Vida Sana
“Todos tenemos diferentes funciones”, les digo a los cerca de doce cuidadores familiares que participan en el taller How to Care for Aging Parents (El cuidado de un padre mayor). “No somos solo hijos adultos para nuestros padres mayores; a menudo también somos el cónyuge de nuestro compañero de vida. Padres para nuestros hijos. Somos hermanos. Tíos. Sin contar que también somos dedicados trabajadores en nuestro empleo”. Varios miembros del grupo asienten con la cabeza. Esta idea tiene un sentido intuitivo para ellos.
Pero luego agrego: “No podemos dar todo de nosotros a una sola de esas funciones: la de cuidador familiar. Tenemos que fijar límites para el tiempo y la energía que dedicamos a las tareas de cuidador a fin de conservarnos para las demás funciones”. Las cabezas dejan de asentir. Por un momento, nadie habla. Se los nota incómodos. He visto el mismo escenario en cientos de otras presentaciones a cuidadores que hice en los últimos 30 años. La idea de fijar límites en la función de cuidador los hace sentirse culpables. ¿El delito? Ser mala hija o mal hijo y fallarle a un padre.
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La preocupación es comprensible. Los hijos adultos normalmente quieren estar cerca de su madre cuando ella los necesita para mostrar su amor y devolverle todo lo que les dio en la vida. Pero ninguno de ellos se siente cómodo con, por ejemplo, posponer la ayuda que le pide su hijo adolescente con la tarea de matemáticas, o la ruptura de una relación o la ansiedad crónica, porque su madre se siente sola y quiere compañía. Es posible que los cuidadores no tengan la capacidad de brindar toda la ayuda a todos los miembros de su familia que confían en ellos.
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