Vida Sana
| Cuando el 20 de marzo la esposa de Theirrien Clark lo dejó en el Howard County General Hospital de Maryland para hacerse un estudio rápido de diagnóstico por imágenes y esperó en el estacionamiento que regresara, ninguno de los dos se preocupó demasiado. Ambos habían recibido un diagnóstico de COVID-19 unos días antes, pero se recuperaban en casa con síntomas bastante leves. El médico de Clark indicó el estudio como medida de precaución porque la tos no estaba mejorando.
Excepto que Clark, de 58 años, nunca regresó al auto esa noche. Una radiografía de tórax reveló que tenía insuficiencia pulmonar y los médicos tuvieron que insertar un tubo endotraqueal de inmediato.
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“Estaba un poco desorientado por la medicación, pero te diré que mis ojos despertaron muy rápido cuando escuché eso”, advierte Clark. Lo trasladaron al Johns Hopkins Hospital en Baltimore donde permaneció conectado a un respirador artificial durante cuatro semanas de un total de 46 días de hospitalización.
“Francamente es inconcebible que las personas negras sean, de muchas maneras, los que sufren las peores consecuencias de la COVID-19. El impacto de esta pandemia durará muchos años; no solo por la morbilidad y la mortalidad que causó, sino también por la catástrofe económica que sufrieron estas familias”.
Clark pertenece a un grupo demográfico que ha sido devastado por el coronavirus desde que comenzó la pandemia: es mayor de 50 años y es negro.
Según datos de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), el 95% de las muertes por COVID-19 en EE.UU. se han producido en adultos de 50 años o más. A eso hay que añadir el hecho de que los afroamericanos tienen casi cinco veces más probabilidades de ser hospitalizados por COVID-19 que las personas blancas. También tienen el doble de probabilidades de morir por causa de la enfermedad.
“Cuando combinamos todos esos factores, no es difícil [de ver]: las personas mayores negras tienen el mayor riesgo de mortalidad a causa de esta enfermedad”, indica Robert Joseph Taylor, profesor de Trabajo Social en la cátedra Harold R. Johnson y director del Program for Research on Black Americans en University of Michigan.
Por cierto, un análisis de datos federales a cargo de Kaiser Health News concluyó que entre el 1.º de febrero y el 8 de agosto murieron cinco veces más afroamericanos de 65 a 74 años por COVID-19 que personas blancas del mismo grupo de edad. El índice de mortalidad del grupo de afroamericanos 75 a 84 años fue 3.5 veces mayor.
“Francamente es inconcebible que las personas negras sean, de muchas maneras, los que sufren las peores consecuencias de la COVID-19. El impacto de esta pandemia durará muchos años; no solo por la morbilidad y la mortalidad que causó, sino también por la catástrofe económica que sufrieron estas familias”, advierte Edna Kane Williams, vicepresidenta sénior de Liderazgo Multicultural de AARP. “En realidad debemos aplicar esta terrible experiencia para estar mejor preparados para el futuro. Esto no debería ni puede volver a suceder”.
El seguro y los ingresos afectan el tratamiento
Cuando sacaron a Clark de la unidad de cuidados intensivos del Johns Hopkins Hospital, los médicos y los enfermeros que lo mantuvieron con vida mientras su cuerpo combatía la infección flanqueaban los pasillos para animarlo. “Aplaudían y lloraban”, señala. “Fui el paciente que más tiempo estuvo en la UCI y el que estuvo más enfermo”.
Sin embargo, Clark reconoce que no todos tienen acceso a la excelente atención médica que recibió, donde el personal del hospital se convirtió en una “familia” cuando él fue separado de los suyos.
“Tenemos muchos familiares y amigos que simplemente no tuvieron la misma experiencia porque, ya sabes, tienen otros recursos e intervienen otros factores económicos”, explica su esposa Marcy Clark, quien en parte atribuye la supervivencia de su esposo a un buen seguro médico y la proximidad a los servicios de atención médica.
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