Vida Sana
Hacía muchísimo calor en ese día de verano en Beijing. Yo había llegado un día antes a China, proveniente de Estados Unidos, y ya había escalado la Gran Muralla. Ese día teníamos planeado visitar otros sitios turísticos al aire libre. Pasamos una larga mañana bajo el sol en el Palacio de Verano. En la tarde pensábamos visitar la plaza de Tiananmén —un espacio pavimentado en concreto— y la inmensa Ciudad Prohibida. Al mediodía hacía un calor sofocante, de 95 °F, sin tener en cuenta el calor que emanaba del pavimento.
No me había hidratado mucho desde que llegué, porque el agua del grifo en Beijing no es apta para el consumo. Por eso no sorprende que, después de llegar a la Ciudad Prohibida, empezara a sentir sed. No se permitía llevar botellas de agua a la fortaleza, ni tampoco se vendían bebidas.
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Unos 20 minutos después, me empezó a palpitar el corazón. Me puse pálida y se me secó la boca. Sentí mareos y me hice a un lado para desmayarme en la sombra. Por mis anteriores experiencias con la deshidratación, sabía que mi situación era grave. Le dije al guía turístico que necesitaba ir a un hospital.
En el hospital recibí un diagnóstico de deshidratación grave y golpe de calor. Casi cuatro horas después de que empezara a sentir síntomas, recibí una infusión intravenosa y me dijeron que debía quedarme esa noche en el hospital. A la mañana siguiente, un médico que hablaba inglés me dijo que había presentado un peligroso nivel de deshidratación, que estaba al borde de la insolación y que tenía una deficiencia no solo de agua, sino también de electrolitos, que son minerales esenciales para el funcionamiento del organismo.
Estaban presentes todos los ingredientes de un caso de deshidratación: un largo vuelo, una intensa actividad física después de arribar, un calor brutal y una mala calidad del aire, y un consumo insuficiente de agua.
La deshidratación es un problema ya de por sí frecuente, incluso en la vida diaria. Pero es aún más probable que ocurra durante un viaje.
Los adultos mayores suelen presentar un mayor riesgo de deshidratarse, ya sea por problemas de salud subyacentes o por los efectos diuréticos de algún medicamento que tomen, según afirma el Dr. Kenneth Koncilja, geriatra en Cleveland Clinic, en Ohio. Aun así, nadie —sin importar su edad— es invulnerable. La deshidratación puede suceder en cualquier lugar y en cualquier momento (por ejemplo, los esquiadores pueden deshidratarse a causa de las grandes altitudes y la intensa actividad física). Sin embargo, según el Dr. Paul Takahashi, internista y geriatra en la Clínica Mayo, el consumo insuficiente de líquidos, sumado a las temperaturas de verano, crea las condiciones perfectas no solo para la deshidratación, sino también para el agotamiento por calor o la insolación.
Según Koncilja, entre los signos de la deshidratación figuran los siguientes:
- Mareos
- Dolor de cabeza
- Fatiga
- Calambres musculares
- Frecuencia cardíaca rápida
- Presión arterial baja
- Confusión