Vida Sana
¿Recuerdas cuando creíamos que la grasa era el enemigo número uno de las dietas y nos sentíamos orgullosos porque comíamos galletas con bajo contenido de grasa y cargadas de azúcar? Bueno, eso ha cambiado gracias al cada vez mayor reconocimiento de que los alimentos dulces aumentan el riesgo de desarrollar una variedad de problemas graves de salud. De hecho, las investigaciones han demostrado una conexión entre el consumo excesivo de azúcar y un mayor riesgo de sufrir de presión arterial alta, diabetes tipo 2, enfermedades cardiovasculares, inflamación crónica, enfermedad del tejido adiposo del hígado no relacionada con el alcohol y un mayor riesgo de ciertos tipos de cáncer.
La raíz de muchos de estos problemas de salud se encuentra en la forma en que el exceso de azúcar causa estragos en los niveles de azúcar en la sangre y favorece el almacenamiento de grasa en el cuerpo, dice David Katz, director del Centro de Investigación Preventiva de la Yale University y autor de Disease-Proof: The Remarkable Truth About What Makes Us Well. “El azúcar contribuye al exceso de calorías que contribuye a la obesidad, y lo usan expresamente para hacer que los alimentos —aun los que no son exageradamente dulces— resulten sumamente apetitosos". Esto, explica Katz, "contribuye en forma desproporcionada al consumo excesivo de alimentos en general".
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Es que nuestro consumo colectivo de azúcar está verdaderamente fuera de control. Según la Obesity Society, entre 1977 y el 2010 el consumo promedio de azúcar agregado de una persona adulta en Estados Unidos aumentó en más del 30%. Se estima que en la actualidad una persona típica consume alrededor de 152 libras de azúcar por año. Esto es más que el peso total de algunas personas.
¿Cómo llegamos a esta situación? “Sentimos gusto por el azúcar desde el momento en que nacemos porque eso favorece la supervivencia; el deseo de consumir azúcar ayuda a asegurar que el recién nacido prefiera la leche materna”, dice Katz. Si bien la afición a los sabores dulces puede haber comenzado como un mecanismo de supervivencia, ya hace tiempo que nos desvió del camino. Pero el problema no es el azúcar que se encuentra en las frutas, las verduras, los productos lácteos u otros alimentos integrales, dicen los expertos. El problema es lo que se agrega a los alimentos procesados, desde bebidas gaseosas, bebidas de frutas y cafés sofisticados hasta yogures saborizados, cereales, galletas, tortas y golosinas. El azúcar se agrega hasta a alimentos en los que uno no esperaría encontrarlo, como kétchup, aderezos para ensaladas, salsas para pastas, mantequilla de maní y sopas. Además de ser una fuente considerable de calorías que no tienen ningún valor nutritivo (una cucharadita de azúcar contiene 16 calorías), el consumo de azúcar procesado hace que uno desee consumir más.
Cuando los elaboradores de alimentos se dieron cuenta de que podían activar los centros de recompensa del cerebro agregando azúcar a los alimentos procesados, comenzaron a añadir azúcar a todo para que uno continúe comiendo, dice Pamela Peeke, profesora adjunta de medicina en la University of Maryland y autora de The Hunger Fix: The Three-Stage Detox and Recovery Plan for Overeating and Food Addiction. Además de hacer que esa barra con la que te desayunas o esa comida congelada que consumes resulten increíblemente atractivas mientras las comes, el agregado de azúcar procesado estimula el apetito y cancela el sistema natural del organismo que nos envía una señal de saciedad y regula el consumo de alimentos, algo que no ocurre cuando comes unos puñados de arvejas de vaina o unas tajadas de manzana.
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