolor. Y por lo tanto, yo también pude dormir. La marihuana medicinal nos dio un respiro esa noche y en sus últimos meses de vida.
La marihuana como medicamento
Desde que cuidé de mi madre, varios familiares, amigos y clientes han compartido historias sobre cómo ellos también se han beneficiado de la marihuana medicinal. Al igual que yo, muchos no sabían por dónde empezar para obtenerla, cuáles son las leyes y las reglas relacionadas con la marihuana y cuándo es el momento “adecuado” para considerarla como una opción durante el curso de una enfermedad con la que se vive y que se intenta controlar.
Lamentablemente, a los pacientes con los síntomas más graves —las personas débiles, inmóviles y moribundas— se les puede dificultar más incorporar la marihuana medicinal a su tratamiento. Los cuidadores pueden ayudar en estos casos.
Quienes cuidan de un ser querido se encuentran en la primera línea para ayudar a los pacientes a obtener y usar la marihuana como medicina. Y aunque se ha legalizado la marihuana en la mayoría de los estados para su uso medicinal, eso no significa que los pacientes y los cuidadores tengan acceso a ella automáticamente.
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