Vida Sana
Gabrielle Carson supo que tenía que dar la voz de alarma. Fue en octubre del 2021. Carlson, por aquel entonces la presidenta de la American Academy of Child and Adolescent Psychiatry, estaba viendo un enorme número de adolescentes en crisis: altísimos índices de depresión y ansiedad. Familias bajo asedio debido a alteraciones causadas por la pandemia. Un drástico aumento en las visitas a salas de emergencia por crisis psiquiátricas infantiles.
Y además, los suicidios.
Casi uno de cada diez alumnos de secundaria admitió que había intentado terminar con su vida durante los 12 meses anteriores, según una encuesta publicada por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC); uno de cada cinco había pensado seriamente en suicidarse.
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Las tasas de suicidio entre adolescentes aumentaron casi un 53% entre el 2010 y el 2020; en ese entonces, el suicidio era la segunda causa principal de muerte para personas de entre 10 y 18 años. Luego surgió la pandemia, y con eso los confinamientos, el aislamiento y una creciente dependencia en el aprendizaje y la socialización de forma virtual. Y toda la situación empeoró.
“Les dije a los de mi comité ejecutivo: ‘Tenemos que hacer algo’”, recuerda Carlson. “‘Tenemos que declarar que hay una emergencia nacional’”.
En la actualidad, organizaciones desde los CDC hasta la American Academy of Pediatrics y la Oficina del Cirujano General de EE.UU. están de acuerdo: los jóvenes de 10 años o más están en medio de una crisis de salud mental.
Ahora más que nunca, los niños del país corren riesgo.
Más que nunca, parece que no podemos hacer nada para ayudarlos.
Las redes sociales
Para entender realmente la crisis que están enfrentando los preadolescentes y los adolescentes modernos, empecemos con un dato: ellos tienen superpoderes que son un misterio para la mayoría de los adultos mayores. Superpoderes que obtuvieron de una serie de aplicaciones de redes sociales que tienen instaladas en sus teléfonos inteligentes.
Snapchat les permite ver dónde están sus amigos, averiguar quiénes están pasando tiempo juntos, y saber si los excluyeron y cuándo. Instagram les da el poder de comparar su vida con la de otras personas que publican retratos filtrados e idealizados de sí mismas. TikTok les permite desplazarse sin fin entre videos relacionados con sus obsesiones actuales, independientemente de lo sombríos o perjudiciales que podrían ser esos intereses. Todas estas y otras aplicaciones para teléfonos inteligentes les dan el poder de comunicarse con otras personas en cualquier lugar, a cualquier hora del día, de forma anónima si lo desean, y a menudo contradiciendo los deseos de los adultos.
Pero igual que las redes sociales les permiten a los chicos comunicarse, otras personas también pueden usarlas para ponerse en contacto con ellos. Los hostigadores, quienes antes estaban limitados a parques infantiles y patios escolares, ahora pueden acosar a niños vulnerables en cualquier lugar, a cualquier hora. Los algoritmos establecen lo que los chicos ven en los medios sociales, y los alimentan a diario con una dieta de contenidos relacionados con sus pasiones, miedos e inseguridades más profundos. A los estafadores y a los depredadores sexuales les resulta fácil llegar a los niños: según el Centro Nacional para Niños Desaparecidos y Explotados (NCMEC), entre el 2019 y el 2020, hubo un aumento del 97.5% en los “engaños en línea”, en esencia adultos que intentan atraer a niños para que participen en actos sexuales.
“Muchos padres todavía piensan: no mi hijo, ni en mi casa, ni en mi vecindario”, señala Titania Jordan, directora de crianza en Bark Technologies, una empresa que elabora sistemas de monitoreo digital para que los padres hagan seguimiento de las actividades en internet de sus hijos. Sin embargo, Jordan hace poco demostró cómo, con un filtro de fotografía que está ampliamente disponible, “pude, a los 41 años, aparecer como una niña de quinto grado y publicar mis imágenes en línea. Casi enseguida, hubo depredadores que intentaban enviarme mensajes por Instagram”, dice.
Como adultos, ya sabemos que la tecnología ha hecho que esta generación de chicos sea muy vulnerable, incluso a sus propios errores. “Piensa en cómo eran las cosas cuando éramos jóvenes”, dice Lauren Coffren, directora ejecutiva de la División contra la Explotación Infantil del NCMEC. “Teníamos el juego de la botella y lo de desnudarse y correr por un lugar público. Pero la diferencia es que no existen videos de estas actividades que nos estén persiguiendo durante el resto de nuestra vida”.
Una crisis de salud mental
Jonathan Haidt es uno de varios investigadores que han trazado una línea directa entre las redes sociales y el aumento de los trastornos del estado de ánimo entre niños y adolescentes. “Cuando se comparan las tasas del 2009 —antes de que la mayoría de los adolescentes usaran las redes sociales a diario— con las del 2019 —el último año completo antes de que la COVID-19 empeorara aún más la situación—, los aumentos en general están entre un 50 y un 150%”, escribió Haidt en su declaración ante la Comisión Judicial del Senado en mayo. Las autolesiones entre las adolescentes más jóvenes, en particular, han aumentado en un 180%, señala Haidt, profesor de Liderazgo Ético en New York University. Hay mayores tasas de ansiedad y depresión entre chicos de ambos sexos, pero el impacto ha sido peor para las niñas.
Cuando los niños tienen acceso a los medios sociales por una o dos horas al día, a menudo no hay un aumento que se correlacione con mala salud mental, según escribió Haidt. Pero a medida que el uso diario sube a tres horas o más, las enfermedades mentales “muchas veces aumentan de forma bastante brusca”.
“No pienso que las redes sociales sean el único motivo de la crisis”, escribió Haidt a la comisión. “Pero no existe una hipótesis alternativa que explique lo repentino, lo enorme y lo parecido a nivel internacional” del drástico aumento que ha habido en casos de trastornos psíquicos.
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