Vida Sana
¡Ay el azúcar! Ese dulce sabor que aprendemos a disfrutar desde la más tierna infancia nos ha traído tal cantidad de problemas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha recomendado restringir su consumo. Ha fijado un máximo diario de 50 gramos, aunque idealmente sería mejor ingerir menos de 25 gramos, si se es un adulto saludable.
Si bien hay múltiples clasificaciones para el azúcar, quiero hacer referencia a una muy sencilla que divide el azúcar en natural y añadido. Como resultará fácil imaginarse, el azúcar natural es el que se encuentra en frutas y verduras, mientras que el añadido es aquel que está presente en los alimentos procesados. Este último es precisamente el que la OMS desea limitar por sus efectos negativos en la salud cuando se abusa de su consumo.
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De ninguna manera quiero satanizar el azúcar; de hecho no es dañino siempre y cuando no se consuma en grandes cantidades. Es un excelente nutriente para el organismo: el azúcar es de fácil digestión, su metabolización no genera tóxicos y es una fuente de energía rápida. Ahora bien, cuando abusamos de la cantidad que ingerimos sufrimos consecuencias como aumento de peso, incremento en el riesgo de padecer problemas cardiovasculares y de desarrollar resistencia a la insulina, además de un deterioro de las funciones cognitivas.
Antes de ahondar en las consecuencias del abuso del azúcar debes saber qué le ocurre a tu cuerpo cuando ingieres ese delicioso pastel o ese refresco que acabas de saborear. Al absorberse en el aparato digestivo el azúcar, se incrementa el nivel de glucosa en la sangre ante lo cual el páncreas comienza a secretar insulina. Esa hormona “abre la puerta” para que la glucosa pueda entrar a las células de nuestro cuerpo a fin de proporcionarles energía. Varias hormonas juegan un papel preponderante en este proceso, pero cuando consumes demasiado azúcar —al punto de que tus células ya no la necesitan como fuente de energía— ese exceso se acumula en forma de grasa alrededor de tus vísceras. Esa grasa que vemos en el área abdominal nos predispone a una condición llamada resistencia a la insulina o estado prediabético.
El consumo de bebidas azucaradas, especialmente refrescos, ha experimentado un ligero descenso en Estados Unidos, pero sigue representando una fuente significativa de azúcar añadido y por consiguiente un riesgo para la salud cardiovascular. Un estudio publicado en la revista Atherosclerosis revela un riesgo 16% mayor de sufrir daño en las arterias coronarias entre los consumidores habituales de bebidas azucaradas.
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