Vida Sana
| Cuando la COVID-19 atacó a los habitantes del país, las enfermeras y enfermeros, así como otros profesionales de la salud, se convirtieron en nuestra primera línea de defensa. Han sido comparados con los bomberos y la policía que respondieron a los ataques terroristas del 11 de septiembre.
En algunos lugares, como la ciudad de Nueva York, se vieron inmersos en una lucha desesperada por salvar vidas. En otros lugares, desde Maryland hasta Minnesota y el estado de Washington, trabajaron para hacer la mayor cantidad posible de pruebas de detección para frenar la propagación de la enfermedad, para preparar sus hospitales y clínicas ante la inevitable avalancha de pacientes y para abrirse camino a través de los trámites burocráticos que obstaculizan su labor.
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Con valor sereno y determinación sosegada, el personal de enfermería está ayudando a los demás. A continuación se describen algunas de sus historias.
Robin Krinsky, 60
Enfermera clínica en Mount Sinai Hospital de la ciudad de Nueva York. Ha sido enfermera durante 37 años.
“He sido enfermera desde el comienzo de la crisis del sida a principios de la década de 1980. Eso no fue nada comparado con esto. El aumento de casos de coronavirus ha sido muy rápido y muy despiadado. Hay mucho estrés. Pero no me convertí en enfermera por el glamur.
Mi esposo también es enfermero. Nuestro hijo trabaja en un hospital como asistente administrativo. Cumplimos con el distanciamiento social... incluso en un apartamento de Manhattan. En parte le hago frente con humor, que me ha ayudado a transitar la vida. Solo espero que dure.
Todos los que trabajan en primera línea están expuestos al virus: la enfermera embarazada, los enfermeros mayores, los que tienen una enfermedad subyacente y los saludables. Todos están al límite. Mis tareas solían ser lógicas y organizadas: nada fuera de lo común, por cierto, nada catastrófico. Ahora es caótico. Lo describo como un caos organizado. No sé con qué me voy a enfrentar. Todo es muy preocupante. Solo quiero asegurarme de que mis pacientes estén respirando. Esta es la nueva normalidad.
Esta es la peor parte de mi jornada: cada día nos enteramos de la cantidad de pacientes que tienen resultados positivos de coronavirus, los que murieron, los que están conectados a respiradores. Averiguamos cuántos compañeros han contraído el virus o cuántos están en cuarentena porque tienen síntomas. Esos números aumentan todos los días. No me han hecho la prueba de detección del virus. No tenemos suficientes pruebas en Nueva York para todo el personal de atención médica.
No me importan las consecuencias. No dejaré de hacer lo que amo. Los enfermeros son líderes. Somos una clase especial. Durante las catástrofes, y el coronavirus es la peor de ellas, no nos apartamos. Pero tengo miedo todos los días”.
Jacque Waugh, 56
Es una enfermera titulada que ha trabajado desde el 2012 en la sala de emergencias de Abbott Northwestern, un hospital urbano en Minneapolis, Minnesota. Antes de eso, fue técnica en emergencias médicas (EMT) en el hospital durante 18 años.
Para nosotros ha sido un difícil proceso de aprendizaje. Alrededor de la primera semana, cuando estábamos tratando de sobrellevar todo esto, no teníamos un buen plan sólido para poder tratar a los pacientes sintomáticos. No sabíamos exactamente cómo se propagaba el virus.
Dado que tenemos una cantidad limitada de suministros para hacer pruebas de detección, solo se las hacen a los pacientes que tienen síntomas y que van a ser hospitalizados o los trabajadores de salud que tienen síntomas. Si los pacientes sintomáticos están en una situación estable, es probable que los envíen a su casa y les recomienden que permanezcan en cuarentena.
Cuando estoy evaluando la prioridad de los pacientes, llevamos de inmediato a un paciente sintomático a una de nuestras salas de presión negativa, si hay alguna abierta, donde se extrae el aire de la habitación y luego pasa a través de nuestro sistema de ventilación y se filtra. Estas habitaciones hacen que el aire sea más seguro para respirarlo.
Estoy algo preocupada por mí, por mi esposo y por nuestras dos hijas. Somos bastante saludables. Creo que si contraemos el virus nos recuperaríamos, pero todavía hay muchas cosas que no sabemos, como las repercusiones a largo plazo: ¿podría haber cicatrices en los pulmones, ya que ataca los pulmones con bastante intensidad?
Antes de esta crisis, una sala de emergencias concurrida comenzaba a sentirse como una línea de ensamblaje: hagamos pasar a estas personas con la mayor rapidez y eficacia que podamos. Actualmente, parece que puedo intervenir y ser útil. Los extremos a los que puede llevarte este trabajo me retan a comprometerme con mi fe a diario.
Hace una semana y media vino un adolescente que parecía muy ansioso. Estaba allí por otro problema de salud, pero tenía asma y nos preocupaba que pudiera tener COVID-19. Este joven dijo “muchas gracias” al menos tres o cuatro veces, incluso en un momento que estaba vomitando. Fue extraordinario que alguien de esta edad mostrara ese tipo de gratitud.
Esas son las cosas que alimentan el alma: cuando puedes tocar la vida de otras personas y has tenido este momento de acercamiento cuando se sienten vulnerables”.
Carrie Hedges, 58
Es enfermera titulada del Suburban Hospital, un hospital afiliado a Johns Hopkins en un área de Maryland. Ha sido enfermera durante más de una década.
“Cuando se produjo el brote, se cancelaron todas las cirugías optativas, por lo que me convertí en parte de un equipo que administra las pruebas de detección de la enfermedad COVID-19".
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