Vida Sana
La madre de Shannon, Bridget, sufre de la enfermedad de Parkinson. Cuando Shannon, de 55 años, se mudó a casa de su madre para ayudar con su cuidado, sabía que era huésped en casa ajena y que debía respetar el derecho de su madre a tomar todas las decisiones relacionadas con la situación. Pero a medida que pasó el tiempo y Bridget tuvo más problemas para caminar y para pensar con claridad, Shannon comenzó a cuestionar su buen juicio e incluso su derecho a tomar decisiones.
¿No deberían instalar una silla elevadora en la escalera y barras de agarre para que Bridget pudiera subir y bajar con seguridad y entrar y salir de la ducha?, preguntó Shannon. Bridget se negó, indicando que no quería alterar el aspecto de su hermoso hogar. ¿Podía Shannon contratar a alguien para instalar una rampa en la puerta principal? Bridget dijo nuevamente que no, porque los vecinos podrían murmurar sobre su dificultad creciente para subir los escalones de la entrada. Era como si su madre, a medida que perdía el control del movimiento de su cuerpo, insistía en tener control total de su casa. Shannon sabía que esto era un intento de guardar las apariencias, pero también se preguntaba cuánto tiempo más podían vivir juntas antes de que la casa se considerara de ambas, no solo de Bridget, y ella recibiera autorización para hacer los cambios necesarios para afrontar con prudencia la enfermedad de Parkinson.
Los hijos adultos que desarraigan sus vidas para mudarse con una madre o un padre enfermo y ser cuidadores, a menudo ayudan a evitar que ese padre deba ingresar a un centro de cuidados a largo plazo. Pero algunos padres pueden ver las acciones de los hijos como intentos de “usurpación” y experimentar la ayuda que reciben como una pérdida de independencia. Tal vez anhelen estar solos y se sientan invadidos por la presencia constante de los hijos en el sofá de la sala y en la mesa de la cocina. Les pueden molestar las discusiones diarias con los hijos sobre qué deberían comer, o si están haciendo los ejercicios de fisioterapia. Y los hijos pueden creer —con razón— que se merecen la gratitud de sus padres por los sacrificios que hacen, pero en su lugar encuentran un resentimiento injusto. Eso hace que la tarea de cuidador les resulte mucho más difícil, incluso amargante.
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Entonces, ¿cómo puede un cuidador familiar, al mudarse a la casa de sus padres, mantener el respeto por las decisiones que toman los padres, pero también ganarse el debido respeto por el cuidado esencial que brinda? Aquí ofrezco algunas sugerencias.
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