Vida Sana
Este artículo se publicó en la edición de abril/mayo de AARP The Magazine.
Soy anglo-irlandés-estadounidense —con énfasis en la última parte de la descripción—. Mis antepasados llegaron a Estados Unidos en el siglo XIX, sin invitación y sin conocer su destino. Trabajaron como obreros y, más tarde, como servidores públicos —principalmente policías y bomberos—, hasta que surgieron oportunidades para competir por empleos como contadores, gerentes y ejecutivos en grandes corporaciones. Hoy, algunos dirigen sus propios negocios. Tres generaciones después de que mis abuelos llegaran a la ciudad de Nueva York y a Boston, mi hermano mayor, Walter, recibió su doctorado en Física y comenzó su trabajo como investigador científico. Es una historia estadounidense.
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En la zona suburbana de Long Island, Nueva York, nuestros vecinos eran familias de ascendencia alemana, irlandesa, italiana y de Europa Oriental, orgullosos de sus casas de una planta de estilo abierto o Cape Cod que habían obtenido con ayuda de la ley G.I. Bill. En la década de 1960, a pesar de que me enamoré del yoga y la filosofía zen y oriental (algo típico de los boomers), no había conocido personalmente a una sola persona de ascendencia asiática hasta que fui a la universidad. Luego aprendí que había razones para eso.
En 1882, el Congreso de Estados Unidos aprobó la primera de una serie de medidas legislativas que prohibieron la inmigración desde China. Esas leyes más tarde se incluyeron en la Ley de Inmigración de 1924, que efectivamente prohibió la inmigración desde todo el continente. Los asiáticos podían venir como diplomáticos, estudiantes o turistas, pero no en busca de una residencia permanente. Esta ley esencialmente permaneció vigente hasta 1965. Aunque hoy es difícil imaginar nuestro país sin la presencia de reconocidos e influyentes asiático-estadounidenses en todas las esferas culturales, esa no era una conclusión previsible en aquel momento.
Es por eso que me atrajo en forma particular la historia familiar de mi colega Daphne Kwok, vicepresidenta de Diversidad, Equidad e Inclusión, de AARP. La asociación trabaja para conectarse con todas las comunidades estadounidenses, y Kwok supervisa nuestras iniciativas para llegar a la comunidad asiático-estadounidense y de las islas del Pacífico (AAPI). “Crecí en Annandale, Virginia, en la década de 1960”, dice Kwok, cuya familia es chino-estadounidense. “Fuimos los únicos niños asiático-estadounidenses hasta la escuela intermedia. Recién en la escuela secundaria mis hermanos y yo estuvimos con unos pocos estudiantes de color”. En Wesleyan University, Kwok tuvo finalmente una comunidad asiático-estadounidense, lo cual describe como una experiencia “estimulante”. “No nos teníamos que explicar mutuamente quiénes éramos”.
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