Vida Sana
En el mes de noviembre, nuestro país rinde homenaje a los veteranos militares que han servido a su patria. En los últimos años, se ha ampliado ese círculo para agradecer también a los cónyuges e hijos de militares, que en muchos casos cargan con el estrés de la prestación de cuidados y, día tras día, lidian con las secuelas de la guerra.
Nuestra familia lo vivió en carne propia después de que mi esposo, Bob, sufriera lesiones cuando estalló una bomba al borde de la carretera por la que se desplazaba mientras cubría la guerra en Irak. Lanzamos la Bob Woodruff Foundation para que nuestros veteranos de la época posterior al 11 de Septiembre puedan acceder a los mejores recursos y apoyos para su transición a la vida en este país.
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Según la Rand Corporation, hay más de 5.5 millones de cuidadores de veteranos en Estados Unidos, y estas personas trabajan, en promedio, casi 24 horas semanales en la prestación de cuidados. Entre los cuidadores adultos no remunerados, aproximadamente el 45% indicaron que padecen señales de depresión (en comparación con un 17% de quienes no son cuidadores), y más del 30% dijeron haber tenido pensamientos suicidas (frente a un 3.6% de los no cuidadores). “Gran parte de la carga de los cuidados recae sobre estos cuidadores. Son los 'héroes ocultos' que pagan un alto precio a nivel personal”, señala Anne Marie Dougherty, directora ejecutiva de la Bob Woodruff Foundation.
Desde hace muchas décadas, los cónyuges y los familiares de veteranos de guerras anteriores, incluidas las de Corea y Vietnam, han asumido en silencio el papel de cuidadores. La mayoría de las personas en Estados Unidos suponen que el Gobierno y el Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) cubren gran parte de estos costos y servicios. Pero muchos cuidadores trabajan sin remuneración y, por estas responsabilidades, el cónyuge difícilmente puede tener un empleo fuera del hogar sin tener que contratar a otro cuidador e incurrir en gastos adicionales.
Compartir historias y vivencias es una manera tradicional de aliviar las penas y forjar una comunidad. A continuación se recogen las historias de cuatro cuidadoras —todas ellas becarias de la Elizabeth Dole Foundation—, que nos ofrecen una perspectiva íntima de quienes cuidan a los veteranos de las guerras de Vietnam, Irak y Afganistán. Según ellas, la fundación las ha ayudado no solo a aliviar la sensación de soledad, sino también a acceder a recursos y comunicarse con cuidadores de todo el país. Gracias a su mentalidad inspiradora y su disposición de compartir lo que saben, podrán ayudar a quienes se encuentran en la misma situación.
Cuidar a alguien que padece una enfermedad degenerativa
Fue el segundo matrimonio tanto para Marty Douglass (actualmente de 71 años), de Jackson, Misisipi, y Ed Douglass (75). Se conocieron en Houston, en un campo de tiro donde Ed trabajaba después de terminar su servicio militar. “Yo era vendedora ambulante”, explica Marty, “y por eso quería aprender a protegerme y a utilizar de forma segura un arma de fuego. Ed se ofreció a darme algunos consejos”. Los dos cultivaron juntos su pasión por el uso recreativo de armas de fuego patentadas antes de 1900.
Ed se había alistado en la Infantería de Marina y, durante dos períodos de servicio entre 1967 y 1972, participó en numerosas misiones. Su base local era Camp Lejeune, en Carolina del Norte, donde la toxicidad del agua —según se revelaría años después— causó muchas enfermedades.
Los primeros síntomas de Ed fueron los temblores. Años después, en el 2018, se le diagnosticó el mal de Parkinson. Los Douglass eran dueños de una pequeña empresa de publicidad y participaban en la cámara de comercio local. A causa de su enfermedad, Ed ya no pudo trabajar y Marty tuvo que cuidarlo. Vendieron no solo su empresa, sino también la casa rodante que tanto les gustaba y que usaban en su vida recreativa y en los fines de semana.
“Yo sabía que él estaba cambiando, pero este diagnóstico salió de la nada”, dice Marty. “Una vez que entendimos que era de verdad, yo ya no podía seguir negándolo. Como se trataba de una enfermedad degenerativa, tuve que empezar enseguida a hacer cambios y planes”.
En agosto pasado, Ed se sometió a una intervención quirúrgica para aliviar sus fuertes dolores de espalda. Después de la operación, ya no pudo caminar. “Su caso de Parkinson había avanzado a tal grado que tenía que usar andador, padecía incontinencia parcial y empezaba a tener problemas cognitivos. Antes de la operación, yo podía salir de la casa por algún tiempo durante el día, pero después, él necesitaba cuidados y rehabilitación de forma continua”, dice Marty.
Con el tiempo, Marty reconoció que ya no podía prestar los cuidados que su marido necesitaba. En la actualidad, Ed recibe cuidados en un hogar estatal para veteranos. “Es tan difícil tener de repente que hacerlo todo”, dice Marty. “A veces el papel de cuidador se impone de repente, y en otros casos sucede paulatinamente. Pero he aprendido muchísimo sobre mí misma a lo largo de este camino”.
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