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Lorraine Ladish: Cómo me repongo de la COVID-19

​"¡No es justo!", fue lo que pensé al saber que estaba contagiada, después de haberme cuidado tanto.


spinner image Lorraine Ladish y Alexia
Lorraine con su hija Alexia una semana antes de dar positivo al virus.
Cortesía de Lorraine Ladish

​Cuando hace tres meses recibí el resultado positivo de la prueba de detección de la COVID-19, no podía creerlo. Lo primero que pensé fue, “¡no es justo!” Tampoco podría imaginarme que algunos de los síntomas me durarían más de tres meses.

"La sensación de aislamiento y de impotencia me afectaron de tal manera que algunos días los pasaba enteros en la cama".

Desde el principio de la pandemia tomé todas las precauciones, desde llevar mascarilla y guardar distancia con otras personas, hasta lavarme las manos más de lo que jamás hice antes. Por supuesto, siempre llevaba gel desinfectante en el bolso.

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spinner image Lorraine Ladish recibe la vacuna contra el coronavirus
Momento en que Lorraine recibe su segunda dosis de la vacuna.
Cortesía de Lorraine Ladish

En abril de 2021 mi esposo y yo recibíamos la segunda dosis de la vacuna Pfizer. Nuestros hijos adolescentes recibieron la vacuna entre finales de abril y principios de mayo. Todos continuamos usando mascarilla, a pesar de que según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, las personas vacunadas no teníamos que llevarla.

En mayo, me aventuré a viajar a España para visitar a mi padre, recién operado de cáncer de colon. El viaje, muy esperado por ambas partes, tuvo lugar sin incidencias.

En junio viajé de nuevo, esta vez a Colorado y con mi hija menor, para visitar a su hermana, a la que no habíamos visto desde octubre del año anterior. Fueron unos días magníficos, que nunca olvidaré.​

Los primeros síntomas

Cuatro días después de mi regreso a Florida, ya en casa, limpié mi habitación y al final del día me sentí como si hubiera escalado una montaña. Practico deporte, hago yoga a diario, como relativamente bien y duermo bastante. Me cuido, en suma. No es normal que me canse tanto haciendo labores domésticas.

Al quinto día, empecé a sentir como si tuviera un resfriado, algo que no me había ocurrido en casi dos años. El cansancio se intensificó, me sentía congestionada y tuve tos seca y persistente. Lo primero que hice fue oler mis perfumes, por si había perdido el olfato, pero no fue así.

Decidí hacerme una prueba para la detección del coronavirus. En vista de mis resultados, mi esposo y nuestros tres hijos también se hicieron la prueba. Afortunadamente todos obtuvieron un resultado negativo excepto mi hija menor, la que viajó conmigo. En su caso, aun con el resultado positivo de infección por coronavirus, no tuvo ningún síntoma.​

Las secuelas

Pero el diagnóstico oficial fue solo el comienzo. Durante tres meses padecí un cansancio aplastante casi constante. Era el tipo de cansancio que se tiene con una bronquitis o neumonía. Como el cansancio atroz que sobreviene durante la menopausia.​

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También tuve un sarpullido doloroso que parecía, pero no era, herpes zoster (el herpes zoster se da solo en un lado del cuerpo y yo tenía sarpullido en ambos lados de la frente). ​

Esto, por no hablar de la falta de concentración y la fatiga mental. ​

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Cada síntoma por sí solo no era grave, claro, pero la suma de todos me afectó anímicamente. Yo ya tenía depresión y ansiedad, y contraer el virus del que me había protegido lo mejor que pude durante tanto tiempo fue todo un shock. Algunos días sentí que se apoderaba de mí la tristeza y el desaliento. ​

Desde hace ya años, tomo medicación para combatir la depresión y la ansiedad, y aunque mi terapeuta me ofreció aumentar la dosis, entendí que esto no era la solución para mí. Sabía que era cuestión de tener paciencia. El yoga y la meditación fueron mis aliados durante este tiempo.​

Mi esposo y yo solemos compartir las tareas de la casa, pero durante mi cuarentena, él tuvo que tomar las riendas del hogar. La sensación de aislamiento y de impotencia me afectaron de tal manera que algunos días los pasaba enteros en la cama. Durante los dos meses siguientes me costaba la vida concentrarme para escribir un artículo, y yo me gano la vida escribiendo.​

Amigos y familiares me aseguraban que pronto me sentiría como nueva. Pero no. Pasaba el tiempo y el desánimo continuaba. Me fatigaba simplemente haciendo la cama o trabajando sentada durante media hora.​

Una sobria realidad

Tres meses más tarde aún tengo el sarpullido en la frente, aunque ya no me duele. La concentración ha mejorado, y también he recuperado la fuerza y energía física. Eso sí, me doy cuenta de que la concentración y la atención al detalle a menudo me siguen fallando.​

Por supuesto, me siento afortunada de no haber tenido un caso grave de COVID-19 y de haber evitado la hospitalización. Pero también hubiera preferido no pasar por ello. Si bien la vacuna es eficaz cuando se trata de evitar hospitalizaciones en personas sanas, en mi caso no evitó síntomas, a veces, difíciles de sobrellevar.​

Por lo pronto, llevo mascarilla, sigo manteniendo mi distancia social, continúo lavándome las manos y, si recomiendan ponerse una tercera dosis de la vacuna, me la pondré. Espero no volver a contagiarme, pero ahora entiendo que es una posibilidad muy real y que los resultados del contagio son impredecibles.​

Nota del editor: Este ensayo forma parte de una serie sobre cómo vivimos los latinos en Estados Unidos el brote de coronavirus. A continuación, la lista de perfiles que forman parte de esta serie:

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