Vida Sana
Todos los domingos por la noche, Anna, mi antigua clienta, se exasperaba cuando su madre Lillian, de 85 años, hablaba por teléfono con Don, el hermano de Anna. Con Anna, Lillian siempre estaba de malas, y se quejaba de sus achaques. Pero en sus conversaciones con Don, sonaba alegre y animada. A Anna le molestaba que su madre sintiera que tenía el derecho de pasarse la semana abrumándola con sentimientos negativos, pero luego solo compartía sentimientos positivos con su hijo.
Parte de la razón, como Anna bien sabía, era que su madre siempre había favorecido a su hermano y deseaba complacerlo, no preocuparlo. El hecho de que era la hija obediente, no el hijo lejano, la que en la actualidad la cuidaba no cambiaba eso.
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Pero la personalidad aparentemente doble de Lillian y su comunicación contradictoria también revela algo sobre el comportamiento humano: todos elegimos lo que les decimos a los demás y cuándo, porque tenemos relaciones distintas con diferentes personas y deseamos hacerles impresiones distintas. Puedes compartir una versión enciclopédica de lo que hiciste ese día con una persona, y con otra, una versión abreviada. Puedes ser expresivo emocionalmente con un familiar en un momento dado y luego malhumorado con otro. Te reservas el derecho de cambiar tu relato o hacer pequeños cambios según tu audiencia.
Estos mensajes contradictorios pueden confundir en circunstancias ordinarias, pero hacen que la vida de los cuidadores familiares sea mucho más complicada. Cuando padres de mayor edad comparten datos divergentes sobre sí mismos con sus hijos adultos, esto puede avivar la tendencia natural de los hermanos rivales de discrepar sobre la condición y las necesidades de sus padres. El cuido de un ser querido funciona mejor como un deporte de equipo. Para que los familiares puedan trabajar juntos de manera coordinada, necesitan comenzar con la misma información básica y tener una visión en común. Recibir informes distintos de sus padres socava sus esfuerzos.
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