Vida Sana
| La COVID-19 puede ser peligrosa para cualquiera. Sin embargo, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) indican que el 80% de las muertes que causa se han producido en personas mayores de 65 años, y los adultos mayores también tienen más probabilidades de requerir hospitalización y posiblemente ser conectados a un respirador artificial. No obstante, los motivos por los que algunos adultos mayores se enferman de gravedad y otros no es aún un misterio, señala la Dra. Linda DeCherrie, profesora de geriatría y medicina paliativa en el Mount Sinai Hospital de la ciudad de Nueva York. “Si bien sabemos que quienes tienen problemas cardíacos y pulmonares subyacentes (como enfermedades pulmonares, asma o alta presión arterial) tienen un mayor riesgo de sufrir complicaciones, todavía hay mucho que recién estamos comenzando a descubrir sobre la enfermedad”, advierte. A continuación, cuatro hombres y mujeres mayores de 70 años comparten cómo sobrevivieron un caso grave de esta enfermedad causada por el nuevo coronavirus.
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Paul Levine, 86 años, ciudad de Nueva York
“Dos meses después, todavía me cuesta respirar cuando me pongo de pie”.
A mediados de marzo comencé a sentir una fatiga intensa y dificultad para respirar, pero lo primero que temí no fue haber contraído COVID-19 sino tener una recaída de leucemia linfocítica crónica, un cáncer de la sangre que había superado con tratamiento en el 2006. Pero cuando llamé a mi oncólogo, me hizo una pregunta extraña: ¿qué sabor tenía mi comida? Cuando le dije que todo tenía un sabor horrible, me dijo que fuera al hospital. Mi hijo me llevó al Mount Sinai West en la ciudad de Nueva York, donde recibí un resultado positivo de COVID-19.
No recuerdo mucho después de que me internaron. Sé que tenía mucha fiebre y que estaba incoherente. Un par de días después, la temperatura bajó y me enviaron a casa. Tres días después, me caí en el baño y estaba tan débil que no me pude levantar. Mi esposa, Sondra, llamó al 911 y la ambulancia me llevó a Mount Sinai East, donde me dieron oxígeno y líquidos por vía intravenosa.
Fue raro. Al tener diabetes y ser un sobreviviente de cáncer de 86 años, antes de la llegada del virus la muerte ya era algo que siempre tenía presente. Casi un año antes había preparado un testamento y otros documentos de planificación patrimonial, y me seguía preguntando si lo habría hecho bien porque no quería dejarle problemas a nadie. Cuando tuve COVID-19, realmente sentí que quería morir. No dormía y no quería comer. Todo lo que quería hacer era ir a casa y estar con Sondra. Ella llamaba varias veces por día, pero yo estaba tan desconectado de todo que ni siquiera recuerdo haber hablado con ella.
Después de dos semanas cuando me dieron de alta del hospital, pesaba 127 libras. El Mount Sinai tiene un programa de enfermería a domicilio, así que enviaban a alguien para que me visitara tres veces por semana. Sondra me preparaba todas mis comidas favoritas, como sopa de champiñones y cebada y costillas de res, pero me llevó bastante tiempo recuperar el apetito. Incluso hoy, más de dos meses después, todavía no me he recuperado por completo. Estoy usando oxígeno, e incluso al ponerme de pie siento dificultad para respirar. Sondra y yo salimos a caminar todos los días, pero después de algunas cuadras necesito descansar. La ironía es que mi esposa y yo creemos que contraje el virus en el gimnasio, que era el único lugar adonde iba después de que comenzamos a aislarnos en casa a principios de marzo.
Ambos nos sometimos a pruebas de anticuerpos y los dos los teníamos, lo que sugiere que Sondra también contrajo la enfermedad pero no tuvo síntomas. Esta enfermedad es muy desconcertante y preocupante. Hay tanto que aún no sabemos sobre ella, como por qué algunos tenemos síntomas tan graves que necesitamos ser hospitalizados, mientras que otros solo tienen casos leves o no tienen signos del virus en absoluto. Veo que todos están impacientes y quieren abrir la ciudad de inmediato. Debemos tomarnos las cosas con calma.
Georgene Stephens, 70 años, Clarksville, Maryland
“Lo más difícil de la COVID-19 fue no poder sostener la mano de mi esposo mientras estaba conectado al respirador artificial”.
En mi caso, lo más difícil de la COVID-19 no fue mi propia lucha contra el virus, aunque eso realmente fue una pesadilla. Fue el hecho de que no podía sostener la mano de mi esposo Gerry mientras yacía en la UCI en Johns Hopkins [Hospital], sedado y conectado a un respirador artificial. Era la primera vez en nuestros cincuenta años de matrimonio que nos separábamos durante más de unos pocos días.
Nuestra terrible experiencia comenzó el martes 10 de marzo, cuando ambos tuvimos tos y fiebre. Una semana después yo me sentía mejor, pero a Gerry le costaba mucho respirar. Si bien los dos tenemos 70 años y gozamos de buena salud, Gerry tiene asma. Fuimos a un hospital local donde nos hicieron la prueba de detección de COVID-19. Gerry estaba en tan mal estado que decidieron intubarlo y llevarlo en ambulancia al Johns Hopkins. Ni siquiera me permitieron decirle adiós en persona. Tuve que saludarlo con la mano a través de la ventana del hospital.
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