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Diario de cuarentena de una cuidadora: cómo controlo el miedo y el estrés

A veces, hacer las cosas lo mejor que podemos es suficiente.


spinner image una mujer estresada con los ojos cerrados y las manos cruzadas cerca de la cara
Getty Images

Durante nuestra vida normal anterior (¿la recuerdan?) antes de las pandemias mundiales, la ansiedad por el cambio climático y el discurso político extremadamente desagradable, la mayoría de los cuidadores a duras penas podían manejar sus responsabilidades. Somos la última persona en nuestra propia lista y, si es posible, nos deslizamos aún más hacia abajo. ¿Hay una posición "inferior a cero", o simplemente esa es la sensación algunos días?

Y luego llegó la COVID-19, que nos cerró el mundo exterior y nos obligó a quedarnos en casa. Para algunos, la idea de trabajar desde casa o unas vacaciones obligatorias en el hogar fueron un interludio bienvenido. Eliminar el tiempo de viaje al trabajo, hacer maratones de programas de transmisión en directo, hornear pan, ordenar armarios y estar más cerca de la familia parecía bastante bien. Hasta que dejó de parecerlo. Para los cuidadores, un trabajo ya definido por el aislamiento ahora parecía el trabajo de un farero en el Mar del Norte.

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Los seres humanos no saben lidiar con la incertidumbre. Dales algo para alcanzar, una fecha, un objetivo, un destino o incluso un porcentaje, y con gusto definirán su ruta de navegación. Pero al final de otro día más de tareas sin terminar, montones de ropa por lavar, plazos de trabajo incumplidos y citas médicas olvidadas, me embargó la familiar sensación del fracaso del cuidador. Ah, ¿y mencioné al perro con ataques de ansiedad que necesita pasear y alimentarse?

Con tres de mis cuatro hijos en casa, la pareja de un hijo adulto y un esposo que se gana la vida viajando (es decir, un animal enjaulado), la vida dio un vuelco bastante rápido. La sala familiar, que siempre había sido mi oficina, ahora se convirtió en la plaza del pueblo. Todos se sentían con derecho a usar dentro de la casa la voz que usan al aire libre, especialmente cuando yo estaba en una llamada por video. Y hablemos de eso por un momento. ¿Por qué no podemos seguir con una simple llamada telefónica? ¿Por qué todos tuvimos la necesidad de vernos para hablar y sufrir la tortura adicional de vernos en una pantalla? ¿Necesitaba recordatorios cada hora de mi piel amarillenta, mi ceño fruncido y mi doble mentón?

La gran cantidad de comida necesaria para el hogar, los montones de ropa para lavar, las duchas múltiples y los zapatos apilados estratégicamente para una grave rotura de huesos me tenían atónita. Me maravillé al pensar en mi versión más joven. ¿Cómo en el pasado había hecho malabares con todas estas cosas y con un trabajo de tiempo completo? ¿Cómo lo había hecho mientras cuidaba a mi esposo para que recuperara la salud después de una lesión potencialmente mortal? ¿Estaba fuera de práctica o simplemente sin gasolina?

Y luego llegó la gota que colmó el vaso. Debido a un caso de COVID-19, el hogar de ancianos de mi madre confinó a los residentes en sus apartamentos. A mi madre ni siquiera se le permitía llevar su bolsita de basura al depósito en el pasillo.

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"¿Que voy a hacer?", me preguntaba mi madre, su voz dos niveles por encima de lo normal. "Es como estar prisionera".

"Diseñaremos un plan, mamá", le dije, mirando al cielo en busca de una respuesta. "Si es necesario, te puedes mudar con nosotros". Cerré los ojos y respiré profundamente. La casa que compramos después de que quedó el nido vacío no era apta para una familia de seis. Ya había alguien durmiendo en el sofá. ¿Cómo agregaríamos a mi madre mayor, cuyas necesidades cotidianas eran bastante inflexibles? Bueno, sí, muy rígidas.

