Vida Sana
| ¿Qué hace falta en estos días para marcar una diferencia en tu comunidad? Un currículo impresionante y apoyo financiero. Bill Gates, de 58 años, fundador del coloso de la tecnología Microsoft, ahora dirige la Bill and Melinda Gates Foundation, en tanto el expresidente Bill Clinton, de 68, fundó la Clinton Foundation, ambas fundaciones sin fines de lucro con activos por valor de $40,000 millones ($40 billion) y $250 millones, respectivamente.
Pero no necesitas que tu nombre sea reconocido instantáneamente ni una gran chequera para asumir el desafío. De hecho, la cantidad de entidades sin fines de lucro registradas aumentó un 21.5% del 2001 al 2011, según el Urban Institute; otro estudio reciente estima que actualmente 9 millones de personas de entre 44 y 70 años trabajan para organizaciones con fines sociales, ya sea luego de jubilarse o como segundas carreras. “El crecimiento de los mayores de 50 que inician asociaciones sin fines de lucro y otras organizaciones de impacto social está alimentado por el cruce de dos poderosas tendencias: el espíritu emprendedor en la edad madura y los segundos actos para el bien supremo”, dice Marc Freedman, fundador y director ejecutivo de Encore.org. Todo lo que verdaderamente se necesita es: empatía, energía, pasión y persistencia, atributos compartidos por los cuatro fundadores de entidades sin fines de lucro aquí citados.
Claire Bloom, 67 años
Fundadora y directora ejecutiva,
End 68 Hours of Hunger
Somersworth, Nuevo Hampshire
Cuando Claire Bloom concurrió a la reunión mensual de su club de lectura, en octubre del 2010, esperaba una conversación animada sobre la última novela analizada. En cambio, la oficial naval retirada terminó ofreciéndose como voluntaria para una nueva misión en su vida. Una maestra del grupo mencionó que algunos estudiantes combatían el hambre desde el momento en que recibían un almuerzo gratis en la escuela los viernes hasta que regresaban los lunes para el desayuno: 68 largas horas. Bloom dice que se prometió a sí misma: “No puedo permitir que esto suceda”.
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Pronto lanzó End 68 Hours of Hunger (Terminemos con las 68 horas de hambre), donando $10,000 de sus ahorros como capital inicial. En un principio, alimentó a 19 niños en un pueblo de Nuevo Hampshire. Ahora, su organización provee alimentos envasados no perecederos para preparar comidas para más de 1,000 chicos cada fin de semana en California, Maine, Massachusetts y Nuevo Hampshire. “Es un programa totalmente anónimo”, señala Bloom. “Así que nuestros voluntarios no tienen ni idea de quiénes son esos niños”. Las escuelas eligen a los comensales.
Ella es sumamente organizada; no recibe un salario e insiste en que sus aproximadamente 600 colegas voluntarios hagan lo mismo. “Es increíblemente atractivo para los donantes poder saber que el 100% del dinero que donan es para comprar alimentos para los niños, y que ni un centavo va a parar a los bolsillos de nadie”, dice.
Además de donaciones corporativas, Bloom busca subvenciones institucionales, las que permiten que la organización provea a sus oficinas locales de un stock de mercadearía y los elementos necesarios para comenzar. Claire atribuye el éxito de la organización a su entrenamiento militar. Ella sabía cómo pararse frente a un grupo de gente a la que no conocía y darles instrucciones, una destreza fundamental para emprendedores sociales que frecuentemente le piden dinero o tiempo a extraños.
Ella se describe como una microgerente, así que “la manera en que yo manejaba las cosas tuvo que cambiar”. Dice Bloom: “La conclusión, que no es difícil de imaginar, es que hay un trabajo sencillo para hacer: alimentar a los niños”.
Fundadora y directora ejecutiva,
Penn Asian Senior Services
Filadelfia
“Envíela a un hogar de ancianos”. Ese fue el consejo que mucha gente, incluidos médicos, le dieron a Im Ja Park Choi en el 2003, cuando un hospital dio de alta a su madre de 86 años luego de varias cirugías por un cáncer de estómago. Entonces, la mamá de Choi pesaba 62 libras y necesitaba una bolsa de colostomía. Pero en la cultura coreana, institucionalizar a un padre enfermo es impensable. “Uno cuida de su madre y de su padre”, dice Choi. “Está en mi sangre”.
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