Vida Sana
Mary Adamson recuerda la mañana anterior a su primer turno de atención a los pacientes de la COVID-19. Esta enfermera de 63 años de una unidad de cuidados intensivos (UCI) de Filadelfia se estaba vistiendo cuando un pensamiento inesperado la detuvo de repente.
"Pensé que podría morir de esto", recuerda.
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Era un temor al que rara vez se había enfrentado en sus 27 años como enfermera, y que no hizo más que aumentar cuando aparecieron datos que mostraban que las personas mayores de 50 años eran especialmente vulnerables al coronavirus. Pero Adamson no dejó que el miedo la detuviera. Al igual que miles de enfermeros de todo el país, se ha pasado el último año cuidando de los pacientes enfermos y moribundos de la COVID-19, a menudo sin descanso.
Ahora, mientras se distribuyen las vacunas y comienza a disminuir el estrés en los hospitales, muchos enfermeros están luchando contra las consecuencias emocionales y mentales de la pandemia. Las largas horas de trabajo, el miedo al virus, la falta temprana de equipo de protección personal, su frustración ante la gente que se niega a tomar precauciones y, sobre todo, su dolor por los muchísimos pacientes que perdieron: todo ello les pasó factura.
"Había tanta tristeza y tanta muerte, y nos pasábamos todo el día cerrando bolsas para cadáveres", dice Adamson. "A mitad de camino, dije: 'Me voy. No puedo soportarlo más'. Pero me recuperé y todavía sigo adelante".
Una encuesta reciente del Washington Post y la Kaiser Family Foundation (en inglés) descubrió que alrededor de 3 de cada 10 trabajadores de salud de primera línea están considerando dejar su profesión debido a la pandemia. Más de la mitad están agotados, según la encuesta, y el 62% aseguraron que la pandemia tuvo un impacto negativo en su salud mental.
La pandemia puso de manifiesto los "increíbles sacrificios personales y profesionales" que los enfermeros realizan cada día, afirma Susan C. Reinhard, enfermera y vicepresidenta sénior de AARP, que es la principal estratega del Center to Champion Nursing in America.
En honor a la Semana de los Enfermeros, AARP pidió al personal de enfermería de primera línea de 50 años o más que compartieran sus historias sobre la pandemia, lo que han aprendido y cómo la han afrontado. Esto es lo que quieren que sepamos.
Están emocional y físicamente agotados
Los enfermeros que entrevistamos describieron un incesante desfile de pacientes, unidades de UCI desbordadas y largas jornadas en las que se apresuraban entre un paciente y el siguiente. Natalie Correll-Yoder, de 61 años, enfermera clínica especialista en servicios de cuidados intensivos en NorthBay Healthcare, en Fairfield, California, afirma que hubo varias semanas en las que trabajó en turnos de 12 horas durante siete días seguidos.
"No paraba de atender a pacientes realmente enfermos", cuenta. "Todas nuestras camas estaban llenas, y en cuanto se iba un paciente, venía otro. Había días en los que tenías suerte si podías ir al baño... Fue la experiencia más agotadora de mi vida".
Para preservar el equipo de protección personal, los enfermeros se encargaron de muchas tareas que otros trabajadores del hospital suelen realizar, desde la limpieza de las habitaciones hasta el reparto de comidas. "Hacías tantas cosas en un período de 12 horas que parecía una semana entera de trabajo", dice Adamson.
Cindy Little, de 61 años, directora de enfermería de la UCI del Novant Health Presbyterian Medical Center en Charlotte, Carolina del Norte, instituyó descansos obligatorios en la tarde para beber agua después de observar que los enfermeros salían de las habitaciones de los pacientes empapados de sudor por culpa del pesado equipo de protección personal. "Te cubres de plástico de pies a cabeza, y puede que tengas que pasar tres o cuatro horas atendiendo a un paciente", dice. "Uno suda demasiado".
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