Vida Sana
Prepararse mentalmente para la muerte
La comadrona especialista en el final de la vida Alex Rosen comparte consejos sobre cómo ayudar a amigos y seres queridos a navegar por el proceso mental, físico y emocional de morir.
- Hablar con los seres queridos sobre cómo infundir una sensación de liviandad y belleza a la experiencia desconocida e incierta de la muerte puede ayudar a crear una sensación de calma y contento.
- Ayuda a tus seres queridos a hacer las paces con ciertas cosas de la vida que tal vez sientan inacabadas. ¿Hay alguien con quien quieran hablar? Si no están listos para hacerlo, crea un ritual para que puedan dejar ir esos asuntos.
- Como cuidador o amigo, entiende que no hay una manera “correcta” de morir. La persona que muere debe definir límites para sus últimos días, ya sea al permitir la presencia de sus seres queridos o al no tener comunicación con el mundo externo. Solo porque alguien decide morir de manera más privada no significa que no te quiere o que no le importas.
- Procura erradicar la culpa como amigo o cuidador y piensa en las formas de honrar a los que están muriendo al vivir cada día plenamente y al estar muy presente con tus seres queridos.
- Recuerda: este es el camino de la persona que está muriendo y no el tuyo. Sé respetuoso y guíalo suavemente. Si necesitas procesar tus sentimientos y emociones, recurre a un amigo o un familiar. Trata de no recargar a la persona cuya vida está terminando.
Estaba en el otro extremo del mundo cuando recibí el mensaje de texto. “¿Sabías que Karla se está muriendo?”, me escribió mi amiga. “Llamaron a cuidados terminales y le quedan solo unos pocos días de vida”.
La alegría de las vacaciones planeadas con tanta anticipación con mi marido repentinamente se esfumó de mis pensamientos. ¿Cómo pudo haber sucedido? Había hablado con Karla * unos meses antes y habíamos celebrado la noticia de que se había curado del cáncer. Charlamos durante casi una hora y nos pusimos al día con la vida de nuestros hijos, sus planes futuros y los desafíos de la quimioterapia, todo con su característico optimismo y honestidad.
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Yo nunca fui una de las amigas del círculo más íntimo de Karla. Estábamos en distintas etapas de la vida: mis hijos menores todavía vivían en casa mientras ella disfrutaba de comer fuera y viajar los fines de semana. La había conocido hace más de 20 años como parte de un grupo de madres que se sentaban juntas para ver los partidos de sus hijos y se turnaban para llevar a los niños a jugar y a pijamadas. La vida nos había mudado a distintas ciudades y fácilmente transcurría un año o más sin vernos. Sin embargo, cada vez que hablábamos, retomábamos la conversación como si la distancia no existiera. Ella era esa clase de amiga.
En esa última charla telefónica de hace mucho tiempo, escuché el alivio de Karla y recuerdo que hablamos de planear un viaje de fin de semana a la playa con amigas y de volver a organizar las cenas de grupo que habíamos cancelado cuando su médico le encontró inesperadamente un pequeño e inoportuno tumor. Es lo último que queda del cáncer, había dicho ella.
Cuando la comunicación se detiene
En los dos últimos años, Karla había dado todo de sí para atacar la enfermedad con una combinación de los mejores tratamientos, médicos y hospitales junto con medicinas holísticas, alimentos orgánicos y jugos. No usaba ni ingería nada que tuviera sustancias químicas o sintéticas. Karla había ganado... o así lo creíamos.
¿Cómo fue que este panorama de esperanza se precipitó hacia la muerte tan silenciosamente? La conmoción no era tanto que el cáncer hubiera vuelto. Si tienes suficiente experiencia en la vida, entiendes que el cáncer es un ladrón furtivo. Todos los que se han rozado con esta enfermedad jamás pueden relajarse por completo. Pero aun así... ¿Apenas días de vida? ¿Cómo es posible que alguien que nos dejó acompañarla tan plenamente en este camino, que había vivido al máximo y había sido tan franca y transparente sobre su enfermedad se había quedado tan callada? ¿Cómo es que nosotras, sus amigas, no lo sabíamos?
Combatir la culpa de ser amiga
Luego me inundó la culpa. Cada persona responde ante una enfermedad o una lesión de manera tan distinta. No existe un manual ni una guía. Mi estilo siempre fue leer las señales de los otros y darles espacio para que hicieran lo que les resultaba más cómodo. Pero ahora, sabiendo que no podría regresar a tiempo para verla, me arrepentí de no haber ido a su casa.
Cuando mi marido periodista fue herido por una bomba al borde de una carretera en Irak hace 18 años, mi instinto fue de inmediatamente cerrar las cortinas y aislarme del mundo externo. El pronóstico era tan devastador que quería dedicar toda mi energía a cuidarlo y a ayudar a mis hijos a procesar lo que había sucedido. Formé un círculo muy cerrado, que en un principio incluyó solo a mi familia y a unos pocos amigos de confianza que ayudaron con las funciones críticas para seguir con la vida. Yo sabía lo que era el choque emocional y el trauma, pero fue difícil no tomármelo personalmente aunque sabía que era ridículo.
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