Vida Sana
En medio de este dolor no puedo hablar de culpables. Ni siquiera puedo responder cómo fue que mi mamá Cristina Díaz, de 72 años, contrajo el coronavirus. En medio de tantas preguntas sin respuestas, lo que prevalece es mi sentimiento de culpa de no haberle dado el último beso en su mejilla. No puedo sacar de mi mente ese instante. Se convirtió en la última vez que estuve físicamente con ella.
Antes de la llegada de la pandemia, mi vida se centraba en el cuidado de mi familia, en atender a mis clientes en mi agencia de relaciones públicas y en compartir los fines de semana con mi mamá.
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"Hoy veo que todo lo que antes era rutinario y normal, son gloriosos momentos, algunos irrepetibles".
Hoy veo que todo lo que antes era rutinario y normal, son gloriosos momentos, algunos irrepetibles.
Nos invadió el temor
Mi mamá vivía con mi hermana Karen, pero siempre repartía su tiempo, especialmente los fines de semana, entre sus tres hijos: Bruno, Karen y yo. Sus nietos eran su adoración. Sean de 27 años, el hijo de Karen; Andrea de 11 y Yamilka de 20, ambas de Bruno; y Chloé Cristina, mi pequeña hija de 7 años, quien lleva su segundo nombre en honor a mi madre.
El martes 7 de julio mi mamá tuvo una caída inesperada cuando se levantaba de la cama para ir al baño. A partir de ese momento todo cambió. Según Karen, no había ninguna señal de fractura, pero que sí estaba muy débil, algo que atribuimos al Parkinson, enfermedad que se le había diagnosticado hacía apenas un año y que parecía estar avanzando agresivamente.
Decidimos que mami viniera a mi casa ese fin de semana, para animarla un poco. Estaba muy débil, apenas podía caminar, no terminaba con coherencia las oraciones, se quejaba de un dolor en un costado y tosía constantemente. Ella siempre tenía una tos seca resultado de los tratamientos médicos, pero esta vez era diferente. No tenía fiebre. Esa noche le dimos de comer porque las manos le temblaban mucho, la bañamos y entre Chloé Cristina y yo le cepillamos el cabello. La acostamos un rato y tuvo dos golpes de tos muy feos. A la mañana siguiente decidí llevarla al hospital.
A la hora y media, llegaron los resultados que temía. Mi mamá dio positivo al virus y, no solo eso, presentaba una neumonía agresiva.
“Tenemos que ingresarla. Si usted ha estado con ella, probablemente usted también va estar positiva y probablemente toda la familia”, dijo la doctora. Me quedé petrificada, aterrada. Mi primera reacción fue enviarle un mensaje de texto a mi esposo y pedirle que desinfectara la casa. Él, por su asma, y mi hija estaban en riesgo.
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