Vida Sana
Sucede más o menos así: estás conversando con amigos durante la cena y tu cónyuge te pregunta por qué no articulas bien las palabras. O tal vez sales a dar tu caminata matinal y de pronto tus movimientos se tornan bruscos, como si la mitad de los hilos invisibles que guían tus extremidades se hubieran cortado de repente.
Tal vez el dolor sea el precursor, una migraña fulminante o un estallido en la parte posterior de la cabeza. Tal vez estés solo. O, peor aún, estés conduciendo en la carretera.
Así le sucedió a Buddy Bailey, quien en ese momento tenía 70 años, era asesor de inversiones, buscador de pelotas de golf y esposo incondicional en un matrimonio de 51 años. Era un día soleado en Houston. Bailey se dirigía al sur, hacia Galveston, para hacer una visita de cortesía a un estimado cliente. La carretera Gulf estaba llegando al cruce con El Dorado Boulevard, y por un instante fugaz la vista a través del parabrisas se redujo a la trama gris del pavimento y al cielo despejado.
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Lo que sucedió después no se puede explicar con precisión. Oscuridad, mareo, sin percepción ni conexión con el mundo. Una trayectoria silenciosa, sin sentido ni tiempo, a través de cuatro carriles de tráfico hasta despertar de una sacudida por el choque del Mercedes-Benz contra la valla de la autopista, para luego volver a desviarse hacia el caos y la luz. Cuando el auto finalmente se detuvo, Bailey supo que el peligro aún no había terminado. Pero no había nada que pudiera hacer. Porque en su mente todavía reinaba el caos.
Es una de las emergencias médicas más temidas. ¿Qué otra situación salvo un derrame cerebral podría hacerte pensar que prefieres tener un ataque al corazón? Es cierto que los ataques cardíacos son más fatales, pero al menos si sobrevives puedes continuar tu vida más o menos como antes, sin que la mente se oscurezca ni se pierdan ciertas funciones corporales básicas.
Con el derrame cerebral no existe tal garantía. El 40% de los sobrevivientes de esta patología necesitan algún tipo de atención especial, el 25% sufren un grave deterioro cognitivo, y un promedio del 17% serán dados de alta con la necesidad de recibir atención a largo plazo. Esta no es la situación ideal para reflexionar sobre lo que has logrado en tu vida.
La comparación con los ataques cardíacos no es casual. La gran mayoría de derrames cerebrales —o “accidentes cerebrovasculares”, el término empleado en los libros de texto— se producen porque hay una obstrucción en la circulación de la sangre. Sin embargo, a diferencia de un ataque cardíaco —para lo cual existen docenas de intervenciones inmediatas—, el derrame cerebral ha resultado sumamente difícil de tratar. Se han probado más de mil fármacos, en su mayoría sin éxito. La falta de progreso ha llevado a los investigadores a explorar soluciones poco convencionales, como el enfriamiento cerebral, la estimulación magnética transcraneal y los rayos láser a través de las fosas nasales. También fármacos derivados de carozos de durazno y el veneno del crótalo malayo. A principios de la década del 90, los médicos no estaban más cerca de encontrar un tratamiento para el derrame cerebral que cincuenta años antes. El diagnóstico era como una sentencia. No había nada que hacer.
El derrame cerebral es una cuestión de angustia y frustración. Si bien la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) aprobó dos tratamientos, las personas siguen muriendo de a miles: 150,005 en el 2019. Estos dos tratamientos son el medicamento tPA, que puede disolver un coágulo en una pequeña fracción de derrames, y un procedimiento quirúrgico para extraer coágulos de un vaso sanguíneo suficientemente grande, que se aprobó en el 2016. Esto ha llevado a algunos a buscar otras soluciones. Y en los últimos años, un nuevo criterio respecto a los derrames cerebrales ha ido sumando adeptos en todo el país. Algún día podría salvarte la vida.
En la precaria sede del Mobile Stroke Unit Consortium de UTHealth, situada en el 14.° piso de un edificio de oficinas en el centro de Houston, una voz femenina robótica anuncia la última tragedia: el accidente de automóvil de Buddy Bailey. "Accidente cerebrovascular Cat. 1. Autopista Gulf cerca de la salida 26. Ubicación en el mapa; 617. Alfa Bravo 10”.
Como en un cuartel de bomberos, el equipo de atención de derrames cerebrales pasa gran parte de su tiempo esperando precisamente este tipo de llamada. El Dr. Jim Grotta lidera el grupo, y junto con un paramédico, un enfermero y un técnico en tomografía computarizada recogen su equipo y se dirigen a la puerta.
El viaje en ascensor es una calamidad. El trayecto desde el piso 14 demora 30 segundos, o cerca de un millón de neuronas al ritmo que mueren las células cerebrales que no reciben oxígeno. Finalmente, las puertas del ascensor se abren lentamente hacia un oscuro pasillo que los lleva al callejón donde se ha estado cargando la unidad portátil para derrames cerebrales. Rudy Perez, el paramédico, se instala al volante de la camioneta. Grotta viaja a su lado. El técnico en tomografía computarizada desenchufa los cables de carga y sube atrás con el enfermero y el tomógrafo computarizado, que pesa media tonelada.
La unidad móvil para derrames cerebrales es una ambulancia especializada equipada con un tomógrafo portátil. En vez de llevar a los pacientes de derrame cerebral al hospital, la idea es llevar el hospital a los pacientes. El tomógrafo que llevan en la unidad permite que el médico haga el diagnóstico durante el viaje al hospital y de esa manera se elimina el tiempo de transporte, que podría ser de hasta 40 minutos.