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Había tantas emociones que reparar y atender. El miedo y la ansiedad por mi madre, la tristeza de la vida interrumpida de mis hijos mayores, los semestres universitarios y las pasantías de verano canceladas para los dos más jóvenes. Agrega a eso la preocupación general sobre la economía, el mercado laboral y el temor por contagiarnos del virus. Me sentía como el hombre fuerte del circo, levantando las pesas en el aire, los músculos temblando mientras sonríe para el público. En silencio, recogí y lavé; cociné y limpié. Y me enfurecí.

spinner image Lee Woodruff
Lee Woodruff
FOTOGRAFÍA DE: STEFAN RADTKE

Si tienes temas que te gustaría que tratase o conoces a cuidadores excepcionales a quienes yo debería conocer, comunícate conmigo a la siguiente dirección: ShareWithUs@aarp.org.

En poco tiempo, comencé a experimentar un nuevo nivel de ira típico de las mamás. Podría haber grabado y simplemente presionado un botón para reproducir las ahora famosas frases "¡quítate los zapatos!" y "¡pon tus propios platos en el lavavajillas!".  Simple, ¿verdad? Lo cierto es que no. Mi cocción a fuego lento dio paso a murmullos bajos y luego se convirtió en insultos casuales. Necesitaba un nuevo plan.

Hicimos un horario para cocinar, lavar los platos y pasear el perro. Le enviaba una tarjeta al día a mi madre, le imprimía poemas y le recortaba artículos de periódicos.  Teníamos reglas COVID sobre las compras y las mascarillas y sobre cómo recibir paquetes en la casa. Nadie las seguía estrictamente. Mi esposo y yo (que éramos un poco más laxos que nuestra hija de 26 años) nos sentimos como dos niños menores de edad tomando cerveza a escondidas una vez que metimos una caja de Amazon dentro de la casa para abrirla, en lugar de quedarnos bajo la lluvia torrencial. "Shhhh", me llevé el dedo a los labios, y luego me reí ante lo absurdo de ser descubierta.

Cuando la frustración llegó al punto de tomar fotografías de las infracciones y enviar mensajes de texto para avergonzar a mi familia, decidí parar. Deja de preocuparte tanto, deja de guardar los platos o de limpiar. Me encogía de hombros cuando alguien preguntaba qué había para cenar o si alguien iba a ir al supermercado.

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Decidí ser menos cuidadora de los demás y cuidarme más a mí misma. Aquí estaba yo, alguien íntimamente familiarizado con el concepto de colocarse la máscara de oxígeno primero, y sin embargo no estaba siguiendo mi propio consejo.

Un día, al borde de las lágrimas y sintiendo que no estaba haciendo nada bien, me senté e hice una lista de las cosas que necesitaba hacer. Comparto esta lista en caso de que pueda ayudarte a sobrevivir un día, una semana o una hora en este mundo tan incierto.

  • Soluciones de autocuidado
  •  Sal de tu casa más y simplemente mira al cielo.
  •  Sal a caminar si puedes.
  • Pide ayuda, sé honesto si sientes que tienes dificultades mentales.
  • Crea un plan maestro para todos para que puedan disfrutar de un lugar viable, seguro, eficiente y feliz para vivir durante estos tiempos.
  • Busca un lugar seguro para desahogar emociones (hay muchos sitios excelentes para cuidadores en línea, incluida la comunidad en línea de AARP y la página de Community Discussion de Facebook).
  • Documenta estos momentos con una cámara o teléfono.
  • Escucha música: es una gran promotora del estado de ánimo cuando te transporta a otros tiempos, lugares y recuerdos.
  • Hornea algo: los aromas y sabores deliciosos nos hacen felices.
  • Llora cuando lo necesites y luego recuerda que la risa es la mejor medicina.
  • Haz una buena acción por alguien.
  • Arranca malezas.
  • Haz una lista de amigos para llamar y comienza a comunicarte.
  • Envía una tarjeta o carta a alguien de manera espontánea.
  • Pasa menos tiempo en las redes sociales mirando las fabulosas vidas de los demás.
  •  Recuerda que todos estamos asustados, inquietos o sintiéndonos un poco inestables. La increíble vida, la fabulosa fortuna o la fama de los demás no pueden protegerlos de los sentimientos totalmente humanos que todos estamos experimentando en estos momentos, así que perdónate a ti mismo.

Los cuidadores son personas especiales y excepcionales, sin importar si lo percibes todos los días. Recuerda, como mi madre me lo recuerda cada vez que colgamos el teléfono, que "hacer las cosas lo mejor que puedes es todo lo que puedes hacer". Y eso debe ser suficiente.

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