Tal como esperaba, nos habíamos designado mutuamente como beneficiarios de nuestras cuentas IRA de jubilación y éramos copropietarios de nuestra casa. Pero no me di cuenta de que mi marido tenía una pequeña cuenta de inversión sin beneficiario designado. Como la cuenta no superaba los $50,000, se consideraba un patrimonio menor, de acuerdo con las leyes de Maryland, y el trámite sucesorio fue rápido.
Como parte del proceso de sucesión, el patrimonio se publicó en el periódico local. A los pocos días recibí una llamada de un hombre que decía ser de un estudio de abogados de Delaware que representaba a los acreedores de Benjamin. Le pedí que pusiera su reclamo por escrito y nunca más volví a tener noticias de él. Aprendí entonces que hay personas sin escrúpulos que leen los obituarios e inmediatamente solicitan tarjetas de crédito con el nombre de la persona fallecida. Por suerte, mi hijo había notificado a las tres agencias de crédito más grandes apenas murió Benjamin, de modo que nadie pudo usar su identidad.
Ese fue solo el comienzo de lidiar con los "deberes de la muerte". La sabiduría popular convencional aconseja que un cónyuge que está de duelo no debe tomar decisiones importantes durante un año. Lo que no nos dicen es que vamos a estar ocupados con las decisiones menores.
Benjamin no tenía seguro de vida, pero tenía una cuenta IRA, una cartera de inversiones, beneficios del Seguro Social, Medicare, una póliza de seguro suplementario de Medicare y esa pequeña cuenta secreta de inversión. Notificar a todas las agencias gubernamentales y a todas las instituciones financieras requirió un gran número de llamadas telefónicas, formularios notarizados y muchas reuniones. ¡No por nada me aconsejaron que pidiera al menos una docena de certificados de defunción originales con el sello en relieve!
Si Benjamin y yo hubiéramos sido organizados, tal vez me hubiera evitado algunas de las desagradables sorpresas. Pero no todas. Cuando llamé a la compañía de seguros para reportar la muerte de mi marido, automáticamente me aumentaron la prima del seguro del auto. El agente me explicó que un solo conductor es un riesgo mayor para la compañía de seguros que una pareja que comparte un auto.
Al poco tiempo notifiqué al emisor de nuestra tarjeta de crédito. Inmediatamente cancelaron la tarjeta. Resultó que Benjamin era el titular y yo solo era un usuario adicional. El representante del banco me explicó que, al ser solo usuaria, no estaba obligada a pagar ningún saldo de la tarjeta, pero que ellos se encargarían de cobrarse del patrimonio de la herencia. Si yo pagaba de más, no me devolverían el dinero. Como yo era la representante del patrimonio de la herencia, pagué hasta el último centavo de la cuenta.
A partir de ese momento descubrí que yo no soy la única que pensó que había más tiempo. Una viuda se encontró con una gran colección de armas de mucho valor. Le llevó casi un año encontrar los papeles de cada arma, venderla y gestionar la ganancia de la venta como parte del patrimonio. Otra mujer no se animó a preguntarle a su marido enfermo sobre su adorado auto deportivo. “Me parecía macabro”, dijo.
Conocí a un viudo que tuvo que desenredar las finanzas de su suegra. Su esposa se había encargado siempre de eso. Una vecina de casi 80 años nunca había hecho un cheque en sus más de 50 años de matrimonio. Cuando murió su marido, ni siquiera estaba segura de qué banco usaban.
Mis cuatro años de viudez me han enseñado que el dolor no tiene fecha de vencimiento. Está bien crear nuestro propio calendario. Yo no tengo que decidir ni hoy ni mañana qué voy a hacer con la colección de monedas de Benjamin. No ocupa mucho lugar. Pero todavía hay sorpresas que me toman desprevenida: hace poco, nuestro agente de seguros envió una tarjeta de cumpleaños para Benjamin, y todavía le llegan pedidos para conectarse con gente en LinkedIn. Aunque no todas las sorpresas son feas. Exactamente un mes después de su muerte encontré un mensaje de correo que me escribió la noche antes de la cirugía de cerebro. En él, me daba consejos sobre qué debía conservar y qué debía vender, a qué amigos debía consultar y qué consejos debía ignorar. El mensaje terminaba diciendo: "Sabe que siempre fuiste inmensamente amada".
Ese es un mensaje que no borraré nunca.
Leslie Milk es redactora de artículos sobre estilos de vida de la revista mensual Washingtonian.
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