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Círculo completo: mi madre me cambió los pañales. Ahora le cambio los de ella

Las épocas de una larga vida que han traído a una mujer maravillosa de vuelta a mi comienzo.


spinner image Janie Emaus abraza a su madre
ROGER KISBY

"¡Ayuda. Ayuda!".

Son las 3 a.m. y mi madre de 99 años me está llamando. Físicamente, ella está bien. Mentalmente, es como si hubiera sido secuestrada por un extraterrestre. Reviso si su pañal está seco y me acuesto a su lado. Le digo que está segura en su cama y que vuelva a dormir.

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A medida que su respiración cambia, mi mente recuerda a la madre que me crio hace tantas décadas. Junto con el cabello rizado, los dedos gruesos de los pies y el amor por los libros, ella me dio mi visión positiva —a veces demasiado optimista— del mundo. Y eso es lo que me mantiene en marcha.

Reflexiono sobre los ciclos de su larga vida, las diferentes épocas que la han llevado de vuelta a algo muy parecido a mi comienzo:

spinner image Janie Emaus con su hermana Arlie y su madre en la década de 1950.
Janie Emaus con su hermana Arlie y su madre en la década de 1950.
CORTESÍA: JANIE EMAÚS

Década de los 50: Donna Reed, June Cleaver y mi mamá

Mamá se ocupaba de nuestra casa, al igual que las mamás en la televisión. Hacía las compras, limpiaba la casa, preparaba las comidas, todo con una sonrisa. La única diferencia era que ella no usaba una falda y tacones durante el día. Todas las noches, cuando mi padre regresaba del trabajo, mi mamá le daba un martini, Los Angeles Times y un trozo de pan de centeno.

No sé el porqué el pan. Él era el sostén de la familia, pero creo que tenía más que ver con el amor que con el dinero. Fue un tiempo alegre con pocas preocupaciones. Crecí imaginando que tendría la misma vida. Y que mi mamá siempre estaría allí para guiarnos a mí y a mi hermana a través de cualquier momento difícil. 

Década de los 60: Paz, amor y langosta

spinner image Una familia multigeneracional disfruta de una barbacoa y actividades al aire libre

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No fui una adolescente fácil. No es que fuera demasiado rebelde, pero mi hermana me recuerda que a menudo iba a cenar con rulos en el pelo, una actitud inapropiada y la presunción de que mi comportamiento debería ser recompensado con una cena de langosta.

Y, por supuesto, sabía más que mi mamá sobre todo, desde los Beatles hasta la Guerra de Vietnam. Durante esos años ella fue mi mamá, una figura constante en mi vida. Ella era la mecanógrafa, mi roca y mi mayor admiradora. Por ese amor incondicional, descargué toda mi angustia de adolescente en ella.

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Década de los 70: Desamor y felicidad

A principios de la década de 1970 me encontré viviendo en el "Heartbreak Hotel" (en inglés). Para reparar mi corazón destrozado, mis padres me enviaron a Europa. Después de 10 meses en el extranjero, llegué a casa con las axilas peludas y sin tener idea de qué hacer con el resto de mi vida. Mi madre me aseguró que me encontraría a mí misma. Cuando lo hice, no fue lo que ella esperaba. Me hallé comprometida con un aspirante a estrella de rock.

spinner image Janie Emaus y su madre.
Janie Emaus con su madre en su primera boda en 1975.
CORTESÍA: JANIE EMAÚS

En lugar de destruir nuestra relación de madre e hija, mi madre siguió el consejo de su rabino y planeó una boda elaborada. Para su mérito, no me dijo "Te lo dije" cuando seis semanas después mi prometido me dejó por la cantante de su banda. En cambio, me abrazó mientras lloraba y me recordó que todo pasa por una razón.  

Década de los 80: Cabello voluminoso y grandes sueños

A mi mamá le encantaba mi segundo esposo, el hombre que la hizo abuela. Con sus consejos, aprendí a sobrevivir los subibajas de la maternidad. Se convirtió en la compañera de juegos de nuestra hija, dándome espacio y tiempo los fines de semana para trabajar en mi escritura. Organizó cenas festivas, desde Pascua hasta Hanukkah, enriqueciendo nuestras vidas con tradiciones familiares.

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Década de los 90: Salado, dulce y sabroso

Mis padres, ahora de 70 y pico, viajaron en su casa rodante, mostrándoles a sus nietos museos, parques de diversiones y campamentos. Durante el verano, teníamos barbacoas semanales en su casa, donde los nietos aprendieron a nadar y conocieron los secretos de un condimento perfecto.

También aprendieron más de lo que querían saber sobre el sexo. Por alguna razón, mi madre se convirtió en la experta en dar consejos a sus nietos adolescentes. Bajo la lluvia o el sol, había una abundancia de risas. Y la casa de la abuela se convirtió en el lugar donde se creaban las leyendas. 

Década del 2000: Consejos de abuela

En el 2002, me convertí en abuela, lo que me acercó aún más a mi mamá, que entonces tenía 77 años. Habiendo aprendido de la mejor, puse todo mi corazón y alma en enseñar a mis nietos lo que mi madre me había transmitido.

En algún lugar entre el colapso financiero y nuestro primer presidente negro, mi padre se enfermó. Pasaba las tardes con él para darle a mi mamá tiempo para jugar al mahjong y dirigir su grupo de lectura. Muchas de las decisiones de su hogar cayeron sobre mis hombros. Este fue el comienzo de nuestro cambio de roles.

Década del 2010: Yendo cuesta abajo

Mi padre falleció en el 2012. En ese momento, mi mamá era una mujer vivaz y enérgica de 89 años. Con su perro, Chipper, se mudó a una comunidad de jubilación independiente. Dejarla en el vestíbulo fue otro momento al revés, un recordatorio del día en que me dejó en mi dormitorio universitario, una joven asustada de 19 años preguntándose si cenaría sola durante los próximos tres años.

Esta vez mis lágrimas fluyeron abiertamente. Comencé a encargarme de sus finanzas y de sus compras semanales de alimentos. Después de una de nuestras cenas de domingo, ella confesó que no les gustaban sus supuestos amigos y quería mudarse. Mi esposo y yo teníamos espacio en nuestra casa. Tenía más que suficiente espacio en mi corazón. 

Década del 2020: COVID-19, confusión y superación

La pandemia puso fin a las salidas semanales de mi madre para mirar vitrinas, la mayoría de las cuales tenían lugar en el supermercado. Para mí no era divertido mirar diferentes cortes de carne, ofertas especiales de productos agrícolas o atletas en cajas de cereal. Pero para mi mamá era una salida emocionante.

Una vez que se exigió el uso de mascarillas, una regla que ella pensó que yo implementé, esos viajes terminaron. Como lo hizo gran parte de su pensamiento cognitivo. La primera vez que preguntó por qué mi padre no venía a visitar, mi corazón se volteó del revés. En ese momento necesitaba sus consejos más que nunca. Cerré los ojos y pedí fuerza para cualquier dificultad que me esperara.

Ahora, todas las noches le llevo a mi madre un martini y una rebanada de pan, y la escucho leer Los Angeles Times en voz alta. Me digo a mí misma que estaré lista cuando ella se vaya con mi papá. Pero sé que no lo estaré. Voy a extrañar todo acerca de estos últimos años y de todas las décadas anteriores de su vida.

Pero más importante aún, sé que ella estará lista. Y eso es lo que importa.

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