Vida Sana
Imagina a un hombre de 55 años llamado Frank que se siente agotado e irritable después de seis años de cuidar a su madre de 86 años con demencia leve. Preparar su cena, administrar sus medicamentos, llenar sus formularios de seguro y llevarla a citas médicas; todo se ha vuelto demasiado para él. “Me siento como si me estuviera ahogando”, le dice a su esposa. “No quiero que mi madre muera, pero esto no puede seguir así para siempre”.
Sin embargo, cuando un compañero de trabajo le pide consejos para manejar mejor el ser cuidador, Frank comparte con entusiasmo lo que sabe sobre cómo lidiar con la terquedad de quienes reciben cuidados y un sistema de atención médica confuso. Después de un tiempo, otros compañeros de trabajo comienzan a pedirle orientación sobre la prestación de cuidados. Su ministro lo identifica como la persona en la iglesia a quien los congregantes pueden acudir para hablar sobre las dificultades con el cuidado de sus padres mayores.
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¿Qué está sucediendo aquí? Por un lado, Frank parece estar harto de prestar cuidados. Por otro lado, se deleita con que su experiencia como cuidador le da credibilidad y lo convierte en un tipo de bendición para sus amigos, colegas y vecinos. Frank ha descubierto que es muy gratificante ser un defensor de los cuidadores. Ayudar a otros en su camino como cuidadores le da mayor motivación e impulso para continuar cuidando a su madre.
Décadas de estudios de investigación en Ciencias Sociales han encontrado que hacer el bien es generalmente bueno para nosotros. Un estudio del 2010 publicado en la revista Journal of Personality and Social Psychology, por ejemplo, halló que los defensores de otras personas se benefician psicológicamente de tres maneras: al sentirse más competentes, al relacionarse más estrechamente con los demás, y al ejercer autonomía y elección personales. Un estudio del 2015 en Clinical Psychological Science informó que ayudar a otros puede disminuir el estrés y las preocupaciones diarias de quienes brindan la ayuda.