Vida Sana
Como soy diabética desde pequeña y además recibí quimioterapia por haber tenido cáncer de seno, sabía que mi sistema inmunológico no estaba en óptimas condiciones y me preocupaba todo lo que podía pasar si me llegaba a contagiar con la COVID-19. Eso fue justamente lo que me pasó hace unos meses.
Mi odisea comenzó cuando viajé a Puerto Rico para el cumpleaños de una prima en el que se reunió toda mi familia. Estar vacunado era uno de los requisitos para poder asistir y por suerte yo ya me había vacunado.
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Fui a la fiesta un sábado y el domingo compartí con mi familia. El lunes volví a Miami y estaba bien, pero al día siguiente empecé a sentirme cansada. No le presté demasiada atención porque mis días son agitados y trabajo mucho.
El miércoles me dolía todo el cuerpo y empecé a estornudar como si tuviera un resfrío. Unas horas más tarde tenía dolores horribles en todo el cuerpo. Fue entonces que envié a todos mis empleados a la casa, me hice la prueba de la COVID-19 y me dio positiva.
Un tratamiento efectivo
Realmente no tengo idea de cómo me pude haber contagiado. Nadie que estuvo conmigo en Puerto Rico se enfermó, así que calculo que debe haber sido en el avión.
Sin embargo, mi doctor me aconsejó que ni me preguntara cómo me contagié. El virus está por todos lados y nunca podría averiguar dónde ocurrió el contagio. Siendo diabética, el médico no quiso tomar riesgos y me recomendó una infusión de anticuerpos monoclonales. Lo importante de este tratamiento es que hay que realizarlo durante los primeros siete días después del contagio, y automáticamente detiene al virus.
Vino a mi casa una enfermera especializada para administrarme el tratamiento. Lo recibí el viernes a las 6:00 p.m. y a la medianoche, como por arte de magia, se me habían ido todos los síntomas. No me dolía más el cuerpo y el cansancio había desaparecido. Mientras tanto todo mi equipo de trabajo se había contagiado, desde mi director técnico y la productora hasta la chica que me maneja las redes sociales y la señora que limpia la casa.
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