En el caso de un derrame cerebral, esos minutos son valiosos. En este momento, solo el 1.3% de los pacientes que cumplen con el criterio reciben tratamiento durante la primera hora después de sufrir un derrame, y cerca del 20% reciben tratamiento entre tres y cuatro horas y media después.
El tejido cerebral muere rápidamente. Por cada demora de 30 minutos, la posibilidad relativa de sobrevivir un derrame sin déficits disminuye en un 15%. Al eliminar algunos de esos minutos, la unidad móvil podría salvar millones de células cerebrales y tal vez miles de vidas, al menos en teoría.
La clave es el tomógrafo computarizado portátil: un equipo radiográfico en forma de dona que puede producir imágenes tridimensionales del cerebro. El tomógrafo determina el tipo de derrame cerebral que tiene el paciente: hemorrágico o isquémico. Un derrame isquémico se produce por un coágulo sanguíneo que interrumpe la circulación de sangre al cerebro. Un derrame hemorrágico, que es siete veces menos común pero cuatro veces más mortal, se produce por un aneurisma o la ruptura de un vaso sanguíneo. La diferencia es importante, ya que el tPA, el único medicamento disponible para tratar derrames cerebrales, solo tiene efecto en los derrames isquémicos. Cuando se administra ante un derrame hemorrágico, puede ser fatal.
Tradicionalmente, las tomografías computarizadas solo se podían hacer en los hospitales. Sin embargo, ahora las unidades móviles permiten que las tomografías se hagan prácticamente en cualquier lugar.
La primera unidad móvil de Estados Unidos debutó en el 2014 aquí en Houston, bajo la dirección de Grotta. Ahora existen unidades móviles en otras 19 ciudades del país, aunque la investigación sobre sus beneficios clínicos recién se está haciendo pública, y nada ha sido concluyente. Esto es un indicio de lo frustrantes que pueden ser los derrames y de la impaciencia de los médicos para encontrar soluciones.
Pocas personas conocen mejor esa frustración que Grotta, y menos aún merecen más crédito por el progreso que se ha logrado. Porque Grotta estuvo allí desde el primer momento.
Para él, la historia comenzó con un comentario casual frente a una mesa de operaciones al norte de Israel en 1971. Jim Grotta estaba en una rotación de cirugía opcional en Safed, justo al este de Golan Heights. En ese momento, aún estaba decidiendo qué clase de médico quería ser: psiquiatra, neurocirujano, tal vez neurólogo.
“¿Por qué neurología?” preguntó Daniel Rice, quien en ese momento era su mentor. “Las enfermedades neurológicas no se pueden tratar”.
Rice era cirujano en el ejército y había tratado prácticamente todo tipo de enfermedad. En un momento en que Golan Heights seguía estando muy minada y era bombardeada frecuentemente por morteros sirios, Rice se amarraba un arma a la cadera, subía a su pequeño automóvil y conducía a todas las clínicas de la colina.
Rice era una persona dinámica. A Grotta le agradaba ese aspecto de él. Más aún, lo que Rice había dicho sobre la neurología era difícil de negar. En general, el cerebro se consideraba un órgano de gran complejidad, casi místico, que se resiste a un tratamiento real. Sin embargo, Grotta tomó las palabras de Rice como un desafío: al fin y al cabo, solo se trataba de anatomía y un derrame cerebral era simplemente un problema de plomería, ¿cierto? Un problema para el cual tal vez algún día el estudiante de cuarto año de medicina Jim Grotta ayudaría a encontrar una solución… cuando se convirtiera en neurólogo vascular.
Durante los cinco años siguientes, la aparición de la tomografía computarizada comenzó a sugerir que Grotta podría estar en lo cierto. Con un escáner se podía penetrar el cerebro abovedado e identificar claramente el infarto: el tejido muerto a raíz de la falta de circulación de sangre. Para fines de la década del 70, los avances en la tecnología de diagnóstico por imágenes habían revelado que no todo el tejido cerebral afectado por un derrame moría de inmediato. La zona que rodea el infarto, llamada penumbra, podía sobrevivir durante varias horas.
Las repercusiones eran enormes. Por primera vez resultaba claro que había un margen de tiempo durante el cual quizás se podían evitar los efectos devastadores del derrame cerebral. El próximo paso era averiguar exactamente cuál podría ser esa intervención eficaz.
Tomó dos décadas, pero Grotta ayudó a que finalmente se diera una respuesta factible a los derrames cerebrales. Él fue uno de los investigadores principales del histórico estudio de fármacos que dio lugar a que la FDA aprobara el tPA en 1996 para disolver coágulos en casos de derrames isquémicos. Hasta hoy, es el punto culminante de su carrera.
Sin embargo, Grotta está muy lejos de concluir su labor. A los 76 años, proyecta una energía de coronel de ejército, con ojos azules cristalinos y una forma de hablar sosegada, casi susurrada. En la unidad móvil, Grotta opera la computadora portátil montada en el tablero mientras Rudy hace un giro brusco a la derecha, circulando a toda prisa. Un martes a las 10:15 a.m. no es un mal momento para tener un derrame, ya que el tráfico es moderado. Los lunes por la mañana pueden ser tan difíciles como los viernes por la tarde, y que el cielo te ayude si hay obras en la carretera.
Al igual que un embotellamiento de tráfico, los coágulos también se forman con mayor facilidad en algunos lugares que en otros: en el corazón, donde el bombeo insuficiente (con frecuencia debido a un ritmo cardíaco errático) puede provocar el estancamiento de la sangre y hacerla propensa a la formación de coágulos. Del mismo modo, ocurre en las arterias angostadas por arterioesclerosis y cerca de las “zonas de construcción” donde una operación puede haber dejado alguna irregularidad en una pared arterial.
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