Vida Sana
Después de la prohibición federal de visitas a los hogares de ancianos por la pandemia de coronavirus, Alison Lolley tuvo problemas para conseguir información del hogar de ancianos donde vivía su madre en Monroe, Luisiana. Vio horrorizada por una ventana cómo iba decayendo. Y cuando dio positivo en la prueba del virus y la llevaron al hospital, Lolley se despidió por iPad, horas antes de que su madre de 81 años, Cheryl Fink Lolley, muriera sola el 29 de abril.
“Las últimas palabras que me dijo fueron ‘te quiero, te quiero, te quiero, te quiero’”, dice Lolley entre lágrimas, al recordar lo que expresó su madre por iPad el día que llegó al hospital. "Jamás imaginé que no estaría con ella en sus últimos momentos".
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A principios de la reclusión, a la madre se le iluminaba la cara cuando Lolley aparecía afuera y le golpeaba la ventana de su habitación en el hogar de ancianos llamado The Oaks. Su madre, siempre bondadosa y divertida, se acercaba lo más posible que podía con la silla de ruedas. Lolley hablaba fuerte con la cara pegada a la tela metálica exterior de la ventana. Cuando eso no funcionó, hablaban por teléfono mientras se miraban por el cristal.
Las primeras 10 semanas del año, antes de la reclusión, habían sido las mejores que jamás había compartido con su madre. Lolley, de 55 años, se había jubilado de una carrera de 30 años en la publicación de periódicos en Dallas y finalmente sentía que tenía disponibilidad. Mudó a su madre de Dallas a su ciudad natal de Monroe, donde vivían una a la vuelta de la otra. Las dos disfrutaban las visitas frecuentes al hogar de ancianos, los largos almuerzos y los buenos ratos sin interrupciones.
Pero para mediados de abril, lo que Lolley vio y oyó comenzó a asustarla. Su madre, normalmente bien arreglada y maquillada —una verdadera "dama sureña"— tenía aspecto desaliñado y el cabello sin peinar. Todavía gozaba de agudeza mental y decía que "las cosas no parecen estar bien" y más de una vez mencionó que no le habían dado de comer.
